「21」

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Minho nunca había odiado tanto la vida como lo hacía en aquellos momentos.

Seis de la mañana, último primer día de clases, el sol pegándole de frente en la cabeza y un uniforme apretado e incómodo eran los causantes de que su mal carácter se tornara en uno insoportable. Quería asesinar a alguien, o, incluso mejor, asesinarse a él mismo.

Pese a que sus clases iniciaban a las siete y treinta, había sido citado prácticamente cuarenta minutos antes solo porque, al tratarse de un estudiante nuevo, alguien debía enseñarle toda la escuela. Odiaba eso, puesto que el lugar ni siquiera era tan monumental como para que él mismo no pudiera ubicarse solo. ¿Qué tan imbécil debía ser como para perderse en un sitio así?

Antes de salir de casa, la abuela Hyemi se apresuró a ir a su lado para darle un buen beso en la frente mientras le deseaba la mejor de las suertes. Lo más probable es que ella se sintiera como una mamá orgullosa, ya que hacía bastante que no vivía el primer día de clases de alguno de sus hijos o nietos. Inclusive le preparó un sándwich.

Sándwich que masticaba con odio mientras aguardaba a que el dichoso chico apareciera. Minho realmente odiaba a la gente impuntual, y ya llevaba más de diez minutos esperando. Todo hubiera sido mil veces más fácil si tan solo le hubieran permitido que Seungmin fuera quien lo acompañase.

Justo cuando un trozo de su preciada comida cayó al suelo, visualizó una figura aproximándose hacia donde él se encontraba, y por primera vez dejó de quejarse de su arruinado desayuno para poder tomarse el tiempo necesario para examinar a aquella persona. Y es que, vaya, su presencia era imponente.

Se trataba de un pelinegro alto, delgado —no tanto como Jisung, pero quizá al porte de Seungmin— y cuya postura provocaba que Minho se cuestionase si el chico estaba caminando o modelando. Avanzaba con la frente en alto, sonriéndole a la nada a la vez que sus manos se guardaban dentro de los bolsillos de su uniforme, y esa acción tan simple le proporcionaba unos aires de grandeza.

Al parecer alguien no llegó tarde cuando hicieron la repartición de belleza.

—Hola, ¿eres Lee Minho, cierto?

Vaya, incluso su voz era melodiosa.

El nombrado asintió:—Supondré que tú eres... —se detuvo un tanto para llevar buscar el papelito arrugado que contenía el nombre del otro—. ¿Hwang Hyunjin?

—Un gusto —extendió su mano hacia el contrario, sin embargo, no esperó hasta que este conteste—. Seré algo así como tu guía turístico durante los próximos veinte minutos, ¿no es eso genial?

¡Genialísimo! ¿Pero sabes qué más sería genial? ¡Una bala en medio de mis cejas!

—Si tú lo dices...

Hyunjin sonrió ante su pésima respuesta, y así fue como Minho supo que el chico era un encanto.

Bueno, quizá no de forma tan estrepitosa. Lo supo en cuanto el azabache comenzó a guiarlo a través de las instalaciones estudiantiles, enseñándole cada pequeño detalle mientras su voz se cargaba de ilusión. ¿Ilusión por qué? No tenía ni la más mínima idea ni planeaba averiguarlo. Eran las siete de la mañana, su cerebro apenas funcionaba como debería.

A pesar de las claras diferencias entre la postura de Hyunjin y la de Minho, el alto en ningún momento lo trató como si él fuera un ser inferior, y eso le agradó. Desde su experiencia, los chicos guapos —sí, no había nada malo en admitir que Hyunjin era guapo—, solían ser una mierda con el resto de las personas por sus complejos de superioridad. Le había tocado ver a chicos de su anterior escuela rebajando a los demás con sus palabras de "Se me cayó un lápiz, alguien alcáncemelo porque yo soy demasiado lindo como para agacharme y tocar el asqueroso suelo", y eso era tan molesto. Ya se había acostumbrado a patear lápices solamente para verles el rostro rojo de fastidio.

Spooky Hannie || MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora