Rebanada 8. La burda solución.

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Esa noche, mientras Carla limpiaba su recámara, recibió una llamada de Eliza que respondió con emoción pues creyó que su amiga le contaría, con lujo de detalle, su paso por la importante disquera.

—¡Amiga! —saludó Carla—. ¿Cómo te fue?

—¡¿Le dijiste algo a Diego?! —gritó furiosa Eliza al otro lado del teléfono.

Carla, asustada, respondió:

—¿Sobre qué?

—¡Sobre todo! Carla, ¿qué le dijiste? ¿Por qué te pones de su parte?

Molesta por los gritos de Eliza, Carla respondió con seguridad:

—Aunque es justo que Diego sepa lo que le has hecho, jamás me atrevería a meterme entre ustedes. No me involucres en sus problemas. Tú eres mi mejor amiga desde que tengo memoria, antes que nada estás tú, Eli —Carla escuchó el llanto de Eliza al otro lado del teléfono por lo que agregó con voz suave—: ¿Qué pasó, Liza?

Eliza colgó estresada. No había podido dormir muy bien desde el sábado luego de su discusión con Carla y además, gracias a su video viral, también había leído muchos comentarios sobre ella, no solo acerca de su talento sino de su persona, comentarios que más bien parecían crueles críticas a su aspecto físico. Por si fuera poco, había sido examinada por tres personas muy importantes de la disquera, una de ellas le había pedido que se pusiera a dieta para el video musical y, como cereza en el pastel, ahora Diego parecía sospechar de ella.

Diego observó su celular sobre el escritorio y dejó de hacer tarea, luego recargó su rostro sobre un libro como si fuese una almohada, pensó en Eliza, reflexionó en lo rápido que comenzaba a ir su relación y, lejos de sentirse emocionado, aquello le resultó estresante.

El hecho de saber que su novia tenía amigos mayores que él, un estilo de vida más liberal y, en cierta forma, más avanzado, lo hizo creer que quizá Eliza comenzaba a aburrirse de él.

Se dijo a sí mismo que jamás le perdonaría una infidelidad a Eliza, pero luego se sintió egoísta por darle demasiadas vueltas a unas sospechas sin fundamento en lugar de festejar todo lo bueno que le sucedía a su novia.

—¡Ahg! —se quejó al escuchar su teléfono sonar, al ver que se trataba de Eliza una vez más—. Demasiado drama por hoy.

La mañana siguiente, el corazón de Carla se emocionó al subir al autobús, ya que miró un asiento vacío justo al lado de Diego quien iba dormido.

Ella se sentó a su lado y lo observó. Le pareció ridículo como es que, aún dormido, Diego no dejaba de verse atractivo.

«¿Cuáles serán sus sueños? —pensó con la vista perdida en las enormes pestañas del chico—. Será inútil encontrarle algún defecto como me dijo Talía. ¿Cómo puedo dejar de quererlo?».

Carla bostezó y también cerró sus ojos, el sueño la venció a tal punto que, entre tantos cabezazos, tuvo que apoyar su cabeza en el hombro de Diego, entonces este despertó al contacto.

Diego abrió sus ojos y miró a Carla, le pareció muy bonita y tierna aún dormida y se preguntó cómo sería enojada, porque él ya la había visto alegre, triste, avergonzada, seria, pero jamás enojada. ¿Cómo sería ella en ese ánimo? ¿Sería igual a Liza?

Luego de algunos minutos, Diego miró la preparatoria a través de la ventana y, sonriente, volvió a cerrar sus ojos.

—¡Servidos! —anunció minutos después el conductor y Carla abrió sus ojos, dejó de apoyar su cabeza en el hombro de Diego y se ruborizó cuando miró que él la miraba risueño.

PiñaWhere stories live. Discover now