Rebanada 21. Arrepentimientos.

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Luego de regresar de la ciudad, Carla no tardó en ir a casa de Diego con el propósito de aclarar sus verdaderos sentimientos, sin embargo, por más que llamó a la puerta, nadie le abrió, esperó afuera por una hora, pero nadie llegó.

Eliza:
¡Hola!

Diego:
Hola.
¿Cómo te fue?
Aunque ya he leído algunas noticias y en todas dicen que estuviste genial. Felicidades.

Eliza:
Gracias.
Estuve perfecta. 🤭

Eliza:
¿Ya me vas a explicar por qué no viniste a verme? Si no me dices, jamás te voy a perdonar.

Diego:
Ocurrió algo.
De hecho estoy en la ciudad en casa de mi hermana.

Eliza:
¿Estás en la ciudad y no viniste al concierto?
¡Te quiero matar! 😡😭
¡En fin! ¡Hay que vernos!
Ya terminaron mis presentaciones. Te estás tardando en traerme un ramo de rosas con una nota que diga:
“Discúlpame, preciosa Eliza, por ser el ser más idiota del mundo”.

Diego:
Mi abuelo falleció hace un mes y no tengo ánimos para hacer nada.

Apenas leyó el mensaje de Diego, Eliza lo llamó por teléfono.

—Lo siento mucho —dijo en cuanto él contestó—. ¿Cómo te sientes? ¿Puedo ir a verte?

Diego, con un nudo en la garganta, respondió:

—No te preocupes. Estoy bien.

—¡No! Voy a verte ahora mismo. ¡No te muevas de donde estás!

Dicho esto, ella colgó, pero él no le dio más importancia y continuó dormitando.

Pese a ser las primeras horas de la tarde, la habitación de Diego estaba a oscuras ya que las persianas apenas y permitían la entrada de la luz del Sol; si bien, el silencio no reinaba en la casa debido a la presencia de su hermana mayor y el bebé de esta, el adolescente solo percibió la música de sus audífonos mientras que, recostado en su cama, mantuvo su mente llena de remordimientos y pensamientos sombríos que hace tiempo no lo invadían.

—Dieguis —llamó su hermana al entrar en la habitación—, ya llegó de trabajar Arturo, iremos a la plaza. ¿Quieres ir?

—No, gracias. Me duele la cabeza. Quiero dormir.

—Te duele porque no has comido. ¿Por qué no vienes? Sirve que pasamos por unas hamburguesas —ella esperó una respuesta, pero ante el silencio, solo atinó a decir—: En el refrigerador hay sopa.

Su hermana se retiró junto a su familia y la casa quedó sumergida en un breve silencio hasta que la puerta de la habitación de Diego se abrió y Eliza entró.

—Tu hermana me dejó pasar mientras se iba a la plaza —explicó ella al ver un ligero susto en el rostro de Diego.

Eliza se acostó a su lado y lo abrazó, percibió en él la rigidez de quien no espera ni desea un acercamiento de ese tipo.

—Te dije que estaba bien —musitó Diego.

Ella le quitó los audífonos, recostó su cabeza en el pecho de él, cerró sus ojos y preguntó:

—¿Es verdad lo que dices? Porque no te ves bien. Puedes hablar conmigo, quiero escucharte.

Algunos segundos después, Diego confesó con la voz entrecortada:

—Tuvo un paro cardiaco. Cuando llegué lo encontré muerto, discutí con él esa mañana y preferí ir al cine… No dejo de culparme, si me hubiera quedado a su lado, nada de esto habría pasado… Tuve la culpa de lo que ocurrió. Liza, nadie lo dice, pero sé que todos piensan eso… Yo pienso en ello... Si yo no hubiera...

PiñaWhere stories live. Discover now