Rebanada 28. Detrás del sombrero.

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La mañana siguiente, Talía y Mariana esperaron en la puerta de la escuela a Carla quien, traída por su padre en el auto, apenas descendió, fue recibida por abrazos y demás mimos de sus amigas debido a su cumpleaños.

Una vez que terminaron de hacerse cumplidos por lo bien que lucían en sus disfraces de mariachis, las tres bajaron los postres del automóvil y, animadas, se dirigieron a su salón en donde el resto de sus compañeros ya le daban los toques finales a su restaurante.

A pesar de toda la gente que estaba en el salón y el movimiento que allí se vivía, los ojos de Carla en un instante hallaron a Diego, quien se encontraba al fondo del salón colgando un adorno.

Él se percató enseguida de la presencia de ella y ambos se dedicaron una sonrisa hasta que Carla, ilusionada, fue al área de cocina para acomodar los postres.

—Ve a saludarla —animó Félix a su amigo ya que, al estar a un lado de Diego, se había percatado de todo.

Diego terminó de poner el adorno y, junto a Félix, se acercó a Carla.

—Feliz cumpleaños —pronunció Diego al pararse detrás de ella.

Carla volteó, le sonrió y, feliz, recibió el abrazo de él.

—Logré acercarlos más —dijo en secreto Félix a Talía quien miraba emocionada el abrazo de sus amigos— y recuerda que me prometiste hacer cualquier cosa por mí. Ya pensé qué es lo que quiero. Quiero que seas mi esclava durante toda la preparatoria.

—¡Nombre! Estás bien imbécil si piensas que voy aceptar servirle a un hobbit.

—¡No soy un hobbit, maldita señora de los gigantes! Si no quieres eso, entonces sé mi esclava por un día.

—No. Solo haré una cosa, así que piensa bien en lo que me vas a pedir.

Minutos más tarde, Carla avisó a sus amigas que no desfilaría pues quería quedarse a preparar la comida, dicho esto, una vez que Talía y Mariana abandonaron el aula, ella se acercó a la cocina y dijo a Diego, quien terminaba de hacer el inventario de la comida:

—Diego, Ve al desfile, yo me encargo del resto.

—No, vete tú. Yo me quedo con Pepe para terminar de acomodar todo y tenerlo listo cuando lleguen del desfile.

Carla, al mirar que Pepe rebanaba la carne abatido, insistió:

—Me quedo contigo, Navarrete, dejemos ir al pobre Pepe —José alzó la mirada llena de esperanza al escuchar eso—, después de todo, yo soy la subjefa y es mi responsabilidad hacerme cargo de las cosas aburridas.

—Pero también es tu cumpleaños —replicó Diego— y seguro quieres ir a ese desfile.

—No, está bien. No me emociona hacer el zapateado tapatío debajo del sol.

Dicho esto, José limpió sus manos, tomó su mochila y salió agradecido del aula.

—José quería desfilar junto a algunos de nuestros compañeros del año pasado —explicó Diego una vez que quedó a solas con Carla—, los ridículos se compraron disfraces de dinosaurios.

Carla rio hasta que su celular comenzó a sonar, al ver que se trataba de Sebas, de inmediato contestó mientras salía del salón:

—¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Todo bien?

—Sí, algo así, oye —respondió Sebastián apresurado —, sigo en casa de Luis, estamos haciendo las aguas frescas…

—¿Aún no acaban? Pensé que se habían reunido anoche para terminarlas…

PiñaWhere stories live. Discover now