PRÓLOGO

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¿Me extrañabais? Yo a vosotras sí. Hacer esto se ha vuelto una costumbre, pero qué mejor que adentrarse en una historia que contándote una historia previa. Coge asiento y comida, porque hoy te voy a contar una historia diferente. Aquí no hay balas, pero sí otra perspectiva de ver el mundo.

Esta vez, no tenemos que irnos muy atrás en el tiempo, solo unos tres años, a un sorprendentemente y raro día de verano soleado de 2019 en Londres, más concretamente al Palacio de Buckingham. ¿El por qué? No seas ansiosa, patito, todo a su debido tiempo.

Estábamos en una sala grande y con poca gente dentro, aunque tampoco hacen falta más personas para presenciar lo que estaba aconteciendo en aquel instante, ya que, dentro de poco estaría circulando por todos los canales de noticias y redes sociales. Seguro que en unas horas este asunto sería trending topic en Twitter.

Avalon había estado esperando tanto ese momento que incluso pensaba que era un sueño y no la realidad. Veía tan lejos que aquello estuviese pasando, que le costaba hacerse consciente de que no era una farsa ni una ilusión más. Pero no, no era un sueño, era verdad, y estaba sucediendo en ese mismo momento.

Le temblaba todo el cuerpo, y no era para menos. Sus manos sudaban tanto que tuvo que limpiarlas en su impoluto pantalón de traje, ese que odiaba ponérselo porque la tela no le favorecía, pero ese era el menor de sus problemas en aquel momento. Podía soportar eso si eso hacía posible el después.

No estaba escuchando el discurso que estaban dando, no le interesaba ni lo más mínimo. Lo que hacía era mirar a su hermano, que miraba un punto fijo en el suelo, tan nervioso como ella, mientras se sumía en sus pensamientos, o más bien, imaginando sus pensamientos.

La mano de su hermano buscaba la de ella como señal de que sienten el nerviosismo del otro. Su hermano, Will, trazaba círculos en el dorso de su mano, gesto que siempre la tranquilizaba desde que eran niños, pero solo le valía si la caricia venía de él. Avalon miró a Will un segundo, devolviéndole una sonrisa cálida, acogedora y esperanzadora, hablando con él mediante miradas gracias a la conexión que desarrollaron como hermanos mellizos.

Ambos esperaban aquel momento como agua de mayo, como una oportunidad de vivir la vida que siempre quisieron vivir. Cada uno tenía sus razones propias, pero que confluían en un mismo objetivo, uno que ya podían sentir y casi tocar con sus propios dedos.

Los dos se engancharon al hilo del discurso cuando nombraron a Avalon por ser la primera en nacer por escasos dos minutos. Los dos minutos del infierno.

Ella se levantó de su asiento, se alisó el pantalón y tiró de la parte baja de la americana blanca a juego de su traje antes de caminar hacia el pequeño altar improvisado que habían puesto en el despacho donde estaban. Su pelo castaño se ondeaba con cada paso que daba y sus tacones de aguja llenaban el silencio asfixiante de ese lugar.

Levantó la mirada cuando llegó frente al obispo y al primer ministro, que la miraban sin expresión en sus rostros. Ella se enderezó, no por mantener una buena postura, sino porque se estremeció al tener tantos ojos puestos en ella. Hasta había algunos miembros de la cámara de los lores presenciando el acto.

Le hacían señas para que pusiera la mano izquierda sobre la Biblia y recitase las palabras que más había ansiado decir en los últimos meses tras la muerte de su padre, el rey de Inglaterra.

—Yo, Avalon Casterwill, hija del difunto rey de Inglaterra y heredera legítima de la corona británica, declaro ante los presentes y para el pueblo de Inglaterra, en pleno uso de mis facultades mentales, el deseo de renunciar a mi derecho como heredera al trono, renunciando a mi vida como monarca de este país, delegando mi derecho de gobernar a mi hermano, William Casterwiill.

Avalon soltó todo el aire retenido hasta el momento, sintiendo como su corazón latía desbocado y golpeaba con fuerza contra su pecho.

—¿Estás segura de esto? —preguntaron al unísono las dos personas frente a ella.

—Sí —una respuesta simple y escueta, pero llena de ilusión y satisfacción por haberla dicho.

Le pasaron un papel que debía firmar. Avalon tembló cuando cogió la pluma y estampó su firma en aquel documento tan especial.

El obispo asintió, señal para que ella se hiciera a un lado, cediéndole el turno a su hermano, que hizo exactamente lo mismo que ella.

Con su traje negro estilo italiano que se ceñía a su cuerpo, Will dio pasos seguros hacia donde su hermana había estado segundos antes, aunque el sentía la urgente necesidad de tocar el anillo que adornaba uno de sus dedos en la mano derecha.

Sin vacilación, puso la mano sobre la Biblia, tensando su mandíbula antes de decir las palabras de la libertad.

—Yo, William Caterwill, hijo del difunto rey de Inglaterra y hermano de Avalon Casterwill, la heredera legítima al trono de Inglaterra, declaro ante los presentes y para el pueblo de Inglaterra, en pleno uso de mis facultades mentales, mi deseo de prescindir del derecho al gobernar este país cedido por mi hermana melliza, cediendo este derecho legítimo a nuestro hermano menor, Henry Casterwill.

Él firmó al lado del garabato de su hermana, sintiéndose plenamente orgulloso de lo que acaban de hacer.

—¿Estás seguro de esta decisión?

—Nunca he estado más seguro que ahora mismo —respondió él alzando la barbilla.

Se unió a su hermana en un lateral, cogiéndola de la mano y apretando su mano, como si fuera una confirmación de que está pasando.

Se miraron y se observaron el brillo flamante que había en sus iris verdes, oscuros como las copas de los pinos al anochecer.

Por último, llamaron al altar improvisado a su hermano menor, Henry, que apenas había alcanzado la mayoría de edad hace un mes.

—Yo, Henry Casterwill, hijo menor del difunto rey de Inglaterra, acepto la delegación del derecho a gobernar este país.

Con aquellas palabras, se selló la libertad de los mellizos, dándoles de forma ficticia, las llaves de su libertad, la libertad de ser quienes quisieran ser y de no tener que hacer lo que se esperan de ellos.

La libertad de ser simplemente ellos, Avalon y Will, y no los herederos a una corona que nunca pidieron portar.

—Somos libres, Will —le susurró ella.

—Somos libres, Avalon —le devolvió el susurro.

Ambos sonrieron, esta vez con la sonrisa más verdadera que han podido lucir en meses.

Tierna la escena, ¿verdad? Yo sé que sí. Si quieres saber qué es de sus vidas, quédate y adentrarte en esta maravillosa historia que va más allá de lo que aparenta esta introducción.

Solo te diré una cosa, déjate guiar por lo que lees y disfruta. Nos vemos pronto. Hasta entonces, vive la vida y siente cada instante como si fuera el último, patito.

 Hasta entonces, vive la vida y siente cada instante como si fuera el último, patito

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La aventura comienza. Nos leemos pronto. Con amor, Lau.



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