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— ¡Devon! —escuché a la lejanía una voz conocida que me taladró los oídos.

De pronto, mi cuerpo recibió una fuerte sacudida que me hizo despertar de golpe, haciendo que mis ojos y cabeza dolieran al recibir el destello de una luz.

— ¡Jesús! que tengo quince minutos llamándote—lo primero que enfoqué fue la molestia en la cara de mi madre, me veía con desaprobación—. Son las diez de la mañana, despierta, hay cosas que hacer.

Cada palabra suya penetró mi cerebro, la voz de mi madre llegaba a sonar quisquillosa, un poco chillona y nada agradable para una persona recién levantada.

—Mamá... —dejé la mención a la mitad cuando recordé que la noche anterior a ese día, yo me encontraba en una fiesta, con Thea, queriendo hablar con Preston. Y los acontecimientos llegaron a mi mente como flagelos sin membrana, borrosos, pero casi completos.

— ¿Qué pasa, Devi?—mi madre se acomodó en la cama y el dorso de su mano tocó mi frente—. De pronto te pusiste pálida.

Cerré y abrí los ojos rápidamente.

—Porham, me caías excelente, casi nadie en este mundo logra tal cosa, es una lástima que todo tenga que terminar así.

El fragmento llegó, las palabras, mi estado, el miedo.

—Anoche —comencé, sin saber cómo formular la pregunta sin alterar a mi madre—, ¿Thea me trajo cómo a qué hora?

Mi cerebro aún quería creer que, quizá, mi imaginación se fue a Neptuno y lo que realmente sucedió fue que me emborraché y Thea me dejó en casa. Eso quería creer, pero en mi mente esa voz se repetía, tan realista.

—Pregúntale a tu padre, él te recibió. Yo me quedé dormida súper temprano porque hoy hay deberes que hacer, así que despierta bien, Devi, ¡muévelo!—dictaminó mi madre, se levantó de la cama, y salió de la habitación dejando a su paso aquella fragancia de rosas y vainilla.

Me puse de pie, lo más extraño: El mundo no me dio vueltas como típicamente lo hacía, los síntomas de la resaca ni los sentía.

Eso significaba que: No había bebido tanto como para olvidar, o ver alucinaciones.

Lo segundo que detallé al estar de pie fue mi aroma, desprendía un leve olor a perfume masculino, pero desconocido.

¡Jesús! todo se me hizo tan extraño que me dieron ganas de abrir un caso como los de Sherlock Holmes.

Una larga respiración le trató de ejercer a mi cabeza un poco de claridad, más no pude ver más allá de mi vestimenta o el dolor que sentí cuando moví el cuello.

—Estas cosas solo me pasan a mí —murmuré con resignación, y me fui a cambiar para ir a enfrentar a mi padre.

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Terminé de bajar las escaleras y caminé en dirección al salón, seguro mi padre se encontraba ahí, viendo televisión o algo parecido. Los sábados nadie en casa hacia nada, salvo mi madre, que quería donar cosas a la iglesia, visitar a personas con discapacidad, hacer todo lo posible para dejar a la familia Rutherford en un pedestal frente a la sociedad. Sabía que su motivo no tenía nada que ver con la caridad, al contrario, ella quería alcanzar un límite de prestigio inigualable. Algo que al recordar solo quedara por decir: Esa familia es la mejor del pueblo, sin duda.

En ocasiones me gustaban sus métodos para posicionarse en lo más alto, eso llamaba la atención, y yo quería la atención de una persona en específico, aquella por la cual me encontraba tan confundida un sábado por la mañana.

Blut - [Más allá del infierno]Where stories live. Discover now