veintinueve

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ESTEATITA

—Sube.

Me estiro sobre el asiento del copiloto y le abro la puerta. Wonwoo me mira a través de la ventanilla, con un montón de correo en la mano. Acabo de llegar de la universidad y, según conducía por el camino de entrada, lo he visto.

Necesito que se suba.

—Venga, vamos —le digo.

Abre del todo la puerta y se sube, dejando el correo con cuidado sobre el salpicadero. Pongo una mano en su reposacabezas y salgo marcha atrás.

Wonwoo va observando la ciudad a través de su ventana mientras bajamos la montaña en dirección a la playa.

—¿Paua Shell Bay? —me pregunta, buscando algo en el correo... por décima vez.

—Como en los viejos tiempos.

Sigue revolviendo el correo.

—¿Fish and chips?

—¿Tienes hambre? —pregunto.

Su respiración parece más pesada que antes.

—No tienes ni idea del hambre que tengo.

Freno con demasiada fuerza y nos sacudimos hacia delante, los cinturones presionando contra nuestros pechos.

—Lo siento —le digo. Su expresión es ilegible. Ilegible pero cansada—. Yo también tengo hambre.

Su mirada va a mi boca, pero rápidamente se gira a mirar por la ventana.

Aparcamos en el muelle y nos metemos los fish and chips bajo las cazadoras, subiéndonos las cremalleras solo hasta la mitad. Nos quitamos las zapatillas y las dejamos en el coche.

La brisa marina nos azota el pelo y las gaviotas graznan sobre nosotros, precipitándose sobre el agua en busca de algo de comer. Nuestros pies se hunden en la arena húmeda mientras caminamos por la orilla. Cada varios pasos, el agua fría del océano nos roza los tobillos. Wonwoo está mirando el horizonte, a los nubarrones negros que se acercan.

El aire huele a lluvia, pero ninguno de los dos tiene prisa. ¿Qué importa si nos mojamos? «No estamos hechos de azúcar», diría Seulgi.

Tengo los dedos grasientos por las patatas fritas, pero la sal está deliciosa, así que me lamo el pulgar y el índice.

Ya no me quedan, pero seguiría comiendo.

—¿Wonwoo?

Se gira a mirarme, con gesto cansado, como si aún no estuviera listo para hablar.

Me acerco más a él, fijando mis ojos en los suyos, sintiendo esa cálida llama entre nosotros.

Meto la mano en su cazadora y le cojo unas cuantas patatas.

—¡Oye! —dice, soltando una risa llena de alivio—. Que tú tenías las tuyas.

—Sí, pero es que tengo muuucha hambre.

Coge aire, justo cuando unas gotas de lluvia me caen sobre la nariz y la mejilla.

—Mingyu...

Un graznido agudo.

Una gaviota se posa en su antebrazo con todo el atrevimiento del mundo, metiendo el pico en su cono de patatas. Wonwoo está ahí quieto, sorprendido, y me mira como rogándome que me deshaga de ella.

Me río con tantas ganas que me lloran los ojos y mis intentos para ahuyentar a la gaviota son, cuando menos, inútiles. Un trueno es lo que al final asusta al pájaro y convierte la ligera llovizna en un torrente de agua.

Te quiero - MinwonWhere stories live. Discover now