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Buenas madrugadas, tremendo insomnio.
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Sin embargo, Amelia no estaba nerviosa, sino más bien preocupada pues, a decir verdad, no tenía ni idea de cómo se plantaría delante de Marcelino sabiendo lo que sabía.

La cena transcurría de manera extraña, Manolita se estaba comportando como lo que era, un amor de persona que había sido capaz de sobreponerse a todo lo acontecido con su hija.

Marcelino, si bien estaba más serio de lo habitual, se comportaba de manera educada y amable con una Reina Roja que sentía cierto remordimiento al ver a los padres de su novia.

La empresaria, por su parte, como era lógico, se dado cuenta de la cierta seriedad de su padre y de la pequeña incomodidad de su novia y aunque lo entendía, deseaba que todo se normalizará, que el ambiente dejará de estar tan enrarecido y pudieran disfrutar, todos, de la felicidad que ella sentía al tener a todas las personas más importantes de su vida en la misma mesa.

Durante gran parte de la cena, la conversación la monopolizaron Luisita y Manolita. Intentando, ambas, hacer participe de su charla a Amelia y a Marcelino pero parecía que ni hubo de los dos estaba muy por la labor de salir de sus pensamientos.

Tampoco ninguno sabía bien qué decir. Amelia entendía a su suegro. No debía ser fácil para el, siendo un policía retirado, creer en la palabra se una ladrona por mucho que ella hubiera demostrado cuanto quería a Luisita.

Para Marcelino, sim embargo, la cuestión era otra. El sabía, porque lo había vivido de primera mano, Amelia podía estar siendo totalmente sincera, sabía que cuando decía que había dejado esa vida era cierto, porque había visto como ocurría esto mismo en el pasado. De igual maneraz era consciente de que, en el camino, Amelia se habría ganado alguna que otro enemigo y eso era precisamente lo que le asustaba. Porque no sería capaz de hacer a ver sufrir a su pequeña por un abandono.

Terminaron de cenar y Amelia suspiró, empezaba a creer que aquella cena no terminaría tan bien como había imaginado y eso le frustraba, porque no quería que Luisita pasara un mal rato.
Durante la sobremesa Luisita hablaba animadamente con su madre y ella sonreía a su chica e intentaba no mirar demasiado a un Marcelino que parecía muy lejos de allí.

- Voy a ir a preparar una copa – Habló por fin el hombre mientras se levantaba con parsimonia - ¿Queréis algo? – les preguntó.

- Yo me tomaría un café – sonrió.

- ¿Un café ahora, cariño? – preguntó, Marcelino las miró – luego no vas a dormir.

- Ya, pero es que la cena ha sido muy pesada y me apetece – se encogió de hombros.

- Yo la verdad, es que me tomaría otro – corroboró Manolita mirando con cariño a su marido.

- Pues voy a prepararlos – dijo saliendo de la sala.

- Amor, ¿tú no quieres nada? – le preguntó.

- Yo creo que me voy a tomar otra copita, como tu padre – dijo sonriendo a la rubia que negó con la cabeza también sonriente – voy a ayudarle – se levantó también.

Se dirigió a la cocina en silencio, escuchando de fondo la charla que tenían Luisita y su madre. Llegaron a la cocina y aún en el umbral Amelia se quedó parada viendo cómo Marcelino disponía todo con pausa.

- Supongo que no estás muy contento con mi presencia aquí, Marcelino – dijo mientras se acercaba a ayudarlo.

- La que tiene que estar contenta es mi hija, y parece que lo está – contestó mirándola un segundo.

- Ya – bajó la cabeza – Marcelino yo quiero que sepa que quiero a sí hija más que a nada en el mundo y que jamás, jamás quise que le pasará nada – dijo nerviosa – pero todo se complicó y…

- Sé que no quieres hacerle daño – dejó lo que estaba haciendo y la miró con un gesto que Amelia definió como comprensión y miedo – pero en el mundo en el que te has movido es fácil crear enemigos y más fácil aún que vayan a por la gente que quieres, créeme, lo he visto muchas veces.

- Ese ya no es mi mundo – continuó con seriedad – y no volverá a serlo.

- Si supieras la de gente que ha dicho eso y luego cae de nuevo – se lamentó.

- No será mi caso – continuó – porque no haré nada que ponga en peligro mi relación con su hija, al contrario, lo único que quiero es hacerla feliz.

- Entonces eso es algo que tenemos en común – Marcelino sonrió levemente.

- Creo que también tenemos el común el amor por el Atleti – dijo Amelia con una sonrisa y Marcelino amplió la suya.

- Me caes un poco mejor ahora que sé que eres colchonera.

- Hay otra cosa que tenemos en común – dijo tras unos segundos de silencio
- ¿Cuál?

- El padre biológico de Luisita – Marcelino la miró abruptamente – sé lo que pasó.

- Debí imaginarme que en vuestro mundo os conoceríais – afirmó bajando la mirada - ¿Luisita lo sabe?

- No, no me corresponde a mí – contestó con cautela la Reina Roja – pero tiene derecho a saber la verdad – afirmó – tiene derecho a saber la verdadera historia de su padre, lleva demasiado tiempo creyendo una historia que no es cierta.

- … - Marcelino quedó callado ante sus palabras.

- No juzgo lo que hicieron porque sé que lo hicieron pensando en su bienestar. Pero Luisita lleva años luchando contra el sentimiento de abandono y orfandad que le generó aquello. Sé que debes estar muerto de miedo, Marcelino porque los dos conocemos a Luisita y esto no le va a gustar – continuó y Marcelino aguantó estoico el envite – sé que tiene miedo a perder la porque es el mismo miedo con el que yo viví desde el instante en que me enamoré de ella.

- No sé si… - bajó la cabeza y por primera vez en años Marcelino Gómez no sabía qué decir.

- Sé que la adoras y sé porque hicisteis lo que hicisteis, pero Luisita ha crecido odiando al hombre que le dio la vida porque cree que la abandonó, no ha tenido la oportunidad de saber qué fue realmente lo que pasó y creo que ha llegado el momento de que lo sepa – quedó un segundo en silencio – la gente que perseguía a su padre ya no está y él es libre – Marcelino la miró, porque tenía toda la razón, ya no había motivos para que Arturo no volviera y retomara su vida. Ya no había motivos para mantener aquea mentira – creo que ha llegado la hora de que le cuente toda la verdad a su hija.

- ¿Cuánto le queda a ese café? – preguntó Luisita entrando en la cocina con una sonrisa en los labios. Sin embargo, la sonrisa se congeló al ver el panorama y verlos tan serios - ¿Ocurre algo? – quiso saber mirándolos alternativamente a ambos.

- Nada, cariño – dijo la morena desviando la mirada hacia su novia – solo hablábamos – sonrió y Marcelino agradeció que no insistiera y que le dejara su tiempo.

- ¿Seguro? – preguntó dubitativa – estáis muy serios ¿Seguro que no pasa nada?.

- Amor tranquila que no pasa nada – reiteró la morena intentando desviar la atención.

- En realidad sí que pasa algo – habló al fin Marcelino – ven, vamos al salón con tu madre, os tengo que contar algo, es importante.

- No me asustes, papá – pidió la rubia súbitamente preocupada.

- Tranquila, no es nada malo – aseguró el hombre saliendo al salón de nuevo.

Llegaron al salón y Manolita también noto el cambio de humor. Preocupada quedó esperando a que todos tomarán asiento y cuando lo hizo, sintió temblar a su marido como nunca antes lo había sentido.

- Marce, ¿Estás bien? – preguntó preocupada.

- Sí – contestó con un hilo de voz.
- Doce que tiene algo que contarme – intervino la rubia.

- Es a las dos en realidad – bajo la mirada y tanto Manolita como Luisita se miraron extrañadas – os pido por favor que me dejéis terminar.

- ¿De qué va todo esto? Porque me estoy empezando a poner nerviosa – dijo la rubia.

- Cariño, tranquila – Amelia tomó la mano de Luisita entre las suyas intentando calmarla – escúchalo.

- Esta bien, tú dirás – miró a Marcelino.

- Es sobre tu padre – Luisita siguió y Amelia apretó más el agarre de sus manos – hay algo que tenéis que saber, veréis hace años él…

Marcelino les relató todo lo acontecido años atrás. Les contó cómo había perseguido a Arturo después de un par de robos y les explicó cómo el mismo Arturo había sido quién se había puesto en contacto con él al darse cuenta del lío en el que se había mentido.

Les contó, ante la mirada de una Luisita que no podía creer lo que escuchaba, como había logrado desarticular toda trama de corrupción, robos, chantajes y asesinatos gracias a que el mismísimo padre de Luisita había logrado las pruebas necesarias y miró a los ojos de su hija cuando le explicó que su padre no murió, ni la abandonó, sino que fue él mismo quien logró que ingresara en el programa de protección de testigos por miedo a las represalias que sus actos pudieran traer.

Les explicó que Arturo decidió desaparecer para protegerlas, para proteger a su niña y que nunca pudo ponerse en contacto con ella por miedo a que le ocurriera algo.
Luisita sentía las lágrimas recorrer su mejilla y lo podía articular palabra alguna. Su cerebro apenas era capaz de procesar toda aquella información y mucho menos entender lo que significaba. Estaba aturdida y en shock.

- Eso - miró a su padre - ¿Eso es verdad? – consiguió decir - ¿Es verdad? – repitió elevando un poco la voz.

- Luisita, cariño, respira – pronunció Amelia al identificar su tono.

Hizo un silencio tenso entre ellos y finalmente, los ojos de la rubia se llenaron de lágrimas que frenó con algo de esfuerzo.

- Tengo que irme – dijo levantándose con rapidez pues necesitaba salir de ahí.

- Luisita, espera – salió tras ella, dejando a Marcelino y Manolita en el salón quienes tienen tenían mucho de lo que hablar – cariño, espera, por favor – le dijo tomándola del brazo ya en la calle junto a su coche.

- ¿Qué quieres Amelia? – preguntó con ojos cristalinos.

- Solo quiero estar contigo.

- Y yo solo quiero irme a casa – dijo abriendo el coche.

- No te puedes ir así, cariño, estás muy nerviosa – decía preocupada.

- Amelia, déjame un poco en paz – contestó de mala manera.

- No, amor, no te voy a dejar – y se subió al coche en el lado del conductor – no voy a dejar que vayas sola.

- Como quieras – aceptó pues no tenía ganas ni de discutir con ella ni de mantener una conversación con nadie.

Arrancó y a una velocidad más alta de la habitual en ella, se internó en el tráfico. Durante el trayecto no dijo ni una sola palabra. Era como si no dejara de pensar en lo que Marcelino le había contado. La reina roja, por su parte, la miraba preocupada, sabía lo que le pasaba y pensó, que tal vez, habría sido mejor no decirle nada. Poco tiempo después, Luisita paró frente al edificio de Amelia.

- Cariño ¿Estás bien? – preguntó con cautela.

- Sí – soltó con demasiada seriedad como para que fuera verdad.

- Anda, mi amor, aparca – decía con cariño – subes conmigo a casa y hablamos de ello.

- No me apetece – contestó sin mirarla.

- Luisi, por favor.

- Amelia, no me apetece. Quiero estar sola - dijo de una manera algo fría.

- No creo que debas estar sola ahora y yo solo…

- ¡Amelia, para! – Gritó cortándola – quiero estar sola, ¿vale? – Rebajó un poco el tono – así que por favor, bájate del coche.

- Está bien – aceptó y se bajó pues sabía que, en esos momentos, Luisita necesitaba su espacio. Necesitaba pensar en lo que había pasado y aclararse ella misma para después, poder aclarar toda esa situación – llámame luego, por favor.

- No tengo ganas de hablar con nadie, Amelia – dijo sin dejar de apretar el volante.

- ¿Ni siquiera conmigo? – preguntó poniendo morritos en un intento de sacarle una sonrisa.

- ¿Cuánto hace que sabías todo esto? – le devolvió la pregunta con otra, la miró por fin, con unos ojos que le dijeron que estaba bastante enfadada y dolida.

- Hace algún tiempo – contestó con sinceridad, porque lo último que quería en ese momento era mentirle.

- Pues eso – terminó de decir, mirando de nuevo la frente, esperando a que Amelia cerrara la puerta para poder marcharse de allí.

Y la morena lo hizo, cerró la puerta del copiloto y vio como el coche se alejaba de su campo de visión, y no hizo nada, no pudo hacer nada porque sabía, que Luisita en ese momento no atendía a razones y que necesitaba su espacio y su tiempo para procesar y entender todo aql.

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Pues nada, buenas noches 😂

La Reina RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora