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Un día después, y de vuelta en el hogar de Ethan Cavalier, pero sin la presencia de Ethan Cavalier, Alessandra apretó los dientes mientras se mantenía en la cama de la habitación que se le fue dada.

    Tomó una, dos, díez respiraciones, y el impulso que arruinaría sus planes fue calmado.

    Le dolía el cuerpo, en serio le dolía. El bastardo que le había golpeado realmente la jodió, y no de la manera que le gustaba.

     Pero sirvió, o eso fue lo que se repitió, puesto que nada surgió como lo espera, teniendo en cuenta que:

     1. Se la pasó por demasiado tiempo en un asqueroso hospital.

      2. Su objetivo la trivializó.

      3. Su objetivo no la llevó a casa.

      4. Ella no pudo completar su trampa.

      5. Le dolían las piernas horrible.

     ¿Y qué ganó ella con su farsa además de una paliza? Un beso, un beso que no tenía sentido.

     Alessandra ya estaba ideando cómo usarlo, a pesar de todo. Cualquier cosa que Ethan le diera, por más mísera que sea, ella lo tomaría como una herramienta valiosa para tenerlo.

      Justo con ese último pensamiento, en la televisión, aquella que no observaba porque estaba pensando demasiado, apareció, se repitió una imagen:

     Ethan Cavalier y Melinna Helvet compartiendo un beso.

      Alessandra se reincorporó un poco, sólo un poco en su lugar, haciendo una mueca por el dolor. Escuchó atenta, escuchó atenta cada palabra que la nota de noticias que se presentaba.

     No había novedad; aún todos se preguntaban si se casarían, y por supuesto, exactamente cuándo y dónde se realizará la boda.

      El celular de Alessandra prontamente vibró. Ella lo alcanzó, sin verlo, y no se preocupó en lo absoluto por que la escuchen porque se acostumbró a hablar bajo, y la sirvienta o lo que sea que fuera, era la única persona en la propiedad.

     —No puedo creer que hayas permitido que te golpeara —soltó la persona en la otra línea—. Está por todo Facebook, Ale. Dijiste que no volverías a incitar a la violencia cuando se trata de un plan.

     —Lo sé, pero vi la oportunidad y la tomé —respondió, tocando una herida en su rostro—. Explotó muy ridículamente rápido cuando hablé del tamaño de su pene. Por un momento creí que trataría de empujarlo en mi garganta como el tipo de la vez pasada.

    Su amiga soltó un sonido desagradable.

     —¿Este lloró como el otro?

     Alessandra hizo memoria, y se decepcionó.

      —No, lamentablemente.

     Valery soltó un sonido igual de decepcionado. Pero se recompuso.

      —Lo hiciste genial —anunció su amiga alegremente—. Estoy leyendo comentarios de los medios ahora mismo y ¡eres tendencia! Todos quieren saber quién es lo suficientemente relevante como para que un hombre tan importante deje de lado su trabajo para visitar a alguien en un hospital de tan baja calidad.

     De nueva cuenta, Alessandra apretó los dientes.

     —Básicamente me miró, y luego decidió que no era importante.

     —¿En serio? ¿No actuó preocupado, al menos un poco? Siempre actúan preocupados.

     —No —contestó, recordando su mirada, y su expresión vacía—, nada de eso. Ni un poco.

Loco por La Loca (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora