Tercera Parte

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Cuando desperté estaba oscuro, y como no tenía idea de dónde estaban las velas, o las lámparas, si es que había alguna, me quedé acostada.

Este cuarto, la casa y todo lo que me rodea me son tan desconocidos como todo lo que me ha pasado desde que intenté entrar a aquella maldita biblioteca. 

No me quedó más que esperar hasta que amaneciera, y cuando la luz natural iluminó la habitación, me levanté de la cama. Justo en ese instante vi cómo brillaba el cristal. ¿Quién podía ser a esa hora?  pensé .

-¿Hola? –saludé a quien fuera tan extraño de molestarme en la madrugada.
-Hola, Scarlett –me respondió el hechicero.
-¿Te das cuenta de que acaba de amanecer? –pregunté falsamente ofendida.
-¿Interrumpí tu sueño? –me dijo, y por un momento creí que se había preocupado.
-No, ya estaba despierta –dije sinceramente, creyendo que ese tipo se sentía culpable.
-Entonces no entiendo tu queja –me dijo en  serio. En ese momento entendí que supuso que le hice una broma –creí que estarías de acuerdo en empezar lo antes posible. Por eso esperé que amaneciera.
-Tienes razón –.Sí que la tenía, pero el estómago me rugía como un león furioso –aunque me gustaría comer primero.

-Adelante –dijo el hechicero-, no pude notar si estaba molesto, o apurado o algo –no tardes.

Preparé el desayuno tan rápido como pude, pues como la primera vez, el hechicero estaba como una presencia invisible pero mágica cerca de mí. En lo que estaba ocupada, su voz me explicaba cómo utilizar simples hechizos. Me dijo que él me ayudaría si era necesario, pero con el tiempo aprendería a hacerlo sola. Que también me transferiría conocimientos básicos. Genial, y eso que dijo que no sería una hechicera.

-¿Las visiones que he tenido son cosa tuya? –le pregunté mientras me llenaba la boca con mi desayuno.

-Lo son –ahora su voz provenía del cristal. No sé cómo funciona el cerebro de este tipo, pero me resultaba tan extraño que se me hacía difícil acostumbrarme –es un efecto secundario de nuestro vínculo, los mareos pasarán, las voces e imágenes se aclararan.

-No lo sé, no me gusta la idea de escuchar las conversaciones de otros, y menos si se trata de mí –le dije jugando con mi comida.

-¿Te molesta escuchar sus conversaciones o que hablen de ti? –preguntó curioso, no burlesco.

-No importa –respondí quitándole importancia. Él tenía un buen punto pero no le daría la satisfacción de decírselo –iré a la casa de Hannah, te hablaré cuando llegue.

No me respondió, la luz del cristal estaba apagada, y tampoco sentía su presencia. Por alguna razón me molestó tanto su silencio que estuve a punto de tirar el cristal. Sí, estaba algo frustrada ¿Para qué mentir?

Me cambié, lavé mi rostro, me peiné lo mejor que pude, y salí de la casa. Estaba tan emocionada por comenzar con la investigación, que apenas me di cuenta de que no tenía idea de donde era la casa de Hannah, ni las tierras de los Donfort. ¿Dónde estoy?

No debo caer en pánico, llamaré a Thomas y él me lo dirá. Pero si le decía que iba ahora, tal vez querría acompañarme y estropear el plan. Si llamo al hechicero, pensará que soy una tonta por no averiguarlo antes. 

Decidí caminar hasta el templo abandonado; estaba igual que ayer, nada especial, nada cambiado. Caminé a su alrededor y me di cuanta de que por donde habíamos salido antes era la parte de atrás, porque la parte de adelante estaba obstruida por los mismos cimientos del viejo edificio. Desde allí se abrían varios caminos, pero había uno central. Me animé por ese, porque me pareció lo más lógico. Y no me equivoqué, pues tras unos veinte minutos de caminata, pude ver cómo me acercaba al pueblo de Duskwood.

Había una vez en DuskwoodWhere stories live. Discover now