El toque de Afrodita

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El joven bajó del avión, atravesó el túnel y bajó la mirada al piso

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El joven bajó del avión, atravesó el túnel y bajó la mirada al piso. No estaba viendo el suelo del aeropuerto, estaba viendo suelo griego. Aquella había sido su ilusión desde que estudiar Cultura Clásica despertó en él el gusto y la curiosidad por la mitología de aquel país.

Y, ahora que se había graduado con honores de la universidad —y un año antes de tiempo—, sus padres consideraban que se merecía un viaje al lugar que llevaba años queriendo visitar.

El recién graduado salió del aeropuerto arrastrando su maleta tras él y observó el lugar con una sonrisa. Estaba muy contento, pensaba que esas serían las mejores vacaciones de su vida.

Cogió uno de los taxis que esperaban a los pasajeros que salían del aeropuerto y le indicó la dirección del hotel en el que iba a hospedarse durante toda la semana.

Por supuesto, no iba a quedarse allí, solo dejaría las maletas y después iría a hacer turismo.

Lo primero que visitó fue el Oráculo de Delfos, donde se sacó algunas fotos con su Polaroid, intentando parecer interesante, algo nada extraño en un hombre de veinte años, aunque no estuviese en la época de los selfies y los influencers.

Corría el verano de 1994, pero algunas costumbres no distan mucho de las que se pueden ver en el mundo actual.

El viajero estadounidense visitó varios lugares importantes de Grecia en los primeros días y dejó el Museo Arqueológico Nacional de Atenas para después de la mitad de la semana, porque lo bueno se hace esperar.

Se había llevado el proyecto que tenía entre manos, aquel que le había procurado una excelente nota en el trabajo de fin de carrera, una carpeta con planos sobre un prototipo que ahora quería hacer realidad: una estructura cómoda para que las personas que con las piernas impedidas pudieran caminar.

Sin embargo, no avanzó demasiado en su investigación, porque estaba aprovechando para ir a todos los lugares que pudiera ver.

Dos hechos importantes sacudieron su idílico viaje y uno de ellos estuvo a punto de estropeárselo.

Un hombre lo amenazó con una navaja cerca de un callejón para que le diese la cartera. El joven, que sabía que entregarle su cartera —donde, además del dinero, tenía toda su documentación— le traería más problemas que enfrentarse a él, le dijo que lo lamentaba, pero que no podía entregársela.

Por supuesto, el atracador no aceptó el «no» como respuesta e hizo un amago de apuñalarlo para que se asustara. Mas no surtió efecto, lo único que logró fue que su «víctima» se asegurase de que no hubiese una estocada real. El extranjero le arrancó la navaja de la mano de un golpe que, por supuesto, el ladronzuelo no se esperaba.

Pero aquella no sería la única sorpresa, pues en ese momento lo rodearon cuatro delincuentes más que no iban armados, pero que tenían aspecto de que iban a darle una paliza por su osadía y que, después, se llevarían su cartera.

Crónicas: Cómo crear un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora