La furia de Ares

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Por mucho que lo intentó, no logró regresar a Temiscira

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Por mucho que lo intentó, no logró regresar a Temiscira. Everett no volvió a ver a su hija.

El paso de los años agrió su forma de ser debido al engaño y a la frustración de no poder recuperar a lo más valioso que tenía en la vida.

Aquella mañana salió de su casa para ir a la universidad, donde estaba terminando su doctorado. Había tardado más de lo esperado porque su cabeza estaba dividida entre eso, su hija y el tener que ocultarles a sus padres que no estaba bien. Al principio había estado a punto de ingresar en un psiquiátrico a la fuerza, porque se negaba a dejar pasar lo que le había ocurrido y sus padres pensaban que estaba delirando. Luego aceptó una mentira: que le había pasado algo malo durante meses y no lo había asimilado bien, creyendo cosas que no eran ciertas... como que tenía una hija.

Desde entonces se puso una máscara que jamás se volvió a quitar en público. Eso sí, pidió poder estudiar en Grecia porque «le gustaba el país», aunque en realidad solo le recordaba a su hija perdida. Cada vez se sentía peor, no creía que fuese a aguantar mucho más y, de hecho, aquel día se despertó con la idea de acabar con su sufrimiento, pero lo pospuso.

—Hola, perdona. —Una voz lo sacó de sus pensamientos suicidas—. Llevo toda la mañana en la biblioteca y vine ahora a tomarme un café para descansar un poco, pero es que no hay ni un sitio libre en la cafetería... ¿te importaría que me siente a tomármelo aquí? No te molestaré.

Everett sonrió, como parte de aquella personalidad que había adoptado para con los demás. El chico que le había hablado iba con una taza de café en la mano. Tenía una expresión muy simpática y sus ojos color miel brillaban como alguna vez lo habían hecho los suyos, que ahora siempre lucían apagados. Su cabello era más claro que el de Everett, que ahora lo llevaba anudado en una coleta.

—Hola. No te preocupes, siéntate y disfruta del café.

—¡Gracias!

—Eres un novato, ¿no? Pareces muy joven.

—Sí, estoy terminando mi primer año. ¿Y tú?

—Estoy con el doctorado de Ingeniería.

—¡Hala, qué pasada! Tiene que ser dificilísimo, ¿no? Yo estoy estudiando sobre deportes, quiero ser profe.

—Es complicado, pero se hace lo que se puede —respondió Everett, de aparente buen humor. El muchacho le caía bien—. Por cierto, me llamo Everett.

—Yo soy Evander. Gracias por dejar que me sentara aquí, eh. Necesitaba despejarme un poco.

—No hay de qué, siempre viene bien descansar. De lo contrario, se te puede quemar el cerebro.

Tras la conversación con Evander, durante la cual compartieron números de teléfono, Everett abandonó la universidad para ir a la farmacia a comprar una caja de somníferos y luego se fue a su casa sin dejar de pensar en su hija.

Crónicas: Cómo crear un monstruoWhere stories live. Discover now