Capítulo 1

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Notting Hill, Londres, Inglaterra

18 de noviembre de 1899


Theodora Bassi pensó que era una buena noche para robar un tren.

Sentía el viento frío de Londres golpeándole el rostro con crudeza aquella noche. Se acercaba el invierno y la ciudad parecía ansiosa por empezar la temporada de veladas frescas al cobijo de una chimenea agrediana. En eso estaban sus pensamientos cuando Nonna dio un brusco giro a su derecha, como iba desprevenida la bota se le resbaló del techo del ferrocarril provocando que cayera sobre su estómago. La velocidad a la que iban la llevó a deslizarse varios pies hacia la parte trasera para luego caer por el borde. Rápidamente lanzó un golpe con su bota para buscar algo en lo que apoyarse y evitar un desastre. Encontró un fierro sobresaliente que pudo usar para detener la caída, pero no veía como volver a subir desde ahí.

La noche no partía de forma prometedora.

Para empeorarla aún más a Nonna no le gustó para nada el golpe que dio con su bota y sin aviso alguno la locomotora saltó sobre los rieles provocando que Theodora recibiera un golpe en la mejilla bastante fuerte, mientras, todavía intentaba buscar una forma de subir. Juraba que mañana le decoraría la piel con un tono morado.

—¡Lo siento, abuela! —Se disculpó con la máquina posando la mano enguantada sobre un trozo de metal. Sabía que con el paso del tiempo Valentia se ponía más y más sensible, además, odiaba los golpes aunque no le produjeran un verdadero dolor.

Los chillidos de Horacio le avisaron que el mono la observaba desde el borde del techo. Su pequeño brazo metálico lleno de engranajes brillaba con el tono rojo de las cápsulas agredianas de primer nivel. Cuando el animal le tomó la mano supo que quería ayudarla a subir, debía de notar que se le estaban cansando los brazos.

—Ve por Lee, Horacio. ¡Por Lee! —Exclamó esperando que fuera lo suficientemente claro para el mono capuchino. ¿A quién quería engañar? Ese mono era más inteligente que la mitad de su banda. No dudaba que pronto aparecería Lee Johnson, su efectuador más entrenado, para salvarle su lindo y congelado trasero. Y, de hecho, en ese instante escuchó los pesados pasos del hombre apresurándose en su dirección.

—¿Theodora? ¿¡Qué haces ahí, niña!? —Estiró sus grandes brazos de piel negra y, como si pesara menos que una pluma, volvió a ponerla sobre ambas botas en el techo del ferrocarril que todavía iba en movimiento—. ¿Qué le dijiste? Sabes que Nonna anda sensible este último tiempo.

Theodora rodó los ojos.

—Solo me tropecé y sin querer le di un golpe. —La expresión que puso el efectuador fue más que clara—. Le pedí perdón y ahora vuelvo a ser la nieta favorita, ¿no, abuela?

Una de las luces violetas del techo se encendió y la chica supo que su abuela volvía a considerarla de la familia.

—Las mujeres Bassi, nunca había conocido criaturas más aterradoras que ustedes —dijo Lee con una sonrisa que mostraba todos sus dientes blancos.

Horacio llegó a su lado y se posó sobre su hombro derecho. El mono solo llevaba una pequeña chaqueta que Namoi le había cocido, después de que insistiera en robarse las de los demás aunque le quedaran grandes. Para Theodora se veía como un hombrecito deforme y peludo.

—Vamos, chicos. Nos espera una carga especial para el Ministerio de Teología y no quiero llegar tarde.

En especial quería olvidar el desastre del mes pasado cuando intentaron robar por error un tren perteneciente a una de las empresas de Zev Garrelson, líder de la O.I.E.N., fue una suerte que salieran con vida de aquel evento. Sabía que necesitaban un éxito para subir la moral de los demás.

Las Cápsulas Agredianas I: La MaquinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora