La Estación, Londres, Inglaterra
21 de noviembre de 1899
Theodora puso las esferas-registro que Mathias obtuvo de la biblioteca de la O.I.E.N., todo de forma tradicional y legal, pues era información pública y las metió en el proyector. El brillo de la cápsula roja que le daba energía a la máquina iluminó todo luego de cruzar varios cristales hasta que salió como una luz blanca que proyectó la primera esfera.
La información de las tres personas que al pasar por el proceso de neumagénesis produjeron una cápsula agrediana de color blanco se proyectó en el muro opuesto. Por supuesto, todos eran integrantes del Ministerio de Teología. Junto a sus nombres y fotografía aparecía información de sus familias, infancias y vidas antes del seminario. Dos hombres y una mujer. Uno de ellos antes de entrar al seminario tuvo una relación amorosa con un compañero del ejército. Del otro y de la mujer no se les conocía romance alguno.
Quizá la ley Catharina Margaretha, de casi dos siglos atrás, permitió que las personas fueran libres de querer a quien quisieran sin juicio legal ni moral alguno, pero parecía que para el Ministerio eso no contaba porque seguían prohibiendo las relaciones en sus miembros. Aunque las únicas tres cápsulas blancas conocidas eran de miembros del Ministerio, quizá debía de tomarse como una señal de que las relaciones amorosas quitaban bondad al alma.
Era una estupidez, ciertamente.
—¿Cómo es posible que tres personas que se privaron toda su vida adulta de alegrías y excesos fueran las que produjeron una cápsula blanca? —Comentó Meyer, que estaba mejor de la herida y exigió asistir a la reunión.
—Acabas de describir una noche común y corriente de mi vida —murmuró Alessio sonriendo. El chico le dio una mirada de reojo, pues la noche anterior la pasó siguiendo a Mathias Schell mientras ella estaba en el atraco fallido y luego le dijo dónde podía encontrarlo. Alessio, a diferencia de su gemelo, resultaba muy bueno en ser silencioso y evitar ser notado. Cuando quería serlo, por supuesto.
—¿O sea el sexo es malo? —Preguntó Betty cruzando sus brazos musculosos y provocando miradas asustadas por parte de Meyer y Anku—. No se preocupen, no es mi meta de vida obtener una cápsula blanca.
—No tienen mucho en común salvo la vida en el seminario y la ausencia de los placeres que producen alegría. —Era claro que Luka pensaba igual que su gemelo, ya que ambos chocaron puños con una sonrisa.
—No es necesario ser idiotas —comentó Lee.
—Entrar al seminario otorga una paga de quinientas libras a la familia del postulante, sea o no aceptado luego. —Theodora era una fiel creyente, creía en un poder superior, en el orden y el caos controlado del mundo. Creía en la neumagénesis como un nuevo idioma por parte de Dios, un mensaje que todavía no lograban descifrar. Creía que tenía un plan para todos y que el que estuviera con los Steelsouls era una prueba de ello. Creía en muchas cosas, pero no así en las personas. Con estas, cuando solía creer en algo, solo era lo peor.
—¿Qué tienen estas personas que las diferencie de las otras del seminario? —Preguntó Angie cruzándose de brazos con una expresión concentrada en el rostro, como si intentara descifrar el funcionamiento de un complejo mecanismo—. Entiendo lo que las diferencia de nosotros, eso está claro, pero no lo que las diferencia de los demás sacerdotes. Al año deben tener más de cien nuevos integrantes, si todo se mantiene igual desde la primera de estas cápsulas en el 14 hasta hoy en día, ¿cómo puede ser que no tengan más de tres?
Theodora le dio un asentimiento a Angie. Ambas eran mecánicas y entendían el funcionamiento de las maquinarias. Las mismas partes mecánicas en el mismo lugar producían el mismo resultado. Por eso podían construir en cadena porque bastaba con repetir el proceso. Había algo sobre las cápsulas blancas que no estaban entendiendo, porque lo más lógico era que esas características se repitieran en los nuevos miembros del seminario y, por ende, deberían tener un mayor número de estas.
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Las Cápsulas Agredianas I: La Maquinista
Teen FictionLondres es devastado por una enfermedad que cada vez mata más rápido y a más personas. Cuando Theodora Bassi, la Maquinista, ve que su segunda al mando se une a los números de enfermos decide que es hora de intervenir. Sabe que no es capaz de encont...