ᴠɪɪɪ

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Preocuparse por haber faltado a la facultad era un lujo en esas condiciones. Jimin tenía asuntos que, curiosamente, lograron ser más importantes para él. En cuanto Min Yoongi se quedó dormido, no cedió sus caricias hasta unos minutos después, cuando la presencia del sol de mediodía se volvió brillante en la ventana. Entonces fue al mercado más cercano, y en un abrir y cerrar de ojos se encontró a sí mismo luchando con la carencia de utensilios y la vejez de la cocina de Yoongi para lograr hacer una sopa decente, la cual al final ni siquiera supo si probó o si terminó botando al tacho de basura.

Jimin peló y cortó las zanahorias en finas rodajas, picó cilantro, cebolla, morrón, ajo, salteados en aceite de sésamo y tofu en cubos. A todo eso le agregó kimchi y fideos soba. Creía que con eso sería suficiente, pero no tuvo el valor de saberlo, porque dejó la sopa servida en la mesa y se marchó. Porque si lo pensaba bien, era hasta extraño. ¿Quién lo había obligado a salir corriendo hasta el domicilio de su compañero de proyecto, y acariciarle el cabello de esa forma? Era demasiado raro para ser verdad, pero ya estaba hecho. Jimin se convenció de que sólo le estaba devolviendo el favor por aquel delicioso té negro y los dulces macarons que compró para él. Y eso era todo. 

Quizá se sentía un poco solo. Entonces simplemente corría sin pensar. Ante la primera brisa, ante la primera calidez, sólo dejándose volar como si no existiera algo correcto o incorrecto desde el principio. Claro que no lo existía. Pero eso sólo era el comienzo.
Se sentía solo porque era el único que todavía seguía aferrado a la misma idea. Quizá por eso tuvo el valor suficiente para huir a Seúl como si nada, como si ese mañana no fuera mucho más que un lienzo, un sol alzando vuelo en el horizonte.

Le había preparado el almuerzo y entonces sólo huyó, porque el mayor parecía apacible entre sueños y su respiración estaba relajada. No tenía nada más que hacer allí, menos cuando el contacto de sus yemas todavía ardía en su piel, y sentía como si de alguna forma su perfume se hubiera colado bajo su camisa. Ardía. Y aquello que abrasaba no era más que el recuerdo de lo increíblemente helado de su tacto. Como si los muertos hablaran.

De alguna forma Jimin se sintió pesado lo restante del día, había vuelto a la facultad a cubrir el turno de la tarde, pensando que así podría distraerse, pero irónicamente terminó el triple de desganado. Las voces de sus alumnos le habían provocado dolor de cabeza y sentía su cuerpo irritado por el exceso de cafeína recientemente.

Nunca había tenido tanto ajetreo en su vida como este último año en Seúl. Durante su infancia, se crió con su abuela y su madre en una humilde casa bajo el radiante sol de Busan. Su padre había desaparecido sin dejar rastro cuando él era un bebé, y eso había sido suficiente razón para que Jimin no quisiera saber siquiera su nombre. Incluso eso fue barrido por la brisa del tiempo.
Entonces su madre había sido siempre una persona más bien receptiva, pasiva de todo lo que ocurriera a su alrededor. Había personas que estaban en un limbo, llenas de objetivos y no obstante les faltaba el valor para enfrentarlos, para salirse de su propia sombra. En cambio, su madre había sido arrastrada a un rincón de aquel juego de balances y sólo quemaba los días como pequeñas velas, una tras otra, alumbrando tibiamente sus blancos pies.

Por eso Jimin siempre agradeció la presencia de su abuela. Era algo así como la estabilidad del hogar, el péndulo del que colgaban las restantes dos presencias y la responsabilidad que eso requería. Su abuela se encargaba de la limpieza, de la cocina y de ayudar al pequeño Jimin con sus tareas. Y todo marchaba a un ritmo prolongado, apacible por costumbre.

Cuando Jimin creció e ingresó a la facultad, consiguió un trabajo de medio tiempo. No era nada fuera de lo ordinario y además la paga era casi mediocre, pero Jimin estaba bien con eso. La jubilación de la abuela no era suficiente para mantenerlos y no soportaba ver a su nona nerviosa. Temía que pudiera pasarle algo cuando sus pequeñas y dulces manos arrugadas temblaban y sólo se dejaba caer hasta el primer asiento visible, con la piel pálida y el sonido de su mandíbula repicando en el silencio.
Jimin supo que Yoongi era un pianista porque tenía las mismas manos de su abuela. Pese a la edad, estas se mantenían pulcras, los movimientos eran suaves y coordinados como las alas de un ángel.

4 ᴏ' ᴄʟᴏᴄᴋ  - ʏᴍKde žijí příběhy. Začni objevovat