El mundo de abajo

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Al abrir los ojos, me sentí desorientada.

Había amanecido, y una luz tenue e invernal bañaba la estancia de madera. Me llevó solo un segundo recordar dónde estaba. Aun así, suspiré con pereza y rodé sobre un costado para volver a dormirme. Me sentía muy cansada, confusa y extrañamente dolorida.

De pronto, todo lo ocurrido la noche anterior me vino a la mente. El lago. Besco. La cabaña. La chimenea. Aquella cama…

Me incorporé tan deprisa, que la cabeza me empezó a dar vueltas.

Estaba sola.

Feliz.

Sorprendida.

¡Alucinada!

¡Lo había hecho! Por primera vez. Y había sido la experiencia más excitante y maravillosa de toda mi vida. Una oleada de calor me sacudió por dentro al evocar algunos momentos de la noche anterior. Sentí fuego en las mejillas. Ni en mis mejores sueños lo había imaginado así… con alguien como Besco.

Bendije el día que decidí instalarme en la Dehesa.

Pero ¿dónde estaba mi ángel? Supuse que habría ido a refrescarse al lago. Reí para mis adentros al ver el vaho de las ventanas. Probablemente habría helado en el exterior. Pero ¿a quién le importaba eso? En la cabaña del diablo la chimenea tiraba a toda leña. Suspiré al recordar su historia. A la luz del día, me parecía tan increíble, que, durante unos segundos, temí que solo hubiera sido producto de mi fantasía.

Me regañé a mí misma por dudar. En mi cabeza todavía bullían muchas preguntas, pero si algo tenía claro es que Besco no era un simple mortal… Tommieh le había dicho que viviría el doble de una vida corriente, pero también creía que no sufriría su don y se había equivocado. ¿Cómo estar seguros entonces del tiempo que le quedaba? ¿Y si aquella pequeña dosis había valido para hacerle inmortal? O, por el contrario, ¿y si resultaba que el fin de sus días estaba más cerca de lo que su retatarabuelo había vaticinado?

Me estremecí al pensarlo.

En realidad, aquella terrorífica incertidumbre le hacía también más humano. Ningún mortal puede precisar el día de su muerte y, en eso, Besco no era tan distinto a cualquiera…

En aquel momento me fijé en algo que me sacó de mi ensimismamiento. Junto al hogar, el barreño de madera humeaba rebosante de agua caliente. Nada me apetecía más que un buen baño.

Al tratar de ponerme en pie, mis piernas se doblaron como si fueran de gelatina y caí de rodillas. Notaba una sensación intensa de escozor entre los muslos y la cara tirante por la saliva seca. Una risa tonta me invadió en el suelo un segundo antes de descubrir una mancha roja en las sábanas. Sabía que aquello era normal, pero aun así su visión consiguió marearme un poco.

Después me dejé engullir por aquella enorme bañera. Besco había vertido en el interior algún tipo de aceite esencial de flores, de manera que al salir mi piel estaba suave y perfumada.

Me vestí con la ropa de abrigo y salí fuera de la cabaña en busca de un lavabo improvisado. Estaba tan contenta, que me sorprendí tarareando la canción de Besco mientras me dirigía al lago. Me miré un instante con curiosidad en las aguas cristalinas. Me sentía tan distinta por dentro, que tuve la fantasía de haber cambiado por fuera. Un reflejo feliz de mí misma me sonrió. Tenía los ojos brillantes y las mejillas febriles, pero mi cara era la de siempre. El pelo, todavía mojado, caía desordenado sobre mis hombros, enmarcando mi rostro ovalado de rasgos suaves. Me eché agua fría y observé cómo mi imagen se distorsionaba en el agua.

El murmullo de una conversación cercana me apremió a ocultarme entre los matorrales. No tardé en localizar de dónde provenía, pero aun así unos pinos me dificultaban la visión. Traté de evitarlos con la mirada y pude descubrir dos figuras. Una de ellas llevaba una gorra de lana ocultando su pelo. Sin embargo, la forma sinuosa de su silueta delataba que era una chica.

El bosque de los corazones Rotos©✔Where stories live. Discover now