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Pues otro más

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Sonrió levemente, ellas estarían bien, tenían que estar bien, porque Luisita era lo único bueno que tenía en su vida y la única persona que le hacía sentir que todo valió la pena. Se movió suavemente y se acomodó aún más entre sus brazos para, al fin, dejarse invadir por el sueño.

***

El viernes amaneció extraño. Se despertó con una sensación de pesadez que le obligó quedarse en casa y no salir a correr. Se preparó un café y encendió la televisión queriendo ver las primeras noticias del día. Tras desayunar y arreglar un poco la casa, se dio una ducha tranquila. Se secó el pelo, alisando los rizos que comenzaban a aparecer debido a la humedad, se vistió, se arregló y se fue a trabajar, había conseguido un trabajo a media jornada en una tienda de ropa y era su primer día.

Doblaba camisetas sin tener demasiado trabajo, la gente aún no se decidía a entrar y la verdad es que se aburría. Miró a través de la ventana y se encontró, de lejos, con una pareja que se abrazaban. Desde su posición vio como él la envolvía entre sus brazos, como ella se guarecía en su pecho. Pudo casi sentir el beso que le dio en la cabeza y como la acunó, consolándola, quizás animándola pero fuera lo que fuera lo hacía con un intenso cuidado y cariño. Bajó la cabeza y al volver a elevar la mirada vio un beso tierno de dos enamorados.

Y entonces supo lo que ese día le pasaba, entonces supo porqué se había despertado con esa sensación en el cuerpo. Ese día, especialmente y sin saber muy bien por qué, se sentía más sola que nunca.

La mañana se le hizo eterna, a penas tuvo gente a la que atender salvo algunas chicas que entraron a mirar sin comprar o una señora algo mayor que había ido a buscar ropa para su nieta.

Habría preferido que la tienda se llenara, que no tuviera ni un minuto de descanso, pero parecía que todo se confabulaba contra ella para que aquella sensación de soledad y vacío se acrecentara. Incluso, en un descanso, llamó a su madre y estuvo hablando con ella unos minutos con la intención de, al menos, sentirse un poco más en compañía, cosa que a decir verdad, no resultó demasiado bien. Su madre no dejó de recriminarle lo poco que hablaban, las pocas veces que se veían y lo mal que lo seguía pasando su padre desde que dejó sus estudios en la universidad por dedicarse a “lo de actriz”.

Terminado el turno y se paseó por la ciudad, dejó la moto en el centro y decidió comer algo en la calle. No le apetecía volver a casa, allí nadie la esperaba.

Paseó por el Retiro respira do el aire oxigenado en el corazón de la gran ciudad. Se tumbó en uno de los jardines y miró las nubes pasar. Cerró los ojos un segundo y una lágrima demasiado osada decidió resbalar por su rostro.

Escuchó una notificación en el teléfono y con dejadez lo sacó del bolsillo y abrió la aplicación.

Benigna
Amelia! Me acaban de llamar, has pasado a la siguiente fase del casting!

Enhorabuena, cariño, me alegro mucho.

Pásate mañana por la agencia y te explico todo.

Un beso.
 

“Ok”

Debería estar dando saltos de alegría, debería estar contenta y sin embargo, la sensación de soledad y desidia le había atrapado hasta tal punto de no alegrarse con una noticia tan, pero tan importante para ella y su carrera.

Ya en casa, se preparó una copa y se sentó en el sofá. Miró a su alrededor y la sensación de tristeza volvió a acentuarse. Dio un largo trago, alargó la mano tomando el teléfono y le mandó un mensaje a Natalia invitándola a salir, la casa se le caía encima y no soportaba más estar ahí.

Y si...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora