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Buenas madrugadas, tremendo insomnio 🤦🏻‍♀️
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Esperó a que llegaran Luisita y Alex. Acostaron al pequeño y tras tomar algo de cena, fueron directas a la cama. Luisita se abrazó a ella y Amelia se aferró al cuerpo de la rubia. Besó su cabello e intentó dormir, aunque bien sabía que no lo conseguiría.

***

Habían pasado un par de días desde aquel fatídico encuentro y su estado había cambiado radicalmente. Se mostraba seria y taciturna, ausente por momentos y sin un ápice de humor. Se había cerrado en casa y había contestado a Luisita a base de monosílabos.

No había visto a la publicista, lo había evitado a pesar del esfuerzo de la rubia por verse y hablar. Luisita no era tonta e intuía que algo pasaba. Pero Amelia no se sentía con fuerzas de enfrentarse a ella, por eso en eso había inventado excusas para no verla: cansancio, grabaciones, cualquier pretexto viable y creíble.

Ese día había ido a trabajar con ganas de renunciar, quería que todo acá ara, no volver a verla y no tener que cruzarse con su mirada. Llegó a su camerino sin cruzarse con nadie y releyó su carta de renuncia. Se le escapó una lágrima al pensar que, si dejaba ahora la serie, perdería la gran oportunidad de su carrera. Había luchado tanto por llegar a ese momento que casi le parecía irreal tener entre sus manos aquel documento.

Pero no podía, simplemente no podía trabajar con ella, porque solo de pensarlo se le revolvía el estómago y todo su cuerpo temblaba atormentado. No, no podía trabajar a su lado sin que volviera a destruirla.

Releyó el documento una vez más y tomó un bolígrafo con la intención de firmarlo. Tomó aire y justo cuando iba a dejar su rúbrica, la puerta se abrió de forma sigilosa.

Es increíble la capacidad de la mente para evocar recuerdos gracias a los olores. Con el paso del tiempo las caras se difuminan, las voces se opacan, los sabores se distorsionan. Sin embargo, basta un olor para llevarte, de repente y sin aviso, a un momento importante de tu vida. Basta con entrar en una cocina y que el olor de la bechamel a medio hacer, te lleve a tener ocho años y llegar junto a tu abuela, esa señora afable y ya anciana, que te miraba con los ojos más dulces del mundo y te sonreía antes de abrazarte mientras tú olvidabas los gritos de dos adultos al otro lado del pasillo que más que quererse, se odiaban. Y es que, de repente, te pasan una copa y solo el amargo olor del martini te hace volver a aquella playa en una solitaria noche de invierno cuando, con quince años, reías con los amigos porque por primera vez estabas borracha. Quizás estás en una cafetería y el humo de un cigarrillo, que antes no te molestaba, ahora te recuerda por qué hace ya tres años que dejaste de fumar. O tal vez, simplemente estás andando por un centro comercial y en la sección de perfumes llega a ti ese único olor, algo olvidado ya, que te hace volver a reír con esa amiga que se fue tan pronto y tan rápido, y a la que te quedaron tantas cosas por decirle. Hay quien no es capaz de entrar en un hospital por la amargura de los recuerdos que les trae el olor a desinfectante.

Porque hay olores que son un increíble viaje hacia los recuerdos más hermosos, y también los más amargos.

Y Amelia lo supo en el instante en que aquella fragancia a perfume de imitación llegó a sus fosas nasales. No necesitó ni tan siquiera darse la vuelta para saber quién era. Su cuerpo ya se había congelado y sus manos empezaron a temblar ligeramente.

Sara entró a pesar de no recibir invitación. Cerró la puerta tras de sí y se quedó frente a la morena con una sonrisa tímida en los labios. Amelia la miró y se sintió de nuevo aquella estudiante de arte dramático. El rostro de la pelirroja seguía teniendo esa imagen dulce y sosegada que escondía un demonio. Y la sonrisa que portaba volvía a darle escalofríos.

Y si...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora