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Buenas madrugadas
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Amelia no era feliz.

Peor aún.

Amelia, la mujer a la que amaba con toda su alma, nunca había sido feliz a su lado.

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No había dormido más de dos horas seguidas en toda la noche. Cada vez que cerraba los ojos las pesadillas le golpeaban y la despertaban entre sudores fríos y respiraciones entrecortadas. Se había pasado toda la mañana en un estado medio zombi que agradecía, pues de ese modo, evitaba pensar demasiado.

Luisita no la había llamado, ni tan siquiera había dado señales de vida. No la culpaba, después de todo lo acontecido la noche anterior no podía más que entender su actitud. Tampoco ella había intentado llamarla, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a ella después del que había pasado.

Agradeció no tener grabaciones en un par de días. Había llamado a benigna y le habia suplicado que se inventara algo para que le dieran libre y su representante, sin hacer demasiadas preguntas al notar la necesidad en su voz, se había encargado de organizar un inexistente evento fuera de España al que Amelia tenía que asistir sí o sí y había hablado con todo aquel que fue necesario para darle aquel descanso.

Había salido a correr, necesitaba cansarse, sentirse exhausta para ver si así, su mente dejaba de mostrarle escenas de un pasado demasiado tormentoso.

No había podido quitarse de la mente las palabras de Sara y su risa retumbaba en su cabeza machacándola sin piedad.

¡Que ilusa! Ella que pensaba que podría volver a sentir el cosquilleo en el estómago al enamorarse. Ella que creyó a pies juntillas que ya estaba a salvo, ahora se sentía igual de vulnerable que aquella Amelia que se enamoró perdidamente del demonio de Sara.

Ella que pensó que hacía mucho que se había liberado de la pelirroja, hoy se encontraba deshecha y rota tras sus palabras y se sentía tremendamente estúpida al darse cuenta de que Sara aún tenía un enorme poder sobre ella.

Ella que creía ser libre, se sentía de nuevo atada.

Porque no era así. No se había liberado y nada había terminado, porque el daño ya estaba hecho, porque la herida sangraba abierta dentro de su corazón. Porque seguía sintiéndose una marioneta en sus manos.

No supo como fue capaz de terminar la carrera sin desfallecer, pero de vuelta a su piso, se dio una larga ducha que no había logrado llevarse sus inseguridades. Cuando acabó, fue a su habitación, bajó las ventanas y se acurrucó en la cama mientras dejaba escapar un par de lágrimas.

A media tarde salió de casa porque se le caía encima. Aparcó la moto cerca de la entrada de aquel pub que solía frecuentar antes de conocer a Luisita. Al entrar, inhalo el olor a alcohol que se respiraba en el ambiente y se ancló en la barra donde, una tras otra, fue pidiendo copas con la esperanza de el alcohol hiciera que su mente fuera incapaz de crear algún pensamiento coherente.

No supo cuanto tiempo transcurrió desde que entró en el local, ni tampoco contabilizó las copas que se había bebido. No se preocupó por aparentar normalidad y no le dio importancia alguna a sus actos cuando se vio bailando de manera sugerente, deseosa y lujuriosa junto a una morena que cada vez se acercaba mucho más a su cuerpo. No supo en qué momento de la noche, se terminó por hundir.

La puerta del bar se abrió y entraron dos mujeres vestidas de manera elegante seguidas de tres hombres enchaquetados. Cada uno llevaba un maletín en las manos que dejaron en una de las mesas y se sentaron mientras conversaban sobre lo que fuera que les había llevado hasta allí. Desde la pista, Amelia no distinguió ninguna cara y tampoco se preocupó por hacerlo. Continuó en su baile ajena a una mirada petrificada que la miraba desde la mesa de los recién llegados.

Y si...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora