Capítulo 13

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Golpeó su lápiz contra la mesa en cuatro tiempos. Primero cuatro veces. Se detuvo en el cuarto tiempo. Golpeó de nuevo. La clase de Aritmancia era aburrida hoy y no podía ser capaz de concentrarse. Su pierna se balanceaba hacia arriba y hacia abajo por debajo de la mesa mientras escuchaba al profesor divagar una y otra vez sobre la importancia del orden.

Tic-tac, tic-tac, tic-tac.

Sus ojos se posaron en el reloj de la pared izquierda: treinta minutos más. Sólo treinta, todo estaba bien, le fascinaban sus lecciones. Podría aguantar otros treinta minutos. Hermione se mordió el interior de la mejilla, contando hasta cuatro en su cabeza. Sacudiendo, mordiendo, golpeando, contando. Esperando.

—De acuerdo, voy a necesitar que dejes de hacer eso ahora.

Miró a su lado para encontrar a Cormac McLaggen con una sonrisa forzada. ¿En qué momento se había sentado a su lado? ¿Realmente estaba tan distraída?

—Disculpa. —dijo, bajando el lápiz. Metiendo las manos debajo de la mesa, comenzó a rascarse las cutículas.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, escribiendo lentamente mientras hablaba.

Hermione lo miró con el ceño fruncido.

—Estoy bien, Cormac, gracias por preguntar.

El reloj hizo tic-tac más fuerte, pero nadie pareció darse cuenta. Quedaban veintisiete minutos. Sin más golpes a la mesa con el lápiz, contó la cantidad de veces que su pierna se movió hacia arriba y hacia abajo antes de que la manecilla de segundos llegara a las doce. No podía quedarse quieta, tenía que moverse. Si no se movía, empezaría a frotarse el brazo y causaría una escena sangrienta en medio de una lección de Aritmancia, la cual claramente no era parte de sus planes para hoy.

Hermione se frotó la nariz, se colocó el cabello detrás de las orejas y se alisó las cejas. Se quitó la piel muerta del labio, arrugó la nariz. Se enderezó, cuadró los hombros y giró el cuello. Hermione miró por encima de su hombro derecho y se congeló. Ni un centímetro de su cuerpo se movía. Ni un sólo centímetro de su cuerpo se movió.

Él la estaba observando. Sus ojos plateados la estudiaron como si fuera un animal en cautiverio. Ella miró el reloj. Veinticinco minutos. Ahora que sabía que él estaba mirando, simplemente no podía pensar con claridad. No cuando el dolor carcomía constantemente su brazo, sentía sus ojos clavándose en ella. Hermione tomó su pergamino junto con su libro de texto y los metió en su mochila. Las patas de la silla resonaron en el suelo cuando ella se puso de pie, atrayendo la atención de la clase. Con un hueco en el estómago, salió huyendo de la habitación.

¿Por qué todo giraba? Las paredes goteaban como una pintura al óleo de mierda. El suelo bajo ella se transformó en mar. Luchó contra las olas, buscando a su alrededor a alguien más en los pasillos. El agua comenzó a subir y ella no podía respirar.

—¿Hermione?

—¡Hola, profesor Slughorn! —saludó, con demasiado entusiasmo.

Cerró los ojos una vez mientras parpadeaba, obligando a que todo volviera a la normalidad; tratando de ignorar su sentimiento de ahogamiento y recordando cómo era el castillo antes.

—Tenía la esperanza de hablar contigo después de la clase de mañana, pero ya que estás aquí, ¿tienes un minuto? —Sonrió jovialmente.

—¡Por supuesto! ¿En qué puedo ayudarlo?

Respira, puedes respirar, inhala y exhala. Concéntrate en su rostro.

—Recibí una nota bastante interesante del señor Malfoy...

Various Storms and Saints (Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora