1.

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Disclamer: No me pertenecen los personajes, ni los lugares, ni parte de la trama. Escribo por diversión y sin ánimo de lucro.

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Nota: En este relato hay spoilers de "Risk" penúltimo capítulo de la temporada 4, así que si aún no lo habéis visto, mejor no sigais leyendo.

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1.

Suavidad.

Como el tacto de la ropa húmeda pegada a la piel de sus brazos.

Tibieza.

Como su aliento al respirar grandes bocanadas de aire, convertidas en vaho cálido al dejar sus labios y ascender por el aire para desaparecer entre las gotas de lluvia.

La tormenta.

El cielo estaba plomizo, como las calles y el rostro sombrío de las gentes que arrastraban sus almas a lo largo de la acera. Apenas se molestaban en mirar a los lados antes de cruzar la carretera. Ella podía ver dos farolas; una cerca de la entrada y la otra, cruzando el asfalto. Ambas estaban encendidas, su luz era débil o estaba borrosa en medio de aquel paisaje de tonos grises y color carbón. Pero, era algo curioso, esas diminutas y tímidas lucecitas en medio de la oscuridad, parecían albergar en su centro chispas de luz naranja que saltaban, se revolcaban y querían crecer.

Algunas de esas chispas escapaban del frío de la lluvia y se reflejaban en la ventanilla de un coche aparcado en una esquina o regalaban sus brillos a los bordes de los charquitos de agua que se estaban formando a la orilla del bordillo.

Marinette vio otros brillos, más apagados, por aquí y por allá. O no los veía, pero sí los oía. Cada vez que una gota chocaba contra el suelo o sobre una arruga de su vaquero, ella oía un sonido que le recordaba al tañido del triángulo de una orquesta. Un golpecito inesperado, que parece estar fuera de lugar con el resto de ruidos, claro y limpio, que hace el silencio en el universo por una décima de segundo.

Retrocedió, con su cuerpo encogido, hasta guarecerse del todo bajo el tejadillo de la entrada del instituto. La frialdad del agua le picoteaba los brazos, los hombros tensos, las manos heladas... no así el rostro. El rostro, aún salpicado de alguna partícula de lluvia huidiza que había logrado alcanzarla, conservaba su calor natural envolviendo esa expresión de ingenuo asombro con que contemplaba los nubarrones, los remolinos de oscuridad, la masa de agua avanzando desde el sur de la ciudad.

Sabía que los alcanzaría, como sabía que sus dientes empezarían a castañear de un momento a otro. Notaba la incomodidad de la temperatura tan baja y desagradable azotando su cuerpo, pero la belleza que resultaba de ese momento era demasiado intensa como para pensar en otra cosa.

O al menos, prestarle toda su atención.

Otra persona, a su lado, solo un par de pasos más alejado de la puerta que ella, contemplaba también el cielo. O las formas irregulares de la calle. O el ir y venir de las figuras sin rostro que transitaban frente a ellos. O el modo en que el mundo exterior parecía derretirse por acción de la masa de agua.

Le había oído suspirar, aunque le resultó extraño. Después pensó que solo había respirado hondo para llenar su pecho con el olor de la lluvia y de la tierra mojada de los jardincitos que rodeaban a los árboles que decoraban la calzada. A la gente suele gustarle ese olor.

Adrien no se encogía, ni trataba de cubrirse sus brazos desnudos con las manos. Marinette se fijó en la piel de estos pero no le parecía que la tuviera de gallina. Sí que vio que la parte delantera de sus zapatillas estaba mojada, que los bordes de su camisa blanca se agitaban de vez en cuando por acción de una brisa invisible. Observó su postura, estirada con naturalidad, sin forzar la espalda. Trató de balancearse un poco para ver el perfil de su rostro, pero apenas podía ver su cuello, su oreja, la línea de la mandíbula que ascendía como un paisaje de rocas que culmina en un sobrecogedor acantilado.

Flores y TormentasWhere stories live. Discover now