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2.

Marinette abrió los ojos, agitada, el rugido de un trueno la había despertado.

El olor a chamuscado de fuera se colaba por la rendija abierta sobre su cabeza, lo percibió en seguido puesto que respiraba a bocanadas a causa del susto. También sintió el sudor bañándole el rostro y escuchó con más claridad cómo se desataba un aguacero sobre la ciudad dormida.

Tiró de la madera para cerrarla del todo y la avalancha de agua aspirada por el viento, se convirtió en un temblor que golpeó la puerta, los muros, y resbaló por los cristales ensuciándolo todo.

Se pasó una mano por la cara, rindiéndose ante los recuerdos del sueño que ya empezaban a llegar a su consciencia. Tembló, y se cubrió con las sabanas para darse cuenta de que los kwamis dormitaban en las diminutas camitas que les había confeccionado y colocado en su estantería, al lado de su propia cama. Ninguno había notado su trifulca contra la manta en sueños, ni había oído su brusco despertar. Ni siquiera la llegada de la tormenta.

Revisó un poco mejor a sus pequeños amigos y notó que Tikki no estaba entre ellos.

—¿Tikki? —susurró. Oyó un nuevo trueno sobre su cabeza y se encogió sin querer. Después, apartó las sabanas y se dispuso a bajar la escalera. Solo cuando llegó al piso inferior recordó que no se había calzado, pero no le importó.

Sobre su escritorio había un pequeño vaso casi sin agua. El bonito girasol que guardaba estaba ya casi marchito.

Es un girasol

Como el de su sueño, solo que este estaba a punto de morir.

¿No te gusta?

Se acercó a él de puntillas pero no se atrevió a tocarlo. Lo observó con miedo, y con culpa, con una intrincada mezcla de ambas que habían atado su corazón como una soga que cada segundo del día ejercía un poco más de presión.

Los girasoles son alegres

Los ojos se le llenaron de lágrimas sin saber por qué hasta que un movimiento a su derecha llamó su atención. Volvió el rostro y descubrió a Tikki, que se estiró al verla y sonrió como si nada.

—¿Qué haces ahí? —Le preguntó, frotándose los ojos con el puño.

—¡Nada! —respondió el Kwami a toda prisa. Se acercó un poco más e hizo una mueca—. ¿Otra vez la pesadilla? —Marinette asintió—. Tienes que intentar olvidarlo, ya no se puede hacer nada.

—¿Olvidarlo? —susurró, mirando de reojo al girasol muerto.

—Sé que es triste, Marinette, pero...

—Estoy bien —replicó. Lo dijo con calma, sin esforzarse en sonreír o disimular, casi sonó sincera—. Tengo que ir al baño —informó, girándose hacia la trampilla que daba acceso al resto de la casa—. Los otros kwamis están dormidos, así que no hagas ruido.

—Vale.

Al levantar la madera y asomarse hacia abajo, se le ocurrió llevarse la flor. Quizás con agua fresca aún resistiría un poco más. Solo un par de días de más, o uno. Eso ya sería algo. No obstante, al echarle un último vistazo su aspecto quebradizo y demacrado le oprimió el corazón.

Cuando una flor muere pensó resignada, ya no puede revivirse.

Cerró la trampilla sobre su cabeza y bajó las escaleras hasta el comedor. Todo estaba en silencio salvo por las embestidas de la lluvia y los temblores de la casa al recibirlos. A la luz fantasmal de los relámpagos aquella no parecía su casa. Sabía dónde estaba todo, pero se sintió una intrusa penetrando en sus sombras. Casi se sorprendió al abrir la puerta del baño y encontrar el interruptor a la primera.

Flores y TormentasHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin