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Seguía lloviendo a aquellas horas de la madrugada.

Los truenos y relámpagos seguían jugando a asustar a los habitantes de Paris y romper el cielo y la pesada calma que acompaña a esas noches, las noches que preceden al calor del verano. Lo que había, sin embargo, en el interior de la habitación de Marinette Dupain-Cheng era otra cosa, huía de la violencia de la tormenta. Era más parecido a un espíritu bueno que velaba el sueño de aquellos que dormían, rozándoles con su halo silencioso de protección.

Por eso fue tan raro que Tikki se despertara justo en ese momento.

Se removió como un animalito hecho bola, y cuando sus ojazos violetas parpadearon en la penumbra, lo que descubrió junto a ella fue a Plagg, despanzurrado en mitad de la cama de Marinette, con trocitos de queso esparcidos por toda la colcha. Resoplaba como un gatito satisfecho y, de vez en cuando, un sordo ronroneo se escapaba de su diminuto pecho.

¿Qué hace Plagg todavía aquí? Se preguntó, desperezándose y bostezando con ganas. ¿Chat Noir no se ha marchado aún?

Era evidente que no.

El resto de los Kwamis aún dormían en sus camitas de algodón y retazos de telas de colores, pero no había ni rastro de su portadora. Todo estaba demasiado tranquilo como para inquietarse de verdad porque algo hubiese pasado, no obstante, Tikki no era del tipo de amiga que podía echarse a dormir sin más.

Plagg roncó un poco y soltó un pequeño eructo al girar para colocarse panza arriba.

Calcetín apestoso pensó ella, poniendo los ojos en blanco y sacudiendo sus manitas. Se alzó de la cama para alejarse pero en el último momento, con un fastidioso chasquido de lengua, volvió sobre sus pasos y tiró de la colcha para cubrir a su amigo.

Después, revoloteó hasta el pie de las escaleras y se empapó de los olores y la temperatura del piso inferior. Habían apagado todas las luces salvo un pequeño flexo del escritorio cuya bombilla resplandecía como una llama temblorosa y una tira de lucecitas blancas que decoraban la pared. Ligeros haces de luz robada al exterior bordeaban la ventana redonda del muro.

Por lo demás, todo estaba entre las sombras. Aun así fue suficiente para distinguir lo importante.

Tikki se asomó al diván rosa colocado al fondo del cuarto y allí encontró a los dos chicos dormidos.

¡Oh! Pensó con cierto sobresalto, sus mejillas rojas se calentaron, aunque en realidad no había nada demasiado íntimo en la imagen, salvo el hecho de que ambos dormitaban en el mismo espacio. Los cuerpos vueltos el uno hacia el otro, pero separados por un pequeño espacio donde reposaba, eso sí, la mano de Adrien sosteniendo los dedos de Marinette.

Tikki se agitó en el aire, con un pálpito enorme en su pequeño corazón. Se quedó, a pesar de todo, mirándoles y se preguntó qué habría pasado.

¿Le habría contado Marinette la verdad a Adrien?

Era imposible adivinarlo tan solo mirándoles. Si bien el modo en que el chico se aferraba a la mano de ella parecía ansioso y necesitado, su rostro estaba sereno, sin el menor rastro de preocupación. Marinette se encogía sobre sí misma, como si se adentrara en una nueva pesadilla, pero había algo rodeándoles y guardándoles; una misteriosa aura de amor y confianza que chisporroteaba como las lucecitas blancas colgadas en la pared.

En fin... Tikki se encogió de hombros.

Tendría que esperar a que despertaran para saberlo. Aunque no estaba demasiado preocupada... Tenía la sospecha de que todo iría bien, que ambos lograrían encontrar un modo de salir adelante y acabarían siendo los vencedores de esa historia.

Flores y TormentasHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin