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Dentro del aula resonó el sonido del timbre, indicando la finalización del día escolar.

Los alumnos comenzaron a guardar los objetos empleados durante la hora de clase con rapidez, ansiosos por salir, charlar con sus amigos sin necesidad de ocultarse, llegar a sus hogares, o comer y saciar a su estómago.

Todos poseían objetivos similares, excepto el muchacho de cabello rizado. Por el único motivo que deseaba marcharse de allí, era para contemplar una vez más al chico nuevo, cuyo nombre desconocía.

Si su madre no llegaba antes de lo esperado, como acostumbraba hacer todos los días, Harry planeaba acercarse (si se atrevía y su timidez lo permitía, claro) al niño, y preguntar por su nombre.

Tomó sus cosas, las introdujo de manera descuidada y apresurada en el bolso y, guiado por la esperanza y los ánimos de acercarse a él, partió del salón con tanta velocidad y desconcentración que en varias ocasiones casi consiguió tirar al suelo a chicos mayores y menores que él. Una vez alcanzada la puerta principal del Instituto, los ojos de Harry comenzaron a moverse de forma ágil, iniciando la búsqueda para hallar su objetivo.

Volvió su cabeza varias veces intentando descubrir el sitio donde se encontraba el chico de ojos de una belleza tan increíble, que parecían ser ficticios. Así, sin moverse de su puesto, hasta dar con él.

Dio unos pasos rápidos, a punto de correr, pero pensó: «Si voy corriendo hasta él ¿no quedaré como un idiota? Lo aterraré», y sintió pena por sí mismo, porque probablemente, de cualquier manera lo afligiría su presencia.

Encontrándose a unos pocos pasos de donde el nuevo se frenaba y con el corazón desbocado, oyó repentinamente una suave voz a sus espaldas pronunciando su nombre:

-¡Harry!

Oh, ¡rayos!

Se volteó apenas, decidido a continuar con su camino, hasta que escuchó su nombre soltado con más fuerza y menos paciencia de la boca de su madre. No podría descubrir quién era ese individuo que desde hace días se instalaba en su memoria.

Giró sobre sí mismo tras dar una última ojeada al desconocido, y fue con pasos lentos y agobiados se dirigió hacia su madre. Durante su caminata lamentable y con excesiva lentitud, atendió a varias voces femeninas exclamando «¡Louis!», y algunas masculinas llamándolo con un «eh, Tomlinson».

Harry se volvió, su curiosidad generada por el bullicio. Y vio nuevamente al guapo chico nuevo, alrededor de un tumulto de gente.

Louis. Así que ese era su nombre.

Quince minutos más tarde, Harry estaba encerrado en el automóvil, en compañía de su madre, quien soltaba palabras sin sentido para él.

-Harry Edward Styles Cox -lo llamó por quinta vez, sin embargo para el distraído niño era la primera-. ¿Podrías, por favor, escucharme de una vez?

-¿Qué? -respondió, volviendo a la realidad-. Oh, disculpa, mamá.

-Deberías dejar de imaginar cosas a veces, Harry -lo reprendió su madre.

«Esta vez no he estado soñando, mamá. Esta vez es real. Él es real, aunque parezca hecho de fantasía».

-No digo que la imaginación esté mal, no -prosiguió Anne, temiendo que su hijo hubiera malentendido la acusación-, es más, la imaginación es el arma más potente del hombre.

-¿Realmente crees eso, mami? -preguntó Harry, con ojos brillantes.

-Sí, Hazza. Por eso los niños son más fuertes que todos los hombres de la Tierra.

El pequeño sonrió ante el último comentario, y siguió prestando atención a su madre.

-¿Qué tal el colegio hoy? -indagó, con auténtica importancia.

-Bien, como acostumbra -dijo Harry, omitiendo el detalle de que quizás ese fuera el mejor día de toda la semana por un único hecho.

-Harry, ¿te gustaría ir a almorzar al parque ahora? Ya sabes, como solíamos hacer los viernes, cuando aún íbamos con papá.

Súbitamente, la expresión del pequeño se transformó, su rostro descendió y sus orbes, siempre brillantes, se apagaron tenuemente. El corazón de la mujer se encogió, y supo al instante que debía haber omitido ese detalle.

-Sí, mami. Sí quiero -Anne volvió la vista hacia él, y se asombró al ver a Harry con una sonrisa plasmada en el rostro, sin angustia alguna.

La sonrisa se volvió mutua, borrando cada detalle y tristeza perteneciente al pasado.

En menos de diez minutos, ambos ya descendían del auto.

Una vez llegados a los juegos, Harry se dispuso a encaminarse hacia las hamacas, su juego favorito, pero una escena que no había observado antes, o no recordaba haberlo hecho, llamó su atención. En el otro extremo, sentadas y tomadas de las manos, regalándose muestras de afección, Harry vio a dos personas, una chica de cabello oro y otra de melena naranja, besándose entre sonrisa y sonrisa.

Extrañado, frunció el ceño y llamó a su madre, quien acudió enseguida.

-¿Qué ocurre, Harry?

-Mamá, ¿por qué esas dos chicas están besándose? -preguntó, señalando a un par de jóvenes del otro lado del parque.

-Porque son lesbianas, cariño.

-¿Qué es ser «lesbiana», mami?

-Es como cuando a las chicas le gustan los chicos, sólo que en este caso se sienten atraídas por personas de su mismo género.

-Oh... de acuerdo -respondió Harry, y al instante, añadió:- ¿Por qué no pueden gustarme a mí los chicos, mami?

-Claro que puedes, Harry -replicó Anne-. Ellos se llaman «gay».

Harry guardó silencio y luego, guiando sus inquisitivos ojos esmeralda a su madre, con la imagen de Louis en la mente, preguntó:

-¿Puedo ser gay, mamá?

Anne bajó la vista instantánemente hacia su hijo, con ojos de una inmensidad notable, y contestó:

-Por supuesto que sí, querido, si te sientes de esa manera. ¿Por qué? -curioseó.

-Porque, bueno, está este chico llamado Louis, y él es como, real, realmente lindo. Es más guapo que Jack Frost.

-¡Más guapo que Jack! -exclamó su madre, sonriendo ampliamente, divertida.

-¡Sí! Es encantador. Quiero que él sea mi novio. -y con lo último dicho, el rubor coloreó sus mejillas.

-¿Y qué ocurrió con Lucy, la muchacha que se parecía a Elsa?

-Oh, sólo había mencionado a Lucy como una excusa, porque no tenía más opciones que las chicas. Pero ahora que las tengo, lo sé, mamá. A mí me gusta Louis.

»Can I like boys? || Larry Stylinson.Where stories live. Discover now