II

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El fin de semana voló, como lastimosamente habituaba.

Muchas de las actividades que Harry disfrutaba realizar los sábados y domingos, como hacer sus tareas escolares los sábados para poseer el domingo y los días restantes libres, o el jugar junto a los niños vecinos, o simplemente pasar el día frente al ordenador, fueron interrumpidas.

Bueno, honestamente, el rizado sí había cumplido con dos de las actividades mencionadas, pero la sobrante fue invadida por un chico de ojos azules cuyo nombre comenzaba con «L».

Y ni siquiera había tomado nota de ello.

-Harry Styles -advirtió a la voz del profesor Michelini, un hombre de cincuenta y ocho años quien empleaba la mayoría del tiempo que tomaba su clase echando charla sobre la vida y sus complejos y contentos. Aquel día, el maestro traía puesta una de sus típicas camisas de tonos tierra, raídos, decoradas con cuadros de colores de la misma gama. Harry siempre se preguntaba la razón del porqué las usaba, puesto que aquellas camisas de franela lo único que hacían era realzar la grandeza de su estómago.

-Presente -replicó Harry al instante, sin saber qué le pedían exactamente, suponiendo que era la asistencia.

Un tercio del alumnado rió ante la respuesta de Styles.

-No, no, señor Styles -contradijo Michelini-, el registro ya ha pasado. Por supuesto, usted no ha tenido la consciencia de ello, aunque yo sí de su presencia aquí, y también de su despiste.

La cabeza del niño descendió levemente, al igual que sus fanales, avergonzado.

-Ahora -continuó el profesor-, Harry, por favor, si fueses tan amable de enseñarme la última tarea de Tecnología te lo agradecería.

La expresión del estudiante acusado pasó de ser impasible a encontrarse repleta de sorpresa, mientras sentía cómo se desmoronaba lenta y lacerantemente.

-Profesor, no realicé la tarea -declaró a la vez que dejaba su cabeza gacha e introducía sus pálidas manos en los bolsillos del buzo púrpura con el que estaba ataviado.

-Debe tener un buen motivo para argumentar su falta, señor Styles. Tuvo tres días para hacerla. ¿Podría saber por qué no la hizo?

-No -respondió Harry, la imagen de Louis acudiendo a su mente. Un claro sobresalto se posicionó en el semblante del señor Michelini-. Eh, quiero decir -añadió apresuradamente, intentando remendar su error-, son asuntos muy personales. Familiares, ya sabe.

El hombre lo miró expectante por un par de segundos más, y luego desvió la mirada para continuar platicando con la clase, interactuando y solicitando sus labores.

Terminada la hora, Harry había escrito unos pocos apuntes extra, e información muy escasa apenas se asentó en su mente. Pero, ¿cómo podría su mente retener información, si no se encontraba allí, de todas formas?

Al oír la resonancia que indicaba el segundo recreo de la mañana, seguido luego del almuerzo, Harry recogió sus útiles y archivarlos bruscamente en el morral de dañada tela de jean.

Apresurado, se adelantó y dispuso a salir del aula, pero la voz del profesor Michelini se lo impidió, llamándolo por su apellido de forma severa. Esperó a que el curso entero se retirara, cerró la puerta y se colocó frente al instructor.

-Harry -comenzó-, primero, borra esa expresión asustada de tu rostro. No te he llamado para amenazarte o algo similar.

El joven echó un suspiro, aliviado, y sus hombros, rígidos, aflojaron la tensión.

-Sólo quería decirte que, si necesitas hablar con alguien, cuentas conmigo. Puedes acudir a mí cuando desees, para lo que sea. A mí, o bien al psicólogo que la escuela contrató -el muchacho asintió, ansioso por irse y seguir con su arruinado plan de hace unos días-. Ahora, bien. Como te noto muy apurado, te dejaré ir. Y recuerda -añadió antes de que abandonara el salón- para la próxima clase trae la tarea contigo. Y la cabeza, muchacho.

»Can I like boys? || Larry Stylinson.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora