❛ 03 ❜

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—¡¿Arrestada?! ¡No puedes hacer eso así nada más! —exclamó la fémina mirando a la maga, quien mantenía su rostro serio.

—Estás arrestada por todos los robos que han ocurrido en Camelot, incluyendo la corona del rey Arthur —explicó con simpleza la azabache, causando que la contraria tragara saliva. ¿Cómo es que la habían descubierto?

—¿Dices que yo soy aquella bandida? ¡No tienes ninguna prueba, es injusto! —seguía gritando, estaba exaltada de nuevo, por lo que trataba de controlar las palabras que salían de su boca.

—No tenemos pruebas, pero si un testigo muy importante —la mujer miró de reojo al rubio, pero devolvió su vista a la chica tan sólo unos segundos después.

Fue una acción involuntaria, pero que demostró más de lo que quería saber la bandida.

—¿M-Meliodas? —su tono de voz había bajado considerablemente. Su corazón ahora dolía, esperaba una respuesta de parte del nombrado, más el evitaba mirarla.

—Te llevaré con el rey, él declarará tu sentencia por tus crímenes —explicó mientras la empujaba hacia afuera de la taberna, más la chica ejerció fuerza, impidiéndolo.

Miraba al suelo, sus manos temblaban y su corazón iba más rápido que de costumbre. No podía asimilar lo que sucedía.

—Merlin —la voz del rubio hizo que diera un pequeño respingo—. ¿Puedo decirle algo, antes de que te la lleves?

La nombrada asintió, y tan sólo con eso, Meliodas se acercó a su fiel amiga, quien aún no levantaba la mirada.

—Eleanor —susurró casi inaudible, pero la fémina lo escuchó claramente—. Como tú mejor amigo, no puedo dejar que sigas así.

—No —a pesar de que parecía rota, su voz de nuevo volvió a ser fuerte y clara—. No digas palabras falsas, no caeré otra vez.

—Eleanor —volvió a llamarla, levantando su mano para poder acariciarle su cabello.

—No me toques —levantó la cabeza, Meliodas pudo sentir la culpa dentro de él.

Esa mirada, nunca hubiera pensado que la vería. Decepción, tristeza, furia. Había fuego en sus ojos.

Dió media vuelta, dándole la espalda, mirando de frente a la maga que la había atrapado. No se daría por vencida, no podía terminar todo así.

Concentró todo el poder que tenía en sus manos, tenía un plan, y lo cumpliría a la perfección. Una vez que Merlin se alejará de la puerta, quemaría las esposas, y sin esperar nada más, se iría a toda velocidad de ahí.

¿Adónde iría? Lo pensaría en el camino. Pero estaba segura de que saldría de ahí, ya buscaría que hacer después.

La maga se colocó detrás de ella, empujándola de nuevo por la espalda, pues ya era tiempo de llevársela. Los ojos de la bandida se llenaron de brillo al ver que la salida estaba ahí, frente a ella.

Trató de quemar con su poder las esposas, más ninguna chispa salió de sus manos. Sintió pánico en ese momento, ¿por qué no funcionaba?

Ahí se dió cuenta de algo; las esposas no eran normales. Cancelaban el poder mágico del usuario que las poseyera. Maldijo en su mente.

Aún así, encontraría una forma de quitárselas después. No pensó mucho y se echó a correr, dejando polvo detrás de ella, desapareciendo de la vista de los presentes.

Merlin chasqueó los dedos tan sólo unos segundos después, trayendo de vuelta a la bandida, quien no se esperaba que pudiera hacer eso.

—Mientras tengas esas esposas, no podrás usar tu poder mágico, ni escapar —explicó sonriendo de manera ladina—. Puedo traerte a mi lado si corres lejos de mi, monstruo.

𝐁𝐚𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐜𝐥𝐚𝐬𝐞; Arthur Pendragon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora