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—Hablando de sir Meliodas... —empezó a hablar Arthur, jugando con sus dedos—. Tengo un poco de curiosidad, ¿cómo es que se conocieron? ¡Ah! ¡No tiene que decirme si no quiere! —ella volvió a reír ante su amabilidad.

—Volviste a llamarme por "usted" —le corrigió, Arthur se disculpó al instante.

—Aún no me acostumbro —dijo, más estaba muy feliz de tener a alguien con quien no debería preocuparse por las formalidades.

—...Te contaré —dijo, más se calló unos segundos después, tratando de organizar sus pensamientos y que algo coherente saliera de su boca—. Fue hace un poco más de un año, en ese entonces, estaba entrenando para convertirme en una caballero sagrado de Liones.

—¿...Entonces es cierto que eras una caballero? ¡Asombroso! —las palabras que Meliodas le había dicho cuando la entregó ante él eran ciertas, y ahora entendía la razón de su fuerza y habilidades.

—Así era... pero —una leve sonrisa apareció en su rostro—. Me molestaba cuando no me salían las cosas bien, y muchas veces me daba por vencida antes de siquiera intentarlo... eso no ha cambiado mucho —susurró lo último, más Arthur pudo escucharla—. En fin, un mal día de entrenamiento me llevó a parar a la taberna de Meliodas. Él no quiso venderme alcohol, pues veía que era joven, quise golpearlo en ese momento, pero caí dormida tan sólo unos segundos después. Estaba muy cansada por el entrenamiento.

El pelinaranja escuchaba atentamente todo lo que decía, mientras caminaban de manera lenta y despreocupada a ningún lugar en específico. Después se preocuparían de cómo saldrían del laberinto.

—Meliodas me dejó descansar en una de las habitaciones, en la mañana que desperté me dio un desayuno horrible y después me dijo que quería pelear conmigo —se sorprendió por lo último, más dejó que continuara con su historia—. Al final no me atacó, pero me di cuenta de que lo hizo para que entrenara un poco con él. Me siguió retando, así que al final él terminó enseñándome algo de combate.

—¡¿Tuvo de entrenador a sir Meliodas! ¡Debió haber sido un gran honor! —la contraria soltó una risilla.

—Bueno, más o menos —sonrió, Arthur la miró con un brillo en los ojos, pero después una nueva pregunta apareció en su mente.

—Entonces... ¿por qué a día de hoy no eres una caballero sagrado? —la pregunta hizo que Eleanor parara abruptamente de caminar, era una pregunta que no quería responder en ese momento.

Tomó una gran bocanada de aire, y justo en ese momento, un olor a comida inundó sus fosas nasales.

Su estómago rugió, y esto no pasó desapercibido por el contrario, quien también detectó aquel olor.

Eleanor caminó hacia varias direcciones, tratando de descifrar de dónde venía y cuando estaba segura de que por ese camino era, tomó de la mano a Arthur, y sin decir nada, corrió hacia aquel lugar jalando al pelinaranja con ella.

—¿N-No cree que el olor sea alguna trampa? —la repentina acción de ella hizo que se pusiera algo nervioso, mostrando un sonrojo a la vez que una gota de sudor bajaba por su frente.

No iba a mentir, el contacto de sus manos le gustó, pero trataba de no pensar mucho en eso pues pensaba que si lo hacía, sus manos sudarían del nerviosismo y no quería que a Eleanor le molestase eso.

—Puede que lo sea —contestó después de unos segundos—. ¡Pero no hemos comido nada! Llegamos hace horas, ¡a anochecido también!

Ella tenía razón, ambos tenían hambre, y no podían seguir caminando por el laberinto mientras esquivaban trampas sin tener energía.

𝐁𝐚𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐜𝐥𝐚𝐬𝐞; Arthur Pendragon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora