La puerta.

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(Mirabel)
Desperté en mi cama y solté un suspiro de alivio.
Todo había sido una pesadilla.

Por una parte, me decepcioné un poco. Me habría gustado arreglarme con la abuela, que Isa me quisiera de vuelta, encontrar al tío Bruno y que el tremendo número musical que nos montamos hubiese sido real.

¿Será que sí vive en las paredes? Iré después de la ceremonia de Antonio a comprobar.

Tal vez, si lo traigo de vuelta, traiga orgullo a mi familia.

Miré por la ventana; no había rastro de ni un rayo de sol. Mi tía ha de haber estado nerviosísima por la ceremonia de su niño, porque la noche de su niño debía ser perfecta. Después de todo, la última fue un fracaso.
La mía.
Me pareció extraño que mi tío Félix no hubiese logrado calmarla; en realidad, pensé que tal vez me había despertado del frío.

–Casita, ¿qué le ocurre?

No me respondió.

Me puse un saco y salí; si mi tía Pepa no se relajaba, todos íbamos a congelarnos vivos.

Fue entonces cuando ví que todos, igual de abrigados que yo, hacían fila para entrar a uno de los cuartos, sin distinguir cuál.

Caminé hasta allá, y por más que pregunté qué hacían parados ahí, como estatuas en silencio, nadie me respondió.
Esa ley del hielo me aterró. ¿Qué había hecho mal esta vez? ¿Qué tan grave tenía que haber sido para que nadie en absoluto me respondiera?

Así que, sabiendo que no se inmutarían en detenerme, me colé en la fila a descubrir qué cuarto era. Me acomodé las gafas y leí el nombre inscrito en la madera.

"Antonio"

Espera, ¿qué?

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