El mural.

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(Mirabel)

Okay, estaba muerta.

Me senté en la cama a pensar en cómo manifestarle a mi familia que seguía con ellos, siempre ahí, aunque no pudiesen verme. Ellos no creían en nada paranormal, a lo mucho en la Llorona, y si hiciera algo normal como mover un vaso o escribir en un papel, le encontrarían una explicación lógica. Una alucinación o una broma de mal gusto. Lo achacarían a la tristeza, al cansancio, a la falta de sueño; a lo que sea, pero jamás ninguno creería que estoy aquí.

—Okay, Mirabel, sentarte aquí a lamentarte no va a revivirte, y no hay mucho que puedas hacer por mostrarle a tu familia que sigues aquí.—me dije a mí misma mientras me levantaba y salía de mi cuarto—Tomaré un paseo por el barrio. Eso me aclarará la mente.

Mentira.

El barrio nunca se había visto tan triste. Todo seguía igual, sólo que sin sonrisas y de un color más grisáceo. Aparentemente, mi existencia, con o sin don, sí era importante; después de todo, ahora pueblo dependía de una familia triste.
Pero fuera del filtro blanco y negro en que se mostraba, todo seguía como lo recordaba.

Momento. No es cierto.

Entrecerré los ojos y acomodé mis gafas para ver si no equivocaba, pero no era así.

Jamás había visto a ese chico en mi vida.

(Pablo)

No me mudé hasta aquí para terminar en un pueblo tan deprimente como mi antiguo hogar.

Salí del orfanato para un cambio de aires, apenas tuve la mayoría de edad huí como si me estuvieran persiguiendo. Ahora sólo parece que me mudé a una canción triste en vez de la salsa alegre que me imaginé.

El casero me esperaba puntual frente a la puerta de mi nuevo hogar. Terminaría de pagar para poder alquilar unos meses la casa apenas consiguiese un trabajo, y al comprobar que no mentía, el buen hombre había decidido ayudar a un simple chico joven con ganas de salir adelante a pesar de estar sólo en el mundo.

—Aquí están las llaves, hijo.—me las entregó—Recuerda depositar todos los meses o tendré que subir un porcentaje del precio; la puntualidad es muy importante, ¿de acuerdo?

—No se preocupe, señor.—a pesar de que sabía que el hombre no tendría corazón para perjudicar a un chico solitario de esa forma, yo no pretendía aprovecharme de su buen alma—Así lo haré.

Nos despedimos y él desapareció entre la multitud, caminando hacia quién sabe dónde. Estaba por entrar a mi nuevo hogar cuando me di cuenta que justo al lado de la entrada estaba perfectamente pintado un colorido y precioso mural. Parecía retratar una familia, ya que podía en él leerse un común apellido.

"Los Madrigal"

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