𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐈𝐍𝐂𝐔𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐔𝐍𝐎

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—Mierda, mierda, mierda

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—Mierda, mierda, mierda... —decía en voz alta Sanzu mientras se paseaba de lado a lado por la habitación.

Habían pasado unos segundos desde que todos sus compañeros y su jefe habían salido de la pieza, pero se sintieron como mil horas de agobio.

Dio gracias al cielo que Hiromi en todo ese rato, no había llegado, pero cuando lo hiciera, ¿Qué le diría? ¿Qué excusa pondría?

Debía ir, o si no Mikey se molestaría y tomaría su desacato como traición. Se lo había dejado claro, él no necesitaba ser explícito o amenazarlo con un arma para que Sanzu entendiera lo que le pasaría a él o incluso... a ella, si le llegaba a desobedecer.

Sus órdenes eran absolutas, y de la misma forma había que acatar.

El rostro de su hermosa Hiromi se figuró en su cabeza.

Quería decirle la verdad, de verdad que sí, pero no sabía cuál era la forma correcta de hacerlo. No quería dañarla, no quería verla llorar, no quería que su corazón se rompiera de una manera descabellada, porque él sabía que una vez ella supiera, su corazón no lo soportaría. Aún así, él tenía la una pequeña y leve esperanza de que Hiromi lo perdonaría, y lo rescataría de todo ese mundo...

Había llevado esto demasiado lejos, estaba consciente de eso, pero ella era el amor de su vida y por nada del mundo quería perderla... Había sido la única persona en sacar solo rasgos positivos a su vida.

Ella... Le daba sentido a todo y le daba un futuro. Uno verdadero, sin ser el perro o el segundo de nadie.

La adoraba demasiado y por eso mismo, ya no podía seguir engañándola.

Quiso seguir pensando pero el desliz de la puerta lo sacó de su trance.

—Cielo, estás en pie —habló Hiromi al verlo.

Sanzu la veía y desprevenidamente, como una flecha atravesandole el pecho, sintió dolor y miedo a perderla.

—Hiromi... —su labio inferior tembló ligeramente.

Eran demasiadas emociones en su cuerpo, pero como pudo, trató de contenerlas todas.

—Hola... —se acercó dulcemente a él. —¿Pasó algo? —preguntó mientras le acariciaba las mejillas con ambas manos.

—Quiero irme... —fue lo único que soltó Sanzu.

—¿Irte? Cariño, no puedes.

—Sacame de aquí... Por favor.

—¿Por qué? —preguntó, pero él no respondió nada. Hiromi lo miró con su entrecejo levantado, presentía que algo lo estaba inquietando, sin embargo, no le cuestionó nada más. —¿Quieres ir a casa?

—Está Sora ahí, no quiero, no quiero estar con nadie que no seas tú —negó con la cabeza repetidas veces.

—Haru...

THE DEVIL IS BETWEEN MY LEGS | Haruchiyo "Sanzu" AkashiWhere stories live. Discover now