Capítulo I

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Hotel Richmond, ciudad de Nusquam año 2,211

Vigésimo aniversario de la integración formal de la Tierra a la Comunidad Intergaláctica, tres años antes del inicio de esta historia.


«Eva soñaba con un lugar que nunca vio. Un baño de invitados con la puerta trabada por dentro sin permiso como una travesura de último momento. Soñaba con fuegos artificiales afuera de una ventana en una noche violeta, con sonrisas cómplices, caricias íntimas y besos desesperados.

Eva soñaba con una mano experta que hurgaba segura bajo su vestido, con unos brazos fuertes que la encaramaban sobre el lavabo y unos labios húmedos que paseaban su entrepierna. Soñaba con el azote inclemente de un tornado de pasión que la embestía.

Eva soñaba con un orgasmo de a dos y un "te amo" susurrado en su oído».


Eva llevaba un año sin saber quién era o de dónde venía. Aquel recuerdo vago, presentado en forma de sueño, era cuanto le quedaba de su vida adulta antes del accidente que la dejó sumida en la inopia de una amnesia retrógrada incurable. Apenas una escena borrosa e imprecisa que la arrastraba hasta un encuentro pasional, sin espacio ni tiempo, en brazos de un hombre amado y deseado, pero carente de nombre y de rostro. Nada antes del último año estaba claro para Eva, nada excepto despertar en la cama de un hospital y recibir la noticia de que su vida ya no existía.

No recordaba su historia, pero se sentía en los huesos como una veterana de guerra, como una mina antipersonal mucho más que una mujer de leyes.

Sí, porque se le dijo que era abogada, se le entregaron las llaves de un apartamento en el que le aseguraron vivía, y así debía de ser, porque todas las que se suponía eran sus cosas estaban dentro, y se le presentó a Ana Luisa, una mujer joven y risueña que decía ser su mejor amiga, pero lo último que Eva recordaba era tener diez años y presenciar el brutal asesinato de su amiga Lizzi dentro de las paredes de un orfanato inmundo. Eso, y la tonada infantil que retumbaba en su cabeza atormentando sus noches y sus días:

"Juguemos en el bosque mientras el lobo no está"

Quería pensar que esa cantilena popular, concebida antaño para diversión de los niños, no era para ella sino un recuerdo más de su infancia tortuosa, el rastro de una estrofilla repasada tantas veces que quedó grabada en su inconsciente incluso después de la amnesia, pero la verdad era que la voz no parecía pertenecerle a un niño, sino a alguna garganta adulta trémula de ira.

Como fuere, casi podría decirse que, fruto de la terapia que le permitió pasar en un año del descontrol absoluto a la mecánica funcional, Eva estaba acostumbrada a vivir con ello. Tal vez el doctor López tenía razón y era momento de seguir adelante, de dejar de insistir en recuperar las memorias de su vida pasada y construir nuevas desde cero, de trascender, aunque las voces calasen a cada instante su equilibrio.

Por eso, aunque en verdad detestase todo lo relacionado con el espacio exterior y su tecnología innovadora, y considerase que el ingreso de la Tierra a la Comunidad Intergaláctica era el momento exacto en que la humanidad se terminó de joder, Eva decidió aunarse esa noche a la celebración y se lanzó a la calle para intentar poner un punto y coma en lo que hasta entonces no eran sino puntos suspensivos. Por eso se atrevió a acercarse a él, el primer hombre tatuado y sexi que encontró en el bar del Richmond cuando lo descubrió viéndola con deseo detrás de esos ojos verdes y esa pinta de maniquí de escaparate de alta costura. Por eso, y porque un abismo se abrió en su interior cuando el tipo encontró sus ojos. Un abismo que Eva supuso solo requeriría para palearse de una buena noche de sexo sin ataduras, pero que ignoraba entonces era más grande y avieso de lo que nunca imaginó.

Obliviscor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora