Capítulo 4

17 3 10
                                    


Ciudad de Nusquam 2,191, dos años antes de los asesinatos de Eugene y Rossane Makrith


—¡Señor!, ¡señor! ¿Esto es suyo? —preguntó el chiquillo insistente.

El Lobo Negro detuvo sus pasos en medio de la acera a unos veinte metros de su vehículo, ajustó su abrigo, tan grueso y pesado como el frío inclemente del invierno que corría, y volteó a ver al niño con desdén. No eran muchos los que se atrevían a dirigirse a él sin permiso, menos aun siendo este intrépido un mocoso escuálido y sucio que apenas y bordearía los diez años.

—¡Retrocede, muchachito! —advirtió Mirko Morozov siempre en alerta y avanzó un par de zancadas para terminar junto a su jefe—. ¡No lo repetiré!

El niño, lejos de amedrentarse, dio unos pasos en falso con sus pies descalzos y helados, dejó salir visible una bocanada de vapor espeso de sus pulmones y estiró una manita sucia para que ese extraño la viese. Los cinco dedos enclenques se abrieron, el Lobo adelantó otra vez a su encargado de seguridad y se aproximó al chiquillo.

—¡¿De dónde sacaste eso?! —inquirió desconfiado y tomó recio al pequeño por la muñeca—. ¡¿Acaso lo robaste?! —preguntó, iracundo, viéndolo a los ojos.

—¿No es esa la sortija de su padre, señor? —observó Mirko el anillo en oro con cinco diamantes engastados formando una "L" y pretendió atrapar al niño, pero fue detenido por un ademán de la mano del Lobo y una indicación muda de sus ojos—. ¡Contéstale al señor Makrith! —exigió el matón en cambio.

—¡No la robé! —se defendió el andrajoso desde debajo de su ceño en rictus—. ¿Cree que soy tonto? Ya estaría muy lejos de aquí si así fuera. ¡Nunca la volvería a ver si quisiera robársela! —aclaró resuelto. Makrith afiló la mirada y rio ladino. Ese pequeño sin vergüenza le recordaba a él de alguna forma—. Se le cayó del abrigo cuando bajaba del coche.

Sí. Nikolai recordó entonces que se quitó la sortija y la puso en el bolsillo de su abrigo poco antes de meterse en la ducha hacía un par de horas ya en casa de su amante de turno, que era justo desde donde venía.

—¿Cómo te llamas? —demandó reticente, soltó al fin al chiquillo y tomó la joya de la manito fría, de uñas moradas, para enfundar su dedo en ella. Perder la sortija que su padre, junto con su rango, le entregase en su lecho de muerte hacía quince años ya hubiese sido un error imperdonable, le debía gratitud al niño y se disponía a ofrecerla, pero su atención se vio acaparada por un hombre que, vestido con un mameluco gris, corría calle abajo y se desgañitaba—. ¿Él viene por ti? —le preguntó el Lobo sereno al mocoso y este, con toda su bravura reducida a un temblor nervioso ante la presencia inminente del sujeto, asintió y tomó su mano como una señal de auxilio.

—¡Te vas a ir al Infierno, Marcus! ¡Dios te castigará! —increpó el del mameluco dirigiéndose al niño una vez lo tuvo en frente. Marcus soltó la mano del Lobo y corrió un par de metros hacia un lado, pero el tipo le cerró el paso—. ¡¿Cómo te atreves a burlarte de mí escapándote otra vez en mi turno?! —reprochó y le plantó en la cara un sólido bofetón invertido que lo hizo sangrar del labio, pero no provocó su llanto—. ¡¿Acaso quieres acabar tus días en el cuarto oscuro?! ¡Llevas al diablo por dentro!, ¡por eso tu madre te abandonó! —aseguró.

—¡Mi mamá no me abandonó! —se defendió el niño con un gesto iracundo, bajó la mirada y, frustrado, ajustó los puños pequeños a los lados de su cuerpo y se tragó un sollozo—. ¡Un hombre malo la golpeó hasta matarla cuando yo era pequeño! —masculló después.

El Lobo se detuvo a observar el cuadro completo. "Santa Catalina", el nombre de lo que supuso era algún tipo de refugio para menores, se ostentaba bordado en verde y granate sobre el lado izquierdo del pecho del individuo.

Obliviscor ©Where stories live. Discover now