4. Si allá llueve, acá no escampa

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Me tiemblan las piernas con solo verlo. Como aquella vez que recibí mi título de abogada; como aquella vez que mi hermana me anunció que se casaba y, para ella, era un día muy especial; me tiemblan las piernas como aquella vez en la que Esteban decidió que ya no debíamos seguir juntos y, con su decisión, hizo que me ahogara en un pozo de tristeza y desesperación, lugar del que, un tiempo después, logré salir.

No ha cambiado mucho desde la última vez que lo vi y, aunque no recuerdo su nombre, recuerdo su aspecto muy bien. Su rostro alargado que adorna con una pulcra barba, una nariz delgada, al igual que sus labios y unos ojos color miel. Perfectamente, podría ser el protagonista de una novela turca que ama ver mi mamá en las tardes, sus facciones son de un rostro de Oriente Medio.

Doy unos pasos hacia atrás y automáticamente me dirijo a la oficina de mi jefe.

—¿Es una broma? —le pregunto a Eleazar.

—¿De qué hablas, Paulina? —pregunta, y entorna sus cejas para enfatizar su confusión.

—El hombre que está en la sala de juntas —respondo, señalando hacia el lugar indicado.

—Ese hombre, es el gerente de Megaglass, nuestro nuevo cliente —indica Eleazar, con total tranquilidad.

—No puedo hacerlo —rebato ante su respuesta.

Ese hombre no puede ser el nuevo cliente, ¿en qué momento él había dicho que trabaja para una compañía como esa? Aunque, ni siquiera recuerdo algún dato sobre él; me siento tan ridícula por hacerle este show a mi jefe, que ni siquiera me cercioré de que se tratara del mismo hombre, seguramente es mi loca imaginación alimentada por las pocas horas de sueño.

—Seguramente MariaTe hubiera aceptado sin rechistar y hubiera tomado la situación con la seriedad del caso. —Sus palabras son la gota que rebozó la copa.

—No te atrevas a mencionar su nombre nuevamente, esa mujer ya no hace parte de esta empresa —contraataco, con los ojos abiertos de par en par, solo me hizo falta haber apretado los dientes. 

María Teresa, más conocida como MariaTe, estuvo trabajando con nosotros durante un año; siempre recibía los casos sin problema e, incluso, se ofrecía a recibir algunos sin importarle que estuviese muy ocupada, sin embargo, tuvo una discusión con Eleazar y fue despedida. Era evidente que entre ella y yo se creó una ligera rivalidad, de ahí que la mencionara, solo lo hacía para hacerme enfurecer.

—¿Sabes? Me iré a la sala de juntas antes de que se arrepienta de contratarnos, solo ha sido una confusión, olvida lo que dije —hablo una vez más, antes de regresar sobre mis pasos. 

Mientras llego a la sala de juntas, llamo a Sara, pero no contesta su teléfono y debe ser que está en alguna consulta o en sus cosas que hace como psicóloga. Antes de entrar a la sala, llamo a Mateo, necesito desatar el nudo que tengo en mi garganta.

—Hola —lo saludo—. Menos mal contestas, necesito hablar contigo.

—Hola, cariño, ¿todo en orden? —me pregunta con preocupación en su voz.

—Sí, es solo que..., creo que acabo de ver un rostro familiar. —Ante el silencio que se cierne al otro lado de la línea, decido continuar hablando—. ¿Recuerdas al hombre de la fiesta de San Pedro de hace dos años?

—Pau, a duras penas recuerdo lo que hice la semana pasada —afirma Mateo ante la pregunta.

—¡El tipo al que rechacé cuando conocí a Esteban! —exclamo para refrescarle la memoria.

—¡Santo cielo! ¿Está ahí contigo? 

—Sí, no, está en la sala de juntas, pero resulta que es un nuevo cliente; no estoy segura si es él, pero hay un noventa y nueve por ciento de probabilidad de que sea el mismo hombre —respondo, siento que voy a hiperventilar—. ¿Crees... Crees que me recuerde?

Este es mi karma ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora