El chico del gym 1

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Y aquí estamos de nuevo. Son las cuatro de la tarde de un lunes normal y estoy en el gimnasio babeando por el chico de polo holgado sin mangas y cejas gruesas quien carga pesadas mancuernas en sus manos. Hace cerca de dos semanas que comenzó a venir el gimnasio y nuca antes me había encaprichado con alguien como lo estoy con él. No sé su nombre ni mucho menos su edad, pero estoy jodidamente prendida de él. Veo como sus músculos se marcan aun más cuando flexiona sus brazos hacia arriba. Dejo escapar un suspiro. Es él hombre más apuesto que he visto en toda mi vida.

Los recuerdos de la tarde del pasado viernes invaden mi mente.

Tuve la fantástica idea de utilizar una maquina de piernas que no sabía como manejar. Era ese estilo de maquina en el que te sientas y colocas tus piernas afuera de dos almohadillas las cuales van empujando tus piernas hacia afuera y debes cerrarlas cargando todo el peso que pusiste. Una acción que parecía de lo más simple en mi cabeza, pero estaba completamente equivocada.

Puse cerca de 40 kilos y parecía sencillo, estaba haciéndolo muy bien. No era tan inútil como pensé.

Cuando lo vi.

Se iba acercando más y más hacia mí y maldije por lo bajo cuando se sentó en la maquina que estaba frente a mí. Acomodó su toalla y proteína y comenzó a ejercitarse sin percatarse de mi presencia. Solo atiné a bajar la mirada y a imaginar que no había nadie allí. Estaba a escasos dos metros de distancia. Estuve controlando no levantar mi cabeza aún ejercitando mis piernas, cuando ya no pude más. Mis piernas estaban molidas que no lograban empujar las almohadillas hacia adentro y sentía como poco a poco mis piernas se habrían más a cada segundo. Entré en pánico no sabía que hacer ¿Cómo mierda quitaba los 40 kilos sobre mis piernas? Mire a ambos lados en busca de algún instructor, pero no había nadie. No levanté la mirada, sabía que seguía frente a mí y no quería que viera mi cara de pánico.

Con el corazón en la garganta y aguantando con todas mis fuerzas el peso sobre mis piernas logré ver una palanca al lado izquierdo de la máquina, no lo pensé dos veces y tiré de la palanca.

Lamenté haberlo hecho.

Mi cuerpo saltó a causa del impacto y el fuerte ruido que este había producido. Al bajar la palanca los 40 kilos que estaba cargando cayeron estrepitosamente sobre las otras pesas ocasionando un estallido metálico que asustó a todos los presentes.

Sentí la sangré subir por mis mejillas y llevé mi mano a mi rostro con la mirada en el piso. No sé por cuanto tiempo estuve en esa deprimente posición, pero cuando descubrí mi rostro y levante mi mirada, me encontré con sus hermosos ojos verdes observándome con preocupación.

– ¿Estás bien? – preguntó.

Mi mente se quedó en blanco y mi lengua se hizo un nudo. Nunca me había pasado esto, era alguien de lo más extrovertida, pero este sujeto me ponía nerviosa con tan solo una pregunta de dos miserable palabras. – Si si si – logré articular torpemente y me puse de pie, le di la espalda y sin mirar atrás caminé hasta los vestidores, tomé mi mochila y salí del gimnasio.

Sacudo mi cabeza con la intención de alejar el bochornoso recuerdo de mi mente y continúo en la prensa de piernas levantando el peso. Leí el manual de esta máquina antes de utilizarla. No volveré a cometer el mismo error.

Después de 20 minutos y con la respiración entrecortada a causa del esfuerzo, salí de la asesina máquina y me dispuse a salir del gimnasio. Me di una rápida ducha y fui hasta el estacionamiento no sin antes dar un última ojeada. El chico de las cejas gruesas quien debía pensar que era la mayor inútil de la historia no estaba por ningún lado. Un suspiro cargado de decepción escapó de mis labios y continué con mi camino.

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