04 - Encuentro

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— ¿Estás segura de que quieres hacer esto, Luisita? insistió Benigna, aceptando la copa de vino que le acercaba su amiga al sofá.


— Tengo que hacerlo, Benigna. Joanne dijo que tenía un amigo que me alquilaría el apartamento amueblado. Espero volver cuando nazca el bebé y pueda buscar trabajo otra vez — repuso Luisita. Echó un vistazo alrededor y suspiró —. Aunque Laura pasaba fuera la mayor parte del tiempo, este sitio me trae muchos recuerdos.


Y sin embargo, la imagen que le vino a la cabeza fue la de noches interminables, sola en la cama.


— ¿Por qué no me dejas ayudarte? — pidió Benigna —. Puedo ayudarte con...


Luisita negó con la cabeza. — No, por favor. Tú tienes mucho trabajo en el hospital, una familia y facturas propias que pagar. Ya bastante haces con guardarme las cosas — aseguró. Se sentó en el sofá y dejó escapar un suspiro cansado, al tiempo que le daba a Benigna una palmadita en la rodilla —. Le he dado muchas vueltas desde que fui a ver al abogado de Laura y ya no puedo pensarlo más. No tengo trabajo y no tengo dinero para pagar la casa. Sofía necesita estabilidad y, antes de que te des cuenta, esta otra pequeñaja estará aquí — dijo, pasándose la mano por la barriga.


— Lo entiendo. Si esa mujer conocía a Laura puede que las cosas funcionen. Es muy generoso por su parte ofrecerse a ayudar.


— Me siento como un acto de caridad. Gracias a Dios, el sobrino del abogado de Laura me ha comprado el coche, porque necesitaba ese dinero.


Benigna alzó la copa. — Bueno, cielo. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes que estoy aquí para lo que quieras. Por Wisconsin y por los nuevos comienzos.


Luisita le sonrió y brindó con el vaso de té helado. — Esperemos.

Al llegar a Wisconsin, Luisita cogió a Sofía de la mano para bajar del autobús

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Al llegar a Wisconsin, Luisita cogió a Sofía de la mano para bajar del autobús. La espalda le dolía horrores y dejó escapar un bufido. El sol tórrido de agosto caía a plomo sobre sus cabezas.


— Mamá, calor — protestó Sofía, frotándose los ojos.


— Lo sé, cariño. Ahora vendrá una persona a buscarnos — la tranquilizó con una palmadita en la cabeza.


El conductor del autobús la ayudó a bajar las bolsas y la acompañó a la terminal. Cuando dejó las bolsas en el suelo, la rubia se sintió fatal, porque solo llevaba un billete de diez dólares, nada más pequeño, y no podía dárselo todo.

Luimelia Vientos Celestiales - IWhere stories live. Discover now