CAPITULO SEIS.

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Ace.

Cuando desperté lo primero que supe, además de que tenía una resaca horrible, era que no estaba en casa. Aunque el apartamento parecía tener las mismas proporciones que el mío, la decoración era sumamente diferente. Yo no recordaba tener enredaderas falsas en los marcos de las paredes, ni velas en puntos estratégicos de la casa. El apartamento lucía como el de Spencer y su compañera.

Eliana.

Recordé la madrugada de hoy como si fuera algún especie de espectador de una película de muy mala calidad. Pude verme a mí mismo tropezar en la entrada del apartamento, tratar de aferrarme a la botella de cerveza mientras caía y me provocaba una herida que incluso ahora parecía punzar igual que hacía unas horas. Luego lo único que había era un par de manos regordetas y vacilantes limpiando la sangre, así como unos ojos oscuros taladrándome y la risa más agradable que había escuchado nunca resonando en mi cabeza como si fuera un disco en repetición.

Me incorporé en el sillón extrañamente cómodo en el que había dormido, observando el vendaje en mi mano derecha. Estaba desprolijo, tal vez un poco más ajustado de lo que se suponía, pero no había recordado la última vez que alguien me había ayudado con los estragos de una noche estúpida, y vaya que había tenido muchas de esas.

Cuando traté de cerrar mi mano en un puño, dolió más de lo que pensé que lo haría. Intenté hacerlo un par de veces más solamente para acostumbrarme a la odiosa sensación. Tenía que hacerlo, no me podía permitir tener un lanzamiento débil en el primer partido de la temporada. Sentí una ligera molestia en el pecho parecida a la de hacía días en el entrenamiento de solo pensar en la posibilidad de no poder lanzar apropiadamente. De fallarles a todos.

—¿Cómo está tu mano?

Giré mi rostro a la dirección de dónde provenía la voz. Eliana estaba en el inicio del pasillo que guiaba hacia las habitaciones y unos mechones desordenados de cabello azabache enmarcaban su rostro de mejillas amplias como si justo acabara de despertar.

Me observaba de la misma forma ausente y hermética que la comenzaba a caracterizar. Cuando la miraba era como no encontrar nada ahí, pero por la manera en la que retorcía el material de su blusa con algo de nerviosismo, intuí que simplemente era muy buena ocultándolo todo.

—Ni siquiera siento molestia. —mentí.

Ella asintió, sus ojos oscuros posándose sobre mi mano y en ningún momento lució como si tuviera interés en acercarse a mí. Parecía ser que solo mantenía una conversación conmigo por pura educación y porque era el extraño que había dormido en su sofá la noche anterior.

—¿Entonces no te cortaste las venas? —preguntó, sus ojos brillando con algo de diversión a pesar de que mantenía su rostro sin ninguna expresión.

Fruncí el ceño. —¿De qué hablas?

Pareció esconder una sonrisa al apretar sus labios con fuerza y sacudió la cabeza en negativa. —No, nada. Me alegra que estés mejor hoy.

No podía terminar de comprenderla o de armarme un juicio rápido de ella. La mayoría de las veces que la había escuchado hablar, parecía muy poco interesada en cualquier cosa que involucrara la acción de socializar, pero había pequeños momentos como anoche y justamente ahora en los que parecía que no le incomodaba del todo mi presencia.

No tuve idea del por qué, pero quise aprovecharme de eso.

—Gracias. Por lo de anoche, no tuviste que hacerlo. —dije mientras me incorporaba. —Creo que haces mejores curaciones que el escuadrón de enfermería del equipo.

Se encogió de hombros y no reaccionó ante mi adulación. —Eres amigo de Spencer, lo haría por cualquiera de ustedes.

Pareció escupir la última palabra como si mis amigos y yo fuéramos una especie distinta, lo cual me hizo gracia.

BLOOMINGTONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora