CAPITULO NUEVE.

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Ace.

"Jason Ace, mariscal de los Hoosiers de Bloomington, asegura una nueva victoria en la liga universitaria."

La primer victoria de la temporada había subido los ánimos del coach y del Director, quienes se habían empeñado en hacer de ella la noticia principal en la revista de la universidad. En la portada estaba una foto de nosotros tres en la que el único que no lucía feliz era yo, pues los otros hombres llevaban una sonrisa exagerada, luciendo como si se hubieran ganado la lotería.

Arrojé la revista a la mesa de centro, causando que el raquítico gato gris que se lamía las patas delanteras con aire ufano diera un pequeño salto en el suelo del salón. No había podido correrlo todavía y tampoco buscarle un hogar, algo había en él que me impedía dejarlo ir.

Desde que había abogado por Eliana una segunda vez, Fitz no parecía estar muy contento conmigo ni con el gato. Ni siquiera había mencionado una palabra cuando al llegar al apartamento ese día, vio al gemelo perdido del coach durmiendo plácidamente sobre la encimera de la cocina. Tampoco dijo nada ahora cuando se dejó caer a mi lado en el sofá y evitó tocar lo menos que pudo al felino.

—Te ves miserable en la foto. —puntualizó él, observando la revista.

Me encogí de hombros mientras le daba un trago a la cerveza que recién había tomado de la nevera. —Gracias.

—Pero aquí mi duda es... ¿Por qué no lucías así de miserable cuando te vi hablar con la vecina en el medio tiempo del partido?

Conocía ese tono de voz. Conocía el tinte burlón, la insinuación no dicha que brillaba en sus ojos azules con una malicia digna de competir con la del gato a mis pies. Una vez más, sentí molestia arder en mi garganta. Nunca había tenido tantas ganas de golpearlo como en estos últimos días.

—¿Lo mal que jugaste anoche jodió con tu percepción?

Hizo una mueca despreocupada. —Tal vez. Esa sería la única explicación del por qué últimamente me parece que te has vuelto el defensor oficial de las chicas gordas marginadas. De una en especial, para ser exactos.

Dejé la botella de cerveza en la mesa de centro de manera más brusca de la que había planeado mientras me giraba hacia él.

—¿Sigues con eso? Podría sacarte la mierda, Fitz. Lo sabes porque ya lo he hecho antes, así que no me provoques.

El desgraciado tuvo la audacia de sonreír. —Tranquilo, Ace, no te tienes que poner tan agresivo. ¿Estás seguro de que no perteneces a un especie de grupo altruista? Podría unirme a ti si quieres, todo con tal de ayudar a un hermano.

—¿Por qué no mejor dejas de ser una molestia en mi culo? —me levanté del sillón más tenso de lo que había llegado— Hablo en serio, Fitzgerald. No te metas con ella, no hay necesidad de ser un idiota.

Alzó ambas manos en un gesto de rendición, pero todavía podía ver la diversión danzar alrededor de él como un puto halo. —Como diga, mariscal.

No podía estar a su alrededor por más tiempo si eso significaba escuchar sus estupideces. No estaba de humor para soportarlo, tampoco para pensar en cómo yo tendía a actuar si Eliana Ibar estaba involucrada. De hecho, lo menos que quería hacer era continuar pensando en ella, pues en los últimos días se me había hecho un hábito incontrolable.

Desde la noche anterior no podía olvidar la forma en la que me miraron esos ojos amplios enmarcados por un azul eléctrico que podía notar incluso desde la cancha. Lo que más me intrigaba de todo, era que desde el momento en el que escuché su voz, la tormenta en mi interior pareció disiparse, justo a tiempo para detener el ritmo acelerado de mi respiración que nada había tenido que ver con el desgaste físico.

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