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El tenue crujir de sus pasos fue lo único que la acompañó en el desolado bosque durante las últimas horas

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El tenue crujir de sus pasos fue lo único que la acompañó en el desolado bosque durante las últimas horas. Por esa razón, al oír agua agitándose en la cercanía, sus signos vitales se dispararon junto con sus pies cansados. Siguió el sonido, con la creciente sensación de aspereza en su lengua y garganta.

Echó a correr en cuanto divisó un reflejo brillante en el horizonte. Un angosto y pobre río fluía entre los árboles, arrastrando agua mezclada con barro, pero igual de apetitosa que un dulce recién desenvuelto. Zendia se lanzó de rodillas al suelo y ahuecó las manos para beber de ella. El frío contacto interno le calmó el cuerpo caliente y pesado. Se permitió disfrutar de la frescura en su garganta y la suavidad que llenaba su boca sedienta.

El eco lejano de ramas quebrándose le arrebató su momento de gozo. Reparó en una silueta al otro lado del río, caminando hacia donde ella estaba. Maldiciendo por lo bajo, rogó que no la hubiera visto y se escondió detrás de un árbol. Se apegó al tronco por el pecho y apoyó la frente en la corteza, obligándose a no emitir ningún ruido.

Oyó pasos acercándose, pero jamás llegaron a chocar con el agua. En cambio, un suspiro llenó el silencio que siguió al detenerse la marcha, y un golpe seco contra la tierra le hizo pensar que el extraño se deshacía de su equipaje. Por unos extensos minutos, no pudo distinguir otro sonido aparte de su corazón alterado y el curso del río que lo acallaba.

No supo cuánto tiempo estuvo de pie, inmóvil como el mismo árbol que la protegía. Seguía muerta de sed y sentía los dedos hinchados a causa del encierro de sus botas húmedas. Casi creyó volver a estar sola cuando los agudos chillidos de un animal cortaron el aire.

—¡Te tengo!

La curiosidad la llevó a asomar la cabeza. Un joven de tez oscura le daba la espalda metros más allá, agachado sobre sus talones. Una neblina azul ascendía desde el suelo frente a él, pero sólo cuando se corrió hacia un costado y un destello dorado emanó de su cuello, Zendia pudo comprender de dónde provenía.

Un domo transparente azulado cubría a un diminuto y peludo animal. Este chillaba y daba vueltas con sus cortas patas. A cada paso que tanteaba en busca de una salida, chocaba con la brillante pared curva y caía de espaldas al césped, agitando sus garritas.

Al cabo de un tiempo, dejó de luchar. El hombre no deshizo la cúpula hasta asegurarse de que la criatura ya no respiraba.

Lo envolvió con sus manos y acarició su cabeza y orejas redondas. Con extrema delicadeza, lo colocó sobre una piedra semienterrada en el suelo. De una bolsa de cuero a su izquierda, extrajo una daga corta que afiló con una roca más pequeña. La imagen de carne rostizaba cruzó por la cabeza de Zendia, haciéndole agua la boca.

Sin poder hacer nada por evitarlo, un intenso y estruendoso rugido brotó de su estómago.

No alcanzó a esconderse cuando el cuchillo voló hacia su rostro. Un centímetro antes de que le atravesara la nariz, su aura morada rodeó el cuchillo y lo suspendió en el aire. El joven la observó con la boca abierta desde la orilla contraria del río. Cruzaron miradas tensas y prolongadas, midiendo sus próximos movimientos.

La Señal de Zendia (Nyota #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora