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Sentía el cuerpo rígido y pesado, como anclado al suelo

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Sentía el cuerpo rígido y pesado, como anclado al suelo. Sus brazos estaban adormecidos y sus muñecas picaban por la presión de las esposas. Al alzar la cabeza, un dolor punzante le recorrió la columna hasta instalarse en su cadera. Abrió los párpados con esfuerzo para encontrarse con un cuarto oscuro de paredes terrosas. Solo cuando el intenso mareo se desvaneció, pudo recordar lo sucedido. Un enorme vacío le contrajo el pecho al pensar en los disparos y gritos.

Volteó desesperada hacia la reja que la separaba de una sala amplia, pero igual de sucia y mal iluminada. Se arrastró por el suelo hacia los barrotes, ignorando el ardor de sus rodillas al rozar las piedras con su pantalón roto. Dos guardias estaban apostados a ambos lados de una puerta eléctrica. Pronto repararon en que había despertado. La mujer se acercó y le dedicó una mirada severa desde lo alto.

—Has sido inmunizada, así que no intentes nada estúpido.

Sin molestarse en esperar por una respuesta, se dio la vuelta y regresó junto a su compañero.

Zendia tragó con fuerza, sintiendo cómo la saliva se atoraba en su garganta seca. Encontró una explicación para la extraña sensación de ausencia que llenaba sus venas. El repentino temor de no volver a sentir sus poderes atravesó su cabeza.

¿Y qué esperabas?, se regañó. Sabía a lo que renunciaba cuando aceptó aquel trato: su libertad por la libertad de sus seres queridos. Pero, hasta donde llegaba su conocimiento, podría ya no tener a nadie a quien proteger. Debió escuchar a Adyl. No confíes en ellos.

El sonido de la puerta abriéndose la asustó. Zendia asomó el rostro hacia la oscuridad del pasillo, cerrando con fuerza los párpados para expulsar las lágrimas restantes. En su borroso campo visual pudo distinguir tres siluetas acercándose. Dos eran los guardias. Al tercero no lo reconoció hasta que estuvo de pie frente a la celda.

—Dennos un minuto a solas —la pareja se inclinó y abandonó el lugar. Zendia sintió que el corazón se le saldría del cuerpo cuando se retiraron de la sala.

Se levantó del suelo de un salto, tropezándose con sus propios pies. Por instinto, retrocedió un paso.

—Ike. Hola.

Su amigo no respondió. Su mirada desorbitada pasó de ella a la celda que la mantenía cautiva. Notó que sus manos bailaban inquietas sobre su pantalón. Zendia se rompió en pedazos al imaginar cuántas acusaciones tendría en mente, cuántas palabras tendría preparadas para señalar lo mucho que lo había lastimado su traición.

Estuvo a punto de rogarle que creyera en su inocencia cuando recordó a quién tenía en frente: el príncipe de Agbara. El hijo del rey de Agbara. El posible cómplice del rey de Agbara. Su estómago se convirtió en un nudo ante la idea de que él sabía por todo lo que había pasado su gente, quizás hasta había ayudado a su padre durante los reclutamientos secretos.

El dolor incrementaba junto al tenso silencio que marcaba la distancia entre ambos.

Ike se aclaró la garganta y alzó el mentón. Un presentimiento le indicó que no estaba lista para oír lo que fuera que saliera de su boca.

La Señal de Zendia (Nyota #1)Where stories live. Discover now