Capítulo Uno

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Se despertó de un sobre salto cuando el vehículo se detuvo con un frenazo que sacudió su cuerpo, al fin habían llegado a la aldea. Esperó que cada uno de las personas que viajaban con ella se bajaran para ser ella la última en desocupar el vehículo infernal. Tierra, de esa amarrilla que se colaba a través de tus medias y dejaba manchas que no salían fácilmente, fue lo primero que vio mientras las personas se reagrupaban con alguien que estaba tratando de hablar en voz alta pero parecía que había perdido la voz. Colocó un brazo por encima de su cabeza para lograr hacer algo de sombra y lograr visualizar a lo lejos una cancha improvisada en donde se encontraban un par de niños jugando con dos adultos.
Era fanática del futbol, así que terminó caminando hacia donde le interesó ir. Colocó su mochila en el suelo, se inclinó y sacó su cámara para hacer lo que había aceptado realizar en aquel lugar para escapar de su propio mundo. Los adultos eran un hombre demasiado alto, con el cabello en dreslos, y una chica en sus veinte y tanto, la cual se reía por todo lo alto, de cabello largo fuertemente tejido en una trenza y una mirada como ninguna otra. Se detuvo a verla después de anotar un gol y pareció que para ella se congeló el tiempo porque no se movió, parecía que ni respiraba; su mirada se podía denominar como cálida y de manera espontánea le sonrió, de verdad le sonrió lo que le pareció especial y diferente dentro de su estado de ánimo. Y los niños gritaban de júbilo, corriendo alrededor de la chica que hacía un baile ganador extraño.
—Debes de ser Ofelia, la fotógrafa—comentó un hombre cerca de ella con una carpeta en mano, anteojos tan sucios que no entendía como lograba ver algo; del cuello le colgaba un carnet con su nombre, el cual no leyó.
—Sí soy yo—se levantó de su postura de fotografía para estrechar la mano que le ofrecía.
—Un placer, bienvenida. Mi nombre es Cesar y soy el encargado de esta misión.
— ¿Misión?
—Así le decimos a nuestro trabajo dentro de la fundación. ¿No te explicaron nada al respecto?
—La verdad es que no, pero está bien. ¿Tengo que hacer algo más que tomar fotografías?
—La verdad es que cualquier ayuda es necesaria, sin embargo tu tarea es documentar cada tarea que realicemos, justo lo que estabas haciendo hace minutos—volteó la mirada hacia el partido que ya había terminado, al parecer, ya que se encontraban ambos equipos abrazados en una rueda cantando y bailando. Ofelia enseguida empezó a fotografiarlos, le gustaba la energía que desprendían—. Es nuestra mejor carta para demostrarle al mundo que existe mucho por hacer.
—Entiendo—aunque en realidad no lo hacía.
—Dormirás en una carpa común con todas las demás mujeres, los baños comunes están allá—señaló algún lugar detrás de ellos—Trata de no andar sola y de documentar todo lo que puedas. Si necesitas algo, házmelo saber.
—Seguro, gracias.
—Hasta luego—Cesar pareció que quería decirle algo más, sin embargo lo dejó pasar y Ofelia estaba agradecida ya que no desea hablar con nadie.
Los niños salieron corriendo como si fueran una estampida de búfalos locos por agua hacia una pequeña casa en donde parecía que se encontraba todo el mundo. Se quedó estática viéndolos pasar y terminó fotografiándolos de espaldas entre una nube de tierra amarrilla.
—Hola, hola, extraña. ¿Disfrutaste del partido?—saludó el hombre alto con dreslos.
—Hola, no tuve el placer de verlo completo pero pareció divertido.
—Es esa nuestra única misión: que sea divertido—le ofreció su mano—Félix, bienvenida.
Félix tenía un diente frontal partido, un aro de metal en la nariz, una perforación en la ceja derecha y unos increíbles ojos verdes que hacían un maravilloso contraste con su piel canela. 
—Ofelia, muchas gracias—dijo al estrechar su mano.
—Bonito nombre.—comentó soltando su mano y rodeando con un brazo los hombros de la mujer que lo acompañaba. La diferencia en estatura era cómica—Te presento a mi pequeña luchadora, mi amiga y hermanita de corazón: Grace, súper mujer Grace.
—Ya basta—le dijo la chica haciéndole cosquillas en el costado derecho.
—Agradece que hice la presentación corta—le guiñó el ojo, le besó el cabello y se fue.
—Está loco, pero es una excelente persona. Bienvenida—.
—Se necesita un toque de locura para vivir en este mundo. Gracias.
Grace tenía unos hermosos ojos marrones, con motas verdes y líneas doradas. Ofelia se quedó observándola directamente embobada de la belleza ante ella y parecía no molestarle. Sus rasgos eran sencillos, su piel morena que brillaba por el sudor, su nariz era pequeña y su sonrisa ¡Madre de Dios! Era enorme, con una dentadura perfecta y acompañada de hoyuelos. Nunca había visto una sonrisa parecida y le dieron ganas de fotografiarla en ese instante.
—¡Grace, ven acá!—gritó alguien sacando a la artista de su ensoñación ante lo que veían sus ojos.
—Lo siento—se disculpó poniendo distancia entre ellas.
—Tranquila, parecía que te gustaba lo que veías.— ¡Diablos! Había sido descubierta— Vamos, siempre andamos en parejas o en grupos, nunca solos.
La siguió y mantuvo su distancia, no podía recordar la última vez que una persona la había cautivado de esa manera y se sentía patética por ello. Terminaron en la carpa para que dejara su mochila, Grace fue una excelente anfitriona y le presentó a cada una de las mujeres, aunque no logró memorizar ningún nombre. Le dieron la opción de dormir en una litera o en una hamaca y ella gustosa optó por la segunda. La pusieron en contexto explicándole los horarios para la comida, de las actividades y de la hora del baño.
Se le hizo entrega de un paquete que contenía unas camisas con los logos de la fundación, un block de notas, un bolígrafo y un carnet que la identificaba como Fotógrafa. Quiso pasar desapercibida así que se cambió la camisa que llevaba por una de la fundación y se colocó el carnet. Salieron todas de la carpa hacia la casa en donde funcionaba el comedor e incluso dictaban clases; tan solo por encima contó cincuenta niños de todas las edades, estatura y color. Algo se apoderó de ella y empezó a sacar fotografías desde todos los ángulos; logró captar la impresión, la sorpresa y la felicidad de los niños cuando empezó una función improvisada de payasos haciendo malabares, haciéndolos reír a todos. Deseó por ese momento quedarse ahí, rodeada de la energía tan bonita que proyectaban y viendo la felicidad como tenía mucho tiempo que no lo hacía.

Con Aires de Amanecer (En Edición)Where stories live. Discover now