• 18: Correr •

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Los primeros rayos de sol se asomaban por el ventanal y una agradable brisa se colaba por la rendija. Acariciaba a Vienna, envolvente, con una ternura que solo la mañana podía brindarle. Aquellos amaneceres entre bostezos despreocupados y estiramientos de brazos, vagando por la mansión que ya le era familiar, con nada más que un babydoll del color de la noche. Abrió cada ventana del living, hasta llegar a la cocina, donde la gata Nirvana se alimentaba desde su platillo.

Comenzó a preparar el desayuno. Le resultaba muy amena la libertad que tenía en ese lugar, donde sin siquiera despertar al hombre que le daba un espacio en la cama, podía crear las más gustosas comidas. Armaba la mesa entre giros y pasos de baile, al tiempo que exprimía el jugo de algunas naranjas de temporada. Qué deleite, qué dulce le resultaba su vida en aquel instante.

—Buenos días —murmuró Bruno, que se aproximaba al inmenso comedor. De repente lanzó algo tan diminuto por los aires que la muchacha apenas logró verlo, mas lo atajó—. Encontré esta pieza debajo de la cama. Te hacía ver muy bien.

La tela de encaje descansaba sobre las manos de Ferrari y se preguntaba dónde habría quedado el sostén que le hacía juego. Contaba con decenas de conjuntos de lencería, pero ese La Perla era de los más espléndidos de su colección.

—Gracias, querido. Hice el desayuno: granola y jugo de naranja. ¡Ah! Me olvidé del café, ahora lo hago. ¿Cómo dormiste?

Conversaron durante un rato, pero antes de sentarte a comer, el dueño de la casa decidió que se daría un baño. Vienna se dispuso a esperarlo sentada en el sillón de terciopelo negro, contemplando las decoraciones góticas del sitio. La gata de pelaje gris en seguida se sentó sobre sus piernas casi desnudas, solo cubiertas en el inicio por la tela de gasa. Todo estaba tan bien que no había tocado el celular en lo que iba de la mañana. Al pensarlo, lo tomó, en busca de novedades.

Abrió una aplicación de mensajería y en el chat de Merlía aparecía una grabación de audio tomada la noche previa. La encendió y se encontró con su hermana contándole en resumen lo mucho que se estaba divirtiendo, junto con Ángeles y Caterina, en la casa de esta última. Hacía unas semanas habían empezado a planificar una pijamada y la ilusión por asistir había estado presente en cada una, mas llegado el momento, Vienna prefirió pasar la noche con su pareja. Tal cosa decepcionó a sus amigas, mas la respetaron.

Detuvo el mensaje de voz, pues su cabeza se había enfocado en repasar lo que había vivido en la noche. Bruno y ella se reunieron, como de costumbre, en el bar Midnight. Jugaron a no conocerse, a fingir que sus ojos se encontraban por primera vez, como aquel día del año anterior ocurrió. "Soy Ginebra", se presentó la joven, por segunda vez en sus vidas, y de nuevo con el nombre del bar y del blog. Hubiese querido continuar con la recreación de la primera conversación, pero sus labios anhelaban saborear los de él. No había tiempo para hablar de la bebida alcohólica, de la banda en la que él tocaba ni de la escapatoria a la vida de ella.

Tras conocer gente en la barra y bailar hasta el cansancio, fueron con más personas a la casona de Bruno. Era más iniciativa de él que de ella lo de ser una pareja abierta, mas parecía funcionar. Disfrutaron de la lujuria con varios desconocidos en la mansión, pero en cuanto se largaron, la noche fue completamente de ellos dos. Y, después de todo, era Vienna la única que contaba con el privilegio de amanecer allí.

Qué afortunada se sentía y a la vez veía que su vida en esos tiempos pasaba solo por las variables del sexo y de los lujos. Qué opuesto que sonaba cuando Merlía le hablaba de lo que habían hecho en la pijamada. La nota de audio finalizaba con las tres amigas despidiéndose y manifestando el deseo de verla al día siguiente. Vienna, que lo oía ese mismo día, recordó que había quedado en ir a almorzar, ya que había faltado en la noche.

Cenizas al caféWhere stories live. Discover now