• 21: Mellicidad •

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Las luces parpadeantes del BMW color plomo, el auto finalmente detenido, las estilizadas piernas de Stefanie forradas en calzas deportivas, la figura de César en un impecable traje

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Las luces parpadeantes del BMW color plomo, el auto finalmente detenido, las estilizadas piernas de Stefanie forradas en calzas deportivas, la figura de César en un impecable traje. Sus padres habían regresado del trabajo, dejando a Vienna con las dolorosas palabras en la boca. ¿Las palabras? ¿Qué palabras? Todavía no había formulado en su cabeza ninguna; la había tomado por completa sorpresa, su corazón se había detenido.

La llegada de los padres interrumpió el espacio que las mellizas estaban teniendo, pues en seguida se pusieron de pie y se prepararon para cenar con ellos. En cierta medida, fue un alivio para Vienna, mas sabía que eventualmente iba a tener que contarle a Merlía la dolorosa verdad. Por lo pronto, tenía más tiempo para pensar en cómo se lo diría, pues era algo que jamás había pronunciado ni creía que iba a pronunciar. La castaña, en cambio, no podía concebir que la instancia tuviera que pausarse.

La cena fue por demás incómoda para ellas. La morocha no dejaba de ver a su madre como la causante del trastorno alimenticio que su hermana desarrolló. Esta última contaba con una ansiedad inmensa y con fuertes interrogantes cuando observaba a su padre, imaginando las peores situaciones.

Tan pronto como acabaron de comer, Vienna se puso de pie y subió a la habitación. Merlía la seguía, intentando alcanzarla, pero aquella iba con mucha prisa, como queriendo esquivarla. Al fin se encontraron en la pieza.

—Vienna, ¿podemos hablar? —consultó, con el rostro afligido, con el cuerpo nervioso. La susodicha no la miró y empezó a quitarse la ropa para colocarse el pijama. La de cabello terroso se aproximó a ella y colocó una mano trémula en su hombro—. Por favor, no puedo quedarme así, tengo que saber si...

—Mer, estoy muy cansada, hablemos mañana —contestó, con la fatiga presente en su voz. Notó que iba a insistir y entendía el porqué, estaba claro que la había dejado con incertidumbres de gran dimensión. Sin embargo, no podía en ese momento sostener una conversación como esa. Había sido un largo día y aún debía procesar lo que Merlía le contó, que desde luego no le fue indiferente—. No insistas. Voy a buscar la forma de contártelo, voy a buscar las fuerzas no sé de dónde, pero lo haré, como sé que hiciste vos conmigo. Se ve que sexto fue un año muy difícil para ambas y callamos mucho. Quizá ya sea hora de hablarlo, pero por favor, que sea mañana.

Merlía, no completamente satisfecha con la respuesta, acató con un gesto. Tenía una necesidad casi fisiológica por conocer lo que a su allegada le había ocurrido. Sentía que lo sabía, mas no estaba segura, y tener que esperar una noche entera para eso resultaba devastador. Con todo, agradeció que Vienna se mostrara dispuesta a hablarlo, aunque fuera al día siguiente.

Se acostaron en sus camas y apagaron la luz, pero sus mentes no se apagarían con facilidad. Merlía daba vueltas al diálogo, sopesaba acerca de lo extraño y a la vez gratificante que había sido confesar su relación con los alimentos, con su cuerpo, su mente y su madre. Se sintió como soltar una mochila repleta de objetos pesados, y aun cuando tuvo que reunir fuerza y coraje, dejar de lado todos sus miedos, logró hacerlo. Hacía tanto que quería contarlo y no sabía cómo, y al final lo hizo. Pero luego, lo de Vienna. Qué complicado le resultó conciliar el sueño teniendo lo de Vienna pendiente. Lo intentó, la nombró en susurros un par de veces preguntándole si estaba despierta, pero no hubo más que silencio.

Cenizas al caféWhere stories live. Discover now