1 - La extraña sensación

56 10 18
                                    

La confusión que siento al ver a esa chica es indescriptible. Es que solo de verla muchas preguntas empiezan a aparecer.

¿Cuál es su nombre?

¿Qué edad tiene?

¿De donde viene?

Pero la pregunta más importante de todas…

¿Por qué presiento que la conozco de alguna parte?

Ella está sentada en el consejo de dirección acompañada de dos personas adultas, asumo que deben ser sus padres. Se encuentran hablando de algo con el director de la escuela.

—Eh… ¿Haise? —me llama Leo algo confuso, sacudiendo un poco mi hombro haciéndome volver a la realidad— ¿Te encuentras bien bro? Pareciera que has visto un fantasma o algo así.

—Tranquilo, estoy bien. Lo que pasa es…

Albert interrumpe lo que iba a decir.

—Leo, lo que pasa es que nuestro amigo Haise…, se está enamorando.

Canturrea en un susurro esa última palabra en concreto, su cara tiene su típica expresión de bromista. Pongo los ojos en blanco.

—No seas tonto Albert —le digo mientras suelto un largo suspiro—. Solo me siento algo sorprendido de ver a esa chica nueva, es todo.

—Vaya, eso tiene demasiado sentido —Dice mi amigo Leo enarcando una ceja mientras sonríe de forma pícara, Albert también le sigue la corriente comenzando a mover sus cejas de arriba abajo con una sonrisa traviesa.

Soy consciente de que lo hacen solo para molestar un rato, así que no me queda más que seguirles la corriente y reír con ellos.

—Idiotas.

De repente suena el timbre, indicando que debemos todos ir a formar en el matutino.

Mi escuela es una estructura que tiene tres pisos; unos bancos en los parques distribuidos en todo el centro para sentarse a descansar; en la parte trasera hay una cancha de baloncesto, la cuál se usa para educación física y jugar, ya sea correteando, o practicando algún deporte; un árbol grande que da bastante sombra en la esquina izquierda de la cerca que separa la escuela del exterior; y más a la derecha de la cancha hay un huerto, el cuál es usado para fines educativos.

Una vez todos reunidos en la plazoleta cantamos el Himno, pero mientras canto, absorto en mis pensamientos, no dejo de pensar en aquella chica. Juro que tenía la sensación de haberla conocido de alguna parte, pero no lo puedo recordar. Es como si mi mente estuviera jugando conmigo, y eso me molesta un poco.

Esto es lo peor de tener amnesia…

Terminando de cantar y el director dar discursos no muy importantes —en mi opinión— acerca de la escuela, las clases y demás, todos subimos a las aulas. Unos pocos minutos después, ya en el aula me siento al lado de Albert, Leo se sienta justo detrás de nosotros. La profesora de Español llega, y detrás de esta, la chica nueva. Me sorprendo pero nadie parece haberlo notado, ni siquiera Albert y Leo. La atención de todos se dirige a la muchacha de cabello negro azabache recogido en una cola de caballo; de tez blanca; mirada conmovedora; uniforme que encaja a la perfección con su cuerpo; y escencia algo carismática.

—Buenos días a todos —dice de manera amigable, su voz es muy bonita—. Me llamo Carla, vengo desde la capital hasta aquí a vivir por motivos familiares. Y bueno, me he mudado hace pocos meses y empezaré a estudiar con ustedes. Eh…, y espero ser de su agrado.

Se le nota que está algo nerviosa, aunque bueno, ¿quién no se pondría nervioso por el simple hecho de presentarse ante un aula de prácticamente extraños para la otra persona? He visto con mis propios ojos a otras personas llorar u orinarse encima de la pena, y creanme, no suelo decir mentiras.

Por un momento, nuestras miradas se encuentran y siento una extraña sensación de cosquilleo en mi pecho. ¿Qué coño es esta sensación? Pero algo me deja un poco confundido. Pude notar por unos segundos como si estuviera sorprendida de algo, pero luego actúa normal, mirando todo el lugar como si estuviera tratando de adaptarse. La profesora indica que tome asiento y esta se sienta en una mesa vacía, justo al lado de la ventana que da vistas a la cancha de baloncesto y a los alrededores.

—Haise —susurra Albert a mi lado— ¿Qué opinas de la chica nueva?

—Bueno, pues… —Paso mi mano por mi mentón como si estuviera pensando— Me parece alguien agradable.

—¿Quieres saber lo que pienso? —asiento solo para oír que disparate va a decir— Pareciera que sí te estás enamorando de ella.

Dice en un susurro y yo vuelvo a poner los ojos en blanco.

—Y dale con lo mismo —suspiro como si eso me fuera a dar la paciencia que necesito—. A ver, Albert. ¿Cómo me va a gustar alguien que ni siquiera conozco?

—Pareciera todo lo contrario —comenta Leo detrás de nosotros con una sonrisa juguetona—. Hasta un tonto nota como la mirabas, obviamente te atrae. Vamos, admítelo.

—Ya dije que no, bola de imbéciles —pongo mis ojos en blanco nuevamente, pero brincamos del susto cuando la profesora comienza a hablar mirando hacia nuestra dirección.

—Pero bueno, ¿o se callan o se van a chismear fuera de mi clase?

Dice la profesora —claramente de no muy buen humor— y todo el mundo parece mirar hacia aquí, pero luego de unos segundos la atención de todos va a lo que la profesora empieza a dictar sobre la clase de hoy.

Bajo la cabeza entre incómodo y apenado, y susurro tan bajo que apenas los dos idiotas llegan a oír.

—A veces caen como una patada por el culo, imbéciles.

***

Siento que pasan cientos de años para que llegue la hora de receso, hasta que al fin toca el timbre. Todos bajan las escaleras a montón, a veces se siente como estar en una estampida humana. Algunos están en los parques sentados, contándose cosas de las cuáles se ríen; otros van a comprar de comer, ya sea helado, empanadas, o lo que sea mientras sea comestible y sirva para saciar el hambre; otros andan de pie en grupos conversando…

Yo ando con mi hermano Hiro y los dos idiotas que me hicieron pasar pena hace unas horas.

—Vamos Haise, solo estábamos bromeando contigo. —dice Albert en un intento de disculparse.

—Entiendo que estaban bromeando. Pero carajo amigo, no era el lugar ni el momento.

—Una disculpa bro —dice Leo a un lado mío—. No lo haremos de nuevo.

—Si, claro —murmuro con sarcasmo.

Si lo harán de nuevo…

Ambos se ponen delante de mi y ponen ojos de cachorritos para agregar drama a la escena. Es inevitable no poder contener la risa.

—A fin de cuentas no puedo enojarme con ustedes —digo al final, sonriendo—, después de todo somos los mejores amigos.

—Así es —dice Albert, poniendo un tono algo poético—. ¿Quién entiende nuestro retraso mental mejor que nosotros mismos?
Empezamos a reírnos todos a carcajadas. A pesar de todo, es verdad. Fueron ellos quienes siempre estuvieron en todos los momentos buenos y malos de mi vida, al igual que yo he presenciado momentos difíciles de sus vidas. Supongo que eso hace a los mejores amigos, ¿no? Esa sensación de camaradería, y el apoyarnos los unos a los otros sin importar la situación en la que nos encontremos parados.

—Iré… —digo después de un rato, tratando de controlar mi ataque de risa— Iré a dar una vuelta por ahí, nos vemos luego muchachos.

Chocamos puños a modo de despedida y me alejo del lugar para caminar por la escuela un rato.

Me encuentro perdido en mis pensamientos mientras camino, no dejo de pensar en aquello. Fue por unos instantes, pero vi como si estuviera sorprendida de algo… O quizás solo soy un paranoico que está exagerando la situación, ni que todo el mundo girara a mi alrededor.

Choco con algo, o más bien con alguien, haciéndome regresar a la realidad.

—Lo siento, no miré hacia donde caminaba… —Me disculpo.

Pero cuando me fijo en la persona, me sorprendo. Es la chica nueva, Carla. Nos quedamos viendo por unos segundos pero ella decide pasar de largo ignorándome por completo.

Vaya forma de empezar.

Pienso. Y sin más remedio, sigo mi camino hasta que minutos más tarde toca el timbre anunciando el final de receso y maldigo a mis adentros porque como no han cambiado el horario de manera definitiva, nos toca lo peor… Un turno de no recuerdo que clase era, y los otros dos de matemática.

Vaya forma de empezar, otra vez…

***

Por fin es hora de irnos a casa, por suerte decidieron dejarnos la tarde libre, porque sino vaya día de mierda. Camino a casa con mis amigos y mi hermano conversando temas aleatorios hasta que mi amigo Albert toca el tema.

—Esa chica… Carla, parece ser alguien agradable.

Comenta de manera casual.

—Sí, agradable… —Digo irónicamente mientras recuerdo lo que ocurrió en el receso.

—¿Quién es Carla? —pregunta mi hermanito con mirada curiosida— ¿Es una chica nueva de su aula?

—Pues sí —le respondo yo, encogiéndome de hombros.

—También es la chica de la que tu hermano se está enamorando. —comenta Albert todo chistosito— Vamos, ni te molestes en negarlo.

—Maldita sea Albert. ¡¿Cuántas veces debo decirte que no te puede gustar nadie que ni siquiera conoces?!

—Ya bro…, relajate. Contigo uno no puede ni bromear, que pesado eres. —bufa.

Mira quién habla de pesados…

—Pero hay una cosa que me ha estado jodiendo toda la mañana. Aparte de ustedes dos —aclaro.

—¿Ah sí? —preguntan mis amigos al mismo tiempo, mi hermano decide quedarse callado para escuchar atentamente— ¿Y qué puede ser?

—Tengo esa extraña sensación de haberla visto o conocido en alguna parte, pero no lo sé, simplemente no logro recordar. A veces siento… —dejo salir un leve suspiro de frustración— Que mi amnesia no se ha ido del todo.

Todos nos detenemos en seco y se me quedan mirando, las expresiones divertidas en mis amigos se han esfumado, siendo reemplazadas por miradas de desconcertación.

—Hermano… —Susurra Hiro poniendo una mano en mi hombro, yo solo suelto otro suspiro de frustración.

—Todavía recuerdo aquella época como si fuera ayer, fueron momentos demasiados difíciles… Tuviste un feo accidente, casi pensábamos que te habíamos perdido para siempre.

Dice un Leo de mirada melancólica.

—Honestamente amigo, estábamos bastante asustados. Nos preocupamos mucho por ti.

Admite Albert, el cual también tiene una expresión algo apagada.

—Tranquilos chicos, no tiene caso seguir pensando en eso. Lo importante es que estoy aquí, sano y salvo. Y hablando con ustedes —les digo dándoles una sonrisa , transmitiendo optimismo al ambiente— No se preocupen.

—¿Seguro que estás bien, Haise?

Pregunta mi hermano y yo acaricio su cabeza sonriendo con amabilidad.

—Tu hermano es una persona fuerte, Hiro. Por supuesto que estoy bien.

—¡Cambiemos el tema! —sugiere Albert con una expresión cómica— Casi me deprimo hablando de esto.

—Estoy de acuerdo con el cabeza hueca —dice Leo de brazos cruzados.

—¡Ey! Yo no soy ningún cabeza hueca, no me faltes al respeto —se queja Albert haciendo puchero, su actitud a veces me recuerda la de un niño de seis años.

—Lo que diga el señorito cabeza hueca —bromeo mientras hago muecas cómicas. Todos reímos a carcajadas. A esto me refería cuando decía que estos momentos son los que nos hace los mejores amigos; la sensación de camaradería y el apoyarse los unos a los otros.

Pasamos el rato caminando mientras hablamos de otros temas, y al cabo de unos minutos llegamos a casa. Todos nos despedimos, mi hermano y yo tocamos la puerta para que nos reciba nuestra madre.

—¡Niños! —dice con alegría envolviéndonos en un tierno abrazo— ¿Cómo les fue? —pregunta sonriéndonos a ambos— ¿Todo bien?

—A mí me fue increíble, mamá —dice mi hermano mientras suelta un bostezo— Pero tengo muchísimo sueño, buenas noches.

Dice y se aleja camino a nuestra habitación. Mi hermano y yo siempre hemos compartido habitación desde que éramos más pequeños.

—Es bastante cierto eso de que los jóvenes de hoy tienen mucha energía.

Comenta mi madre mirando el camino a mi habitación dando un suspiro, luego me mira a mí y me indica que tome asiento. No decimos nada hasta que mi mamá nota mi expresión pensativa.

—¿Haise? Dime que te pasa, ¿te sientes bien?

—Sí mamá, todo está bien. No hay nada de que preocuparse.

—Si hay algo que te moleste, dímelo. ¿Quién mejor para hablar que con tu propia madre?

Suelto un suspiro y la miro directo a los ojos.

—Hoy pasó algo extraño, mamá —mi madre se cruza de brazos y levanta una ceja, luego hace un gesto con su mano para que continúe explicándole—. Hoy al llegar a la escuela vi a una chica…, que se me hizo conocida, y me surgieron algunas dudas.

—¿Dudas? —repite mi madre con intriga.

—Si… ¿Acaso mi amnesia no se ha ido del todo? ¿Por qué esta sensación tan de repente? —suspiro con frustración—. De verdad es algo frustrante no recordar algo que me tiene intranquilo.

—Haise… —mi madre pone las manos sobre la mesa—. Mira hijo, ¿quieres que te de un consejo? —me pregunta con voz gentil, yo asiento con la cabeza—. Creo que no deberías darle tantas vueltas a una situación. Aunque no lo creas te perjudicas a ti mismo innecesariamente, ¿entiendes lo que te quiero decir?

Suspiro mientras asiento con la cabeza, y mi madre acaricia mi mejilla con suavidad.

—No te sientas mal Haise, recuerda que la vida es una sola para vivirla con angustia.

—Está bien mamá, entiendo. Pero ¿y si en verdad la conozco?

—Eso no te lo puedo asegurar… Pero puedes intentar acercarte a ella y ser su amigo, e ir conociéndola poco a poco. Solo así creo que podrás confirmar si en realidad te confundiste y no es nada, o en verdad sí la conociste antes. Todo depende de ti.

Me quedo en silencio pensando en lo que dijo, y al cabo de un rato hablo.

—Gracias mamá, por tus consejos. A veces pienso que serías una excelente psicóloga.

Mi madre empieza a reír y menea la cabeza.

—Por cierto, el almuerzo ya está listo. Almuerza y luego despierta al dormilón de tu hermano para que no se quede sin almorzar.

Sonrío.

—Está bien mamá. Y haré caso a tu consejo, trataré de no romperme el cráneo pensando.

—Muy bien, y apúrate antes de que se te enfríe el almuerzo. —mi madre se levanta de su asiento y empieza a bostezar estirando sus brazos arriba—. Estoy algo cansada, iré a descansar un rato.

—¿No eras tú quién se quejaba de que los jóvenes de hoy tienen demasiada energía? —bromeo.

—La diferencia, Haise. Es que yo sí trabajo, ustedes no.

Me quedé en silencio ante tal humillación, mi madre después de unos segundos dice:

—Si vas a salir o algo, ten cuidado por ahí.

—Entendido señora. —hago una reverencia estilo militar y mi madre me da una última mirada antes de ir a su habitación a descansar.

Hablaré un poco acerca de mi familia:

Mis padres se llaman Samanta y Félix.

Mi madre es una mujer digna de admirar que siempre se ha esforzado por el bienestar de nuestra familia, incluso diría que ella y mi papá son las personas más nobles que he visto en mi vida. De cabello largo castaño oscuro, el cual siempre está recogido en un moño; ojos de color café; su rostro la hace lucir algo joven a pesar de tener 34 años de edad; de carácter amable y gentil.

Mi padre es también un hombre digno de admirar y respetar. Mamá me contó hace tiempo que él tuvo una infancia algo complicada, desde pequeño tenía que trabajar para poder ayudar a sus padres y estudiar al mismo tiempo para poder sacar buenas notas y alcanzar sus metas en la vida. Y a pesar de todas las adversidades que tuvo que afrontar, nunca fue una mala persona, ni un mal padre, es por eso que lo admiro y lo quiero mucho. Su cabello es corto de color negro; sus ojos oscuros le dan un aspecto serio; tiene una ligera barba; y es de cuerpo algo musculoso. En casa tenemos un gimnasio, y él lo usa para mantenerse en forma. Aunque mi hermano y yo lo usamos para practicar un poco de defensa personal cada sábado.

Y resumiéndonos brevemente a mi hermano y a mi, somos una combinación de nuestros padres.

Después de almorzar y levantar a mi hermano para que este almuerce, decido dar una vuelta por el pueblo. Podría haberme quedado en mi casa jugando en mi PlayStation 4, viendo algún anime, o leer algún libro o manga pendiente. Pero honestamente no tengo ganas, quiero despejar mi mente caminando.

No sé cuánto tiempo pasa, pero sin darme cuenta acabo frente al cementerio del pueblo.

El cementerio…

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, no soy del tipo de persona que visita diariamente un cementerio para rezarle a aquellas personas que ya no están con nosotros o por simple entretenimiento. Miro la hora en mi celular y son las cuatro de la tarde.

¿Por qué sigo aquí?

Debería irme…

Al dar media vuelta una sensación me detiene, es extraño. No puedo explicarlo fácilmente, pero siento como si hubiera algo que me estuviera llamando. Dudo un momento, pero vuelvo a girar y trago saliva para adentrarme en el cementerio.

Esto no me gusta nada, de repente el cielo se torna nublado y gris, dándole un toque tétrico al lugar. Me trago mi miedo y empiezo a caminar por los alrededores, ni que hubiera un asesino en serie aquí buscando víctimas. Pero ¿y si lo hay?

Debo dejar de leer historias cortas de terror…

Tumbas, mausoleos, árboles sin hojas… Es todo lo que hay a mi alrededor. Algunas de las tumbas tienen flores marchitas, fotos y nombres grabados en estas. Me encuentro en el área de mausoleos y de pronto empiezo a sudar, incómodo. Creo que fue una mala idea venir acá, no hay nada ni nadie por los alrededores.

Espera…

Siento la presencia de alguien justo detrás de mi y yo dejo de respirar. ¿Mi hora ha llegado? ¿Esto es todo?

¡No digas estupideces, Haise!

Mi mente me reprocha dándome una bofetada mental. Decidido, me giro bruscamente para darle la cara a mi acechador. Pero de pronto se oye un trueno fuerte y tanto la persona que tengo delante y yo gritamos del susto y nos caemos atrás, nuestras nalgas aterrizando en el suelo, nuestras respiraciones agitadas por el susto.

Me fijo en la persona y la reconozco inmediatamente.

—¿Qué haces aquí? —pregunto después de unos segundos de asimilar la situación.

—Pasaba casualmente por aquí, ¿y tú? —responde una agitada Carla.

—Lo mismo.

Respondo igual de sobresaltado. Y como si la madre naturaleza me quisiera dar otro latigazo, empieza a llover ligeramente. Me levanto de mi lugar rápidamente y le extiendo una mano a Carla.

—Vamos a refugiarnos rápido allá —digo señalando un mausoleo cercano—, no es buena idea estar en esta lluvia.

Ella parece dudar por unos segundos, pero toma mi mano y la ayudo a levantarse, seguido de esto vamos rápido al mausoleo y nos sentamos en las pequeñas escaleras. Hay un silencio incómodo. Bastante, bastante incómodo.

—Ah, por cierto… —habla Carla por primera vez desde los pasados siete minutos— Lo siento por lo de hoy, no fue muy educado de mi parte.

—¿De qué hablas? —pregunto porque en serio no tengo ni idea de qué habla.

—Me refiero a…, lo del receso.

Ah, eso…

—Ahh, no pasa nada. Tranquila.

Respondo con una sonrisa genuina.

—Creo que no nos hemos presentado —se voltea hacia mi, extendiendo una mano—. Mi nombre es Carla, ay que tonta, eso ya lo sabes —se ríe con una expresión algo tímida—, ¿Tú como te llamas?

—Soy Haise.

Respondo y estrecho su mano, la cual se siente cálida…

—Un gusto, Haise… —pronuncia mi nombre como si estuviera susurrando— Por alguna razón tu nombre me recuerda a algún personaje de anime.

Ella comenta de manera casual. Eso me hace reír abiertamente, me encojo de hombros.

—Casualidad, supongo —frunzo el ceño cuando me doy cuenta de lo que acaba de decir—. Un momento, ¿tú también ves anime?

—Sip —responde con honestidad.

—Vaya, no conozco muchas personas que vean anime por acá. Casualidad de nuevo, ¿supongo?

Eso la hace reír.

—Mucho gusto de conocerte, Haise.

—Un gusto igualmente, Carla.

La lluvia que estaba cayendo hace un buen momento con el pasar del tiempo fue cesando. Enciendo mi celular para ver la hora y son las 5:34 pm.

¡Carajo! Ya es tarde, ¡y me van a matar si llego tarde!

Bueno, creo que tampoco hay que exagerar…

Carla y yo nos encontramos caminando con rumbo al pueblo, en un silencio que de cierta forma es agradable. Creo que hablar un poco con ella aligeró las cosas, ni siquiera sabía que le gustaba el anime tanto como a mí. Al momento de llegar al crucero, ella habla después de un buen rato de silencio.

—Bueno Haise, fue muy bueno conocerte —me dice con expresión alegre y yo siento como si se me derritiera el corazón.

Como si se me derritiera el corazón… ¿Qué tonterías estoy diciendo?

—Lo mismo digo, Carla. —respondo con una sonrisa.

—Bueno, adiós. Cuidate por ahí.

Agita la mano a modo de despedida y empieza a ir por su camino, pero antes de que se marche la llamo.

—¡Espera! —ella dirige su mirada de nuevo hacia mi— ¿Podemos vernos en otra ocasión?

—Por supuesto. ¿Qué tal si este mismo sábado vamos a la cafetería local del pueblo a tomar algo y así conocernos mejor? Igual no tengo nada que hacer ese día.

—Me parece bien, ¿a qué hora será?

Pasa su mano por el mentón y se pone a pensar.

—No lo sé… ¿A las dos de la tarde puede ser?

—Por mi bien, a las dos de la tarde será entonces.

—Hasta entonces, nos vemos —me guiña el ojo, con una sonrisa en su rostro—. Bueno, te veo mañana Haise.

Se aleja nuevamente agitando su mano en señal de despedida. Empiezo a caminar rumbo a mi casa aún procesándolo todo.

¿Es verdad todo lo que acaba de pasar?, ¿seguro que no estoy soñando y en realidad me he quedado dormido toda la tarde?

Pienso.

Me pellizco la mejilla emitiendo un gemido de dolor, confirmando que esto es bastante real.

***

Las horas pasan, y ya es de noche. Me encuentro con mis amigos afuera de mi casa conversando, contándoles sobre lo que sucedió esta tarde.

—Y bueno, eso fue todo lo que pasó —concluí.

Mis amigos me miran entre pasmados y sorprendidos. De pronto empiezan a aplaudir y yo enarco una ceja.

—¿Qué?, ¿creen que me lo invento?

—No, Haise. —responde Albert— Es demasiado épico teniendo en cuenta que viene de ti.

—Estás muy chistosito, Albert —le contesto negando con la cabeza, este me saca la lengua de manera infantil.

—Yo no sé ni qué responder —comenta Leo—. Me parece bastante increíble. Esa chica y tú comparten cosas en común, incluso le gustan los animes igual que a ti.

—Incluso hemos quedado para ir a la cafetería local este sábado, ¿pueden creerlo?

—Se nota que la vida tiene a sus favoritos —ironiza Leo soltando un suspiro— Oye amigo, dame un poco de tu buena suerte.

—Con gusto lo haría…, si se pudiera.

—Si se puede. —dice Albert, y cómo respuesta Leo y yo enarcamos una ceja— Desde el banco, le haces una transferencia de buena suerte a Leo y listo. ¿Vieron que no era tan difícil?

—Muy gracioso, Albert. —decimos Leo y yo al mismo tiempo.

—¿Qué? Hablo en serio.

Y así transcurre toda la noche. Después de esa conversación, empezamos a hablar de temas aleatorios hasta que sin darnos cuenta ya era tarde, y ya teníamos mucho sueño. Por lo tanto nos despedimos y cada uno se fue a su respectiva casa. Albert vive al lado de mi casa, y Leo dos casas al lado de la mía.

Una vez tumbado en mi cama, me pongo a mirar el techo pensando de nuevo en todo lo que pasó hoy. Sin darme cuenta, tengo una sonrisa en mi cara.

¿Cuándo fue la última vez que me acosté así de contento?

Que sensación tan extraña, pero definitivamente no me desagrada…

Pienso mientras poco a poco el sueño me va ganando.

Entre mis recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora