Capítulo 2: Sin hogar.

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Una brecha se abrió en el mundo espiritual; de allí un hombre de barba y cabello negro salió, vestía una capucha negra y conforme avanzaba se la iba quitando. Se le veía cansado, con ojeras, tan delgado que parecía enfermo. La ropa que usaba estaba rota, desgastada y polvorienta. El lugar era una jungla llena de ramas, lianas y vegetación. El hombre atravesaba y esquivaba la maleza, su andar era pesado; como si su energía se estuviese apagando. Llegó a un refugio entre las raíces de un árbol, en esa jungla las raíces no estaban debajo de la tierra, salían de ella y cuando crecían pareciese que las ramas más altas tocaban el cielo, y su follaje podía pasar por nubes color verde con cascadas de lianas. Dentro del refugio, por la parte Este, se podían apreciar dos hamacas; en el centro una fogata apagada; en el lado Oeste una mesa improvisada llena de pergaminos y notas de papel regadas sobre ella; cerca de esa mesa una vitrina llena de vajillas de barro y algunas especias para cocinar; en el fondo, por el lado Norte, había otra entrada cubierta por una cortina de hilo.

Pasando esta cortina había un pequeño manto de agua cristalino. Durante el día los rayos del sol atravesaban las raíces e impactaban con el pozo de agua dulce haciéndolo brillar, a su al redor había cultivos de vegetales y frutas coloridas. Algunas aves se anidaban entre las entretejidas raíces y cantaban por las tardes antes de la puesta de sol. Frente a un huerto, un ser parecido a un lémur, pero más alto, quitaba las malas hiervas que se formaban alrededor de sus pak choi, una de sus orejas se movió al percibir el ruido del hombre que había llegado.

— Espero que hoy hayas logrado algo productivo, porque estoy a nada de echarte de mi hogar. —dijo el lémur en un tono burlón.

— Ahora no, estoy cansado. —expresó el hombre—. No sentí nada, los espíritus solo huyeron y me encontré con unos pescadores que pensaron que era un espíritu oscuro.

— Y no los culpo. Vestido así y con ese olor, incluso yo podría confundirte con un espíritu oscuro.

— Já-já ¡Eres tan divertido! —exclamó sarcásticamente.

— Hablo en serio, ¿hace cuánto no te duchas? —preguntó cubriendo su nariz—. Le estás haciendo honor a tu apodo, Apestoso. —dijo con una voz gangosa.

— No lo sé, días, semanas, meses... el tiempo es muy distinto aquí... Mono Feo. —esa última frase la dijo con un tono más burlón, queriendo levantar su ánimo.

El hombre se recostó en la hamaca y comenzó a mecerse, realmente se veía cansado y el Lémur podía ver como su estado empeoraba.

— ¡Oye, Kuttar! Qué dices si preparo la cena y tú tomas una ducha. Las pak choi ya están listas para cocinar.

Kuttar sonrió por la genuina preocupación de su compañero.

— Agradezco tu preocupación, Aye-Aye. Pero realmente necesito descansar.

El espíritu no insistió más y dejó que el hombre descansara, comenzaba a preocuparse más por él, sobre todo en el último año pues su estado de salud empeoraba conforme los días avanzaban. Recordó cuando la maestra Toph lo llevó ante él pidiendo que lo ayudase, era, probablemente, el único espíritu dispuesto a ayudarlo. Dudó en tomar su decisión, Kuttar había cometido un gran error, pero al ver sus ojos pudo ver a Wan. Desde entonces ambos han buscado la manera de recuperar la conexión con Raava.

Tras su huida, Kuttar vagó por el mundo de los espíritus, afectó todo el ecosistema por su poco dominio de emociones, los espíritus huían de su entorno y por donde anduviera la flora se marchitaba. Las cosas cambiaron cuando encontró a Iroh y a Toph, quienes lo habían buscado para ayudarlo. Pasaron meses para que pudiese dominar sus emociones y mantener un cierto control dentro del mundo espiritual, entre sus muchas lecciones aprendió a abrir brechas espirituales por todo el mundo, pudiendo así transportarse al mundo humano sin necesidad de atravesar los portales, o acercarse al Renacer.

AVATAR. La Leyenda de Kuttar. Libro 3: Yin YangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora