Capítulo 8: Entre las sombras.

10 4 1
                                    

— Kuttar, por aquí. —dijo Renzo sosteniéndolo, casi cargándolo para que él pudiese mantenerse de pie.

El temblor hizo que la muchedumbre se apaciguara por unos momentos, pero en cuanto la tierra dejó de moverse se lanzaron enfurecidos contra Kuttar, lo culpaban por aquel fenómeno y por haberles mentido. Los soldados abrían paso entre la muchedumbre, recibieron empujones y algunos golpes por los objetos que salían disparados contra el Avatar.

Él y el espíritu fueron resguardados, una vez más, en el palacio, pero en esta ocasión sus amigos se encontraban allí. Neyen y Taima no dudaron en abalanzarse sobre él para poder abrazarlo, mientras que Paithoon y Korra permanecieron distantes, solo observándolos. Cuando Kuttar estuvo entre los brazos de sus amigos se sintió en casa, ese abrazo le basto para reconfortarse y tranquilizarse, pero alguien faltaba allí; miró a Korra con un semblante imposible de leer, solo deseaba poder hablar con ella y tratar de explicarle todo, aunque no pudiese hacerlo.

— ¡Kuttar! —gritaba Neyen con euforia—. Por fin te encontré, amigo.

— Qué bueno verte de nuevo. —susurró Kuttar aún entre los brazos de sus amigos.

— Te perseguimos hasta Ba Sing Se, idiota. —exclamó Taima.

— Lo siento chicos, no podía... yo, sigo arreglando unas cosas.

En cuanto los tres se separaron Korra comenzó a acercarse tímidamente. La última vez que la vio fue en el palacio, justo después de que Guieb se sacrificara por ella, ahora después de tantos años la tenía de frente, su cabello negro ondulado y sus ojos verdes hicieron que se paralizara por unos segundos. Él sonrió, genuinamente se alegraba de compartir el mismo espacio con ella, hubiera dado cualquier cosa para que justo ese momento se detuviera y durara unos segundos más, porque Korra le importaba como nunca nadie le había importado. Incluso después de su huida trató de observarla a la distancia y asegurarse que estuviera bien, pero no se lo permitieron, ni Iroh, ni Toph, porque era peligroso para ambos mundos.

Cuando estuvieron cara a cara intentó saludarla, su saludo fue tan torpe que Aye-Aye soltó una corta risa burlona y rasposa, y aunque este gesto le hizo gracia a Korra no se inmutó y en cambio abofeteó al hombre.

— ¿Por qué nos hiciste esto? —preguntó enojada.

Los demás quedaron estupefactos por aquella reacción tan abrupta de la chica. Incluso la sonrisa de Aye-Aye se desvaneció de un momento a otro.

— Ojalá pudiera explicarlo, pero no es sencillo de explicar. —respondió sobando su mejilla.

— Desapareces por años ¿Y eso es lo único que dirás? Sabemos todo lo que pasó en el palacio y con el Rey Libélula, ¿por qué no nos pediste ayuda?

— No quería... yo solo...

Antes de poder decir algo sintió que alguien los vigilaba, esa misma presencia extraña que estaba en el mundo espiritual. Todos, a excepción de Aye-Aye, quien había sentido lo mismo, trataron de entender el cambio de actitud de su amigo. Kuttar comenzó a moverse sigilosamente y poco a poco sacó una daga de su bolsillo. Paithoon inmediatamente se colocó delante de todos.

— Kuttar, baja esa daga. —dijo colocando su mano en su espada.

Pero Kuttar lo ignoró, dejó de escuchar a su alrededor y siguió su instinto buscando a aquel extraño ente. Paithoon volvió a repetir que dejase la daga, pero él no hizo caso, en cambio corrió en una dirección y mientras corría el metal de la daga comenzó a calentarse al rojo vivo. La sombra a la que perseguía trató de ocultarse una vez más en la oscuridad, pero Kuttar lanzó su arma con una precisión incomparable atravesando a la criatura sombra; a pesar de travesarla esta desapareció delante de sus ojos.

AVATAR. La Leyenda de Kuttar. Libro 3: Yin YangWhere stories live. Discover now