Capítulo 9.

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Dayana Bravo.

Ayer me fui del apartamento de Samuel con la rabia ardiendo en mi cuerpo, me odie por llevar el coche y no poder ir a apagar mi rabia con una cerveza buscando algún ligue casual para extinguir mi deseo.

Siento la maldita puerta de mi alcoba taladrar con mis padres tras ella.

-Daya, despierta te llegó un paquete-. Grita mamá como si estuviéramos a kilómetros de distancia.

Tengo el maldito genio descompuesto así que me levanto de mala gana apareciendo con cara de amargada en la sala.

-Buenos días, ¿qué pendejada fue que llegó?-. Pregunto y me gano la mala mirada de mis padres por mi actitud, pero me vale mierda.

Creo que ya es hora de volver a irme a vivir sola.

-Primero, Dayana Bravo Nieto, haz el puto favor de saludar bien a tus viejos. Segundo, no me molestan las palabras groseras u obscenas, pero estás tirando veneno y apenas te despiertas así que mejor le vas bajando a la pendejada y te vas calmando-. Habla mi papá cabreado y hace que mi mal humor se multiplique por mil.

Pongo los ojos en blanco.

-¿Cuál fue el paquete que llegó?- Vuelvo a preguntar ignorando los comentarios de mi padre.

La mala cara de mi papá se repite, pese a ser su consentida odia mi actitud de mierda cuando estoy enojada, sin justificación palpable, claro está.

-Caramelo, te llegaron estos dos paquetes-. Dice mi madre con dulzura en su voz mientras mi mal carácter baja tres líneas y le concedo una sonrisa a la mujer que me dió la vida.

Ambos paquetes son cuadrados y de tamaño mediano. Hay uno que reconocería donde esté, pues siempre recibo uno al menos una vez al mes, no me molesto ni siquiera en abrirlo y lo tiró a la papelera sin contemplaciones.

El otro está envuelto en un sobrio empaque negro con un relieve suave que me permite reconocer las iniciales del hombre que me tiene amargada.

S.T.F...

Es una caja con avellanas cubiertas de chocolate... Me encantan, el hijo de puta la cago anoche, pero sus detalles siempre saben dar en mis gustos.

-Me compartes esos chocolates-. Dice mi papá con ironía en la voz.

-¿Ya se te pasó el genio de mierda a ti también? o es que solo quieres chantajearme-. Le digo soltando veneno nuevamente.

-No me importa si estás enojada, Samuel siempre da en el blanco con los gustos de los dos-. De los dos dice, ¡Permitame reirme!. -Así que exijo mi parte de esos chocolates.

-Si, sabes papi te comparto estos chocolates, porque serán los últimos que verás por aquí de parte de Samuel-. Me encojo de hombros.

Me mira con cara de asombro y el entendimiento sombrea su cara.

-¿Lo terminaste?-. Me pregunta lo obvio. -¿Le terminaste Caramelo?-. Repite y me causa gracia. -Aurelia, cariño vamos a almorzar al restaurante que tu elijas, vamos a celebrar-. Una carcajada sale de mis labios al escucharlo quitando mi malhumor matutino.

Es exagerado con sus reacciones, celebra porque no se pasaba ni un poco a Samuel y me repitió que me quería lejos de él varias veces.

-Quieres cortarlo ya-. Hablo mientras mamá sale de la cocina con dos tazas de café. -No te pongas con payasadas, las cosas no estaban funcionando hace meses así que es mejor dejarlo por la paz-. Les digo para que no crean que fue por presión que lo hice.

Sus caras no dan para arrepentirme, ya saben que si el rió suena es porque piedras lleva.

-Caramelo, no quiero ser mentirosa, pero me alegra que cortaras a Samuel-. Comenta doña Aurelia.

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