Capítulo 34

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Federico.

Ni bien Dayana llegó al edificio de mi apartamento, me estacioné, ella bajó del auto después de darme un beso y casi me ordenarme regresar con Max.

Arribo a la casa y lo encuentro en la sala con un vaso de algo en la mano y me mira con sorpresa.

—Pensé que no te vería hoy— dice serio y con voz cortante—.

—¿Celoso?— levanto mis cejas de forma sugerente y divertida.

—Para nada— responde con sequedad.

Los ojos le brillan con algo que no entiendo, se da la vuelta y se dirige a las escaleras.

—Max, espera— me ignora y sigue de largo—. Hermano, tenemos que hablar.

Sigue sin volverse a mí, me ignora y sé que está enojado por mi ausencia de estos días. Estoy actuando como nuestros padres y eso no me lo puedo permitir.

Lo sigo hasta su habitación pongo el pie en la puerta para evitar que de un portazo y me cierre la puerta en la cara.

¡Vaya carácter de mierda tiene!

—¡MAX!— exclamo con un siseo enojado.

—¿Qué quieres, Federico?— dice furioso a este punto ya no está dominando su forma de expresarse es un cúmulo de furia y abandono, los ojos le centellean ardiendo con rabia—. Ve con la docente, ella tiene tu atención ahora— los ojos se le inyectan en lágrimas y a mi se me hace un nudo en la garganta.

Algunas lágrimas se derraman de los ojos de mi hermano y lo hace lucir tan indefenso, tan herido y triste que lo abrazo. Si alguien más nos ve aquí en medio de la habitación dándonos un abrazo, pensarán que somos débiles y fáciles de atacar, herir o lo que se les ocurra, pero no podrían estar más equivocados. 

Ver llorar a mi hermano los hará pensar que es débil, pero no hay nadie más fuerte que él, que pueda mostrarme lo que pasa por su cabeza y su corazón.

Lo estrecho contra mi con fuerza, hasta que las lágrimas se acaban totalmente. La respiración se normaliza, los ojos hinchados y el destello de bienestar vuelve a estar en su rostro.

—Tu siempre tienes mi atención, hermanito— le revuelvo el cabello y por primera vez en mucho tiempo no me mira con enojo al molestarlo de esa manera—. No te voy a dejar de lado, por más ocupado que esté, siempre estoy pendiente de ti.

Le agarro el hombro en un gesto afectuoso.

—Lo sé— me interrumpe.

—Pero sabes que en breve me voy a tener que ir nuevamente— asiente—. Quiero que ella esté cerca, sé que te llevas bien y no quiero que estés solo... Ella.

—Está bien, si a ti te da confianza y seguridad estaré bien con ella.

—Pero, no aceptes por que te estoy obligando— digo— o podemos buscar otras opciones, nuestros abuelos, pueden ser— hace cara de molestia por la simple mención de los viejos Fuertes o Valencia.

—¡Prefiero a Dayana y no a los abuelos Fede!— me mira como si tuviera cuernos, se encoge de hombros restando importancia a mis palabras—. Sabes que me cae bien y no me molesta pasar tiempo con ella— se pasa las manos por el cabello.

Un gesto descuidado que denota exasperación.

—¿Qué tienes ahora?— pregunto.

—Nada— el corazón me da un vuelco con ese nada.

Hay tristeza en su voz y un gesto infantil que generalmente oculta me vuelve a poner alerta, no entiendo que tiene. Hay muchas partes de las emociones que decidí apagar de cierta manera, no sentir ha supuesto una gran ventaja cuando tengo que enfrentarme a situaciones estresantes.

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