Ouija.

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Nueva Jersey, 1934


— ¡Gerard Way, ven acá!

 Gerard jadeaba, huyendo de la voz dueña de esas palabras, sus piernas adoloridas corrían por prisa hacia el segundo piso de la casa y luego en las escaleras hacia las pequeñas habitaciones del tercer piso, ahí estaba su habitación. Entró al cuarto, antes había dejado a su hermanito ahí, pero ya no estaba por ningún lado.

 Los pasos se acercaban por el pasillo, haciendo temblar la madera y al mismo Gerard.

 — ¡Ven acá, no huyas mocoso de mierda!

 Gerard se sentó detrás del armario, en una de las esquinas de su cuarto, cubrió su cabeza con sus manos, intentando ir a su lugar feliz, dejando atrás todos esos malos pensamientos, malos recuerdos y las pésimas imágenes de lo que se venía.

 Gerard Way era el hijo mayor de un matrimonio que alguna vez tuvo todo, pero con la gran depresión del 1929 perdió gran parte de su fortuna. Habían intentado cubrir la adicción al alcohol del padre vendiendo las decoraciones de la casa, las pinturas, despidiendo al servicio, pero cinco años después no era suficiente.

 Hacía un año habían comenzado a vender las joyas y vestidos de la madre, entonces ella decidió marcharse. El padre quedó solo con sus hijos de dieciséis y trece años. Era difícil.

 — ¡Gerard!

 La puerta se sacudió en sus goznes, papá estaba cerca. Gerard tenía el rostro cubierto de lágrimas y varios hematomas comenzando a borrarse, cada vez que se movía su cuerpo dolía, tenía dos costillas quebradas, podía jurar que estaban lastimando sus pulmones.

 Las lágrimas seguían  cayendo por su rostro.

 — ¡Gerard!

 Largo silencio.

La puerta se abrió.

Y Donald gritó.

 Gerard, su hijo mayor estaba colgado en las cortinas, un nudo en torno a su cuello, su rostro pasando al morado. Corrió y como pudo lo bajó de ahí, empezó con la reanimación, pero nada funcionó.

 Gerard se había quitado la vida.



Nueva Jersey, 2013


Para cualquier chico de catorce años era ya la hora de dormir, pero Frank Iero no era cualquier chico, porque estaba de cumpleaños y desde hacía una hora y treinta y cinco minutos —mientras sus amigos no miraban los había contado— que tenía quince años.

 Ahora podía dormir tarde si quería, o no dormir en lo absoluto.

 Sus amigos habían llevado cervezas y cigarrillos, se habían burlado de las cornetitas y gorritos, globos y el pastel, que su madre había comprado para ellos. Eran chicos grandes, un cumpleaños así era para alguien que cumplía 14, no quince.

 Y mucho menos cuando tu cumpleaños es en el maldito día de Halloween.

 Frank se había sorprendido al ver llegar a Raymond, Bob, Brian, incluso estaba Mike, un chico de dieciséis años, eso había aumentado el pedigrí a su fiesta, claro, si hubiesen chicas ahí. Pero su madre tenía una regla, nada de chicas y chicos juntos en la misma habitación. Pero claro, podían llenar el pasillo con humo de cigarrillos sin problemas.

 — Esto es peor que el cumpleaños de mi primo de seis años.

 — ¿El de la fiesta de Barney?

scary thoughts, dark feelings ・ frerardWhere stories live. Discover now