El Cairo

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El Cairo, Egipto - 1926


En lo profundo de las entrañas del museo de antigüedades de El Cairo yacen apiladas filas y filas de altísimas estanterías. Lleno de literatura sobre el pasado e historia invaluable. De pie en la parte superior de una escalera alta entre dos de estas filas y apoyado en una de las estanterías, hay un hombre británico poco interesante: anteojos, pelo castaño que cae en cascadas rizadas en su rostro, camisa levemente azul y pantalones de color marrón aburrido, la típica pesadilla mojigata. Éste es Steven Grant. Nos vamos a enamorar de él.

—Sagrarios, sepulturas... y arte estético. Sócrates, Sesostris I, el dios Set...tomo I, tomo II y tomo III —Steven saca un libro de una pila que tiene debajo del brazo, le sopla el polvo, luego lo coloca en un estante con otros libros cuyos títulos comienzan con la letra «S». Luego toma otro libro debajo de su brazo y lee el título—. ¿Qué? ¿Tutmosis? ¿Qué haces tú aquí? —repite la pronunciación «T» varias veces mientras piensa en su ubicación—. Tendré que ponerte en tu sitio.

Con cuidado, para no perder el equilibrio, mira por encima de su hombro hacia la estantería detrás de él, donde todos los títulos comienzan con las letras «T/U». Entonces mira hacia abajo. Es un largo camino hasta el fondo del estante. Steven coloca suavemente los otros libros de debajo de su brazo en el estante superior, luego se da la vuelta y con cautela comienza a alcanzar al otro lado del pasillo con el libro de Tutmosis en la mano, estirando completamente su brazo. Es un poco demasiado lejos, así que Steven se estira más, tratando de alcanzar la estantería, sosteniendo la parte superior de la escalera con sus dedos, casi lo tiene, está más cerca ahora, más cerca de dejar los libros en orden.

Y ahí es cuando la escalera se separa del estante. Steven jadea sonoramente acompañado por un grito agudo, deja caer el libro Tutmosis y agarra la parte superior de la escalera la cual se mantiene recta hacia arriba como sancos. Steven contiene la respiración, balanceándose precariamente, un largo momento, y luego pierde el equilibrio, la escalera se balancea y Steven comienza a caminar en zancos por el pasillo.

—Auxilio —chilla cuando queda de pie suspendiéndose en la escalera—. Uh... uh... calma, todo está bien...definitivamente no te caerás.

La escalera cruza el pasillo, da media vuelta y regresa por donde llegó. Steven se aferra a la parte superior, luchando por mantener el equilibrio, pero la escalera se tambalea, sale al pasillo principal y aumenta la velocidad. Steven grita mientras hace un giro de 180 grados, gira hacia otro pasillo y finalmente se detiene en la parte superior de un estante para libros. Steven contiene la respiración con pánico, luego suspira fuertemente. Su centro de gravedad se mueve hacia adelante, en dirección a la estantería donde estaba apoyada la escalera al inicio. Pero se apoya con demasiada fuerza.

Y ahí es cuando la estantería se le cae y se estrella contra el siguiente estante de libros. Steven se desliza por la escalera y cae al suelo. Mira justo cuando se activa el efecto dominó: cada estantería choca contra la siguiente y la siguiente. Y adelante van, bon voyage. Estantería tras estantería. Miles de volúmenes y cajas de archivos son arrojados en estrépitos de los estantes y se esparcen por el suelo, hojas se desprenden en la caída y vuelan por la amplia biblioteca. Finalmente, los choques terminan cuando el último estante se estrella contra una pared. Los ojos de Steven están cerrados. Con temor abre un ojo lentamente. Mira a la izquierda. Entonces a la derecha. Luego abre el otro ojo y mira fijamente al gran desastre.

—Ups... —es todo lo que dice después de varios segundos de silencio.

—¿Qué...? ¿Qué pasó aquí...? Oh... Dioses —el curador aparece en la biblioteca y mira alrededor en medio de las estanterías caídas, caminando por encima de los libros esparcidos por el suelo, sus manos se mueven con desesperación y balbucea buscando las palabras adecuadas, hasta que su vista se levanta y encuentra al culpable del lío—, mira esto. —él se acercó a Steven casi sin energía, una pizca de exasperación inundando su voz—: ¡Benditos faraones! Prefiero ranas... moscas, langostas. ¡Cualquier desgracia menos tú! —sacude sus brazos y señala con su dedo a Steven—. Comparadas contigo las otras plagas son una alegría. ¡No hay plaga que se compare contigo!

Escrito en Papiro Dorado【MarcSteven】Where stories live. Discover now