Hamunaptra

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Hamunaptra - Egipto


A estas alturas ya había luz suficiente como para que Marc pudiera ver los agarres y el apoyo para manos y pies y así subir la pared hasta lo más alto de la estructura. Al ascender se dio cuenta de que esta era una torre redonda idéntica a la anterior con un plano superior achatado, aunque no tan desgastada como la primera torre. Cuando llegó a la cima, vio que había restos de piedra tallada de avanzado diseño que había sido desgastada por el paso de los siglos. Comenzó a cavar y a retirar la mampostería, pero cada piedra estaba perfectamente cortada y ensamblada a la siguiente con juntas apenas del grosor de un cabello. Era una laboriosa tarea. Después de unas horas había descendido solo hasta la altura de la cintura y se preparaba para abandonar la tarea, o al menos para entregarla a Khonshu. Sus uñas estaban agrietadas y astilladas. Marc está orgulloso de sus manos y muchas veces ha sido elogiado por las damas por la condición en que las mantiene. Marc levantó lo que se prometió que sería absolutamente la última losa de la excavación, y entonces le sobresaltó lo que estaba debajo de ella. Pudo ver solo el borde superior, pero era único y distintivo. Tomó la bolsita que colgaba de su hombro y con los dedos que le temblaban un poco, sacó el ushebti vacío que Khonshu le había legado. Lo midió contra el ushebti enterrado, y la coincidencia fue exacta en tamaño. Ante eso abandonó toda idea de desistir la excavación.

Sacó su cuchillo de la vaina y empezó a aflojar suavemente la estatuilla de la argamasa que lo había retenido durante incontables milenios. Por fin se soltó y quedó en sus manos. Se alejó de la zanja poco profunda y se acuclilló con la estatuilla en su regazo. Reconoce que antes de sentarse miró el suelo un par de metros debajo de él, donde no podía ser visto en absoluto, oculto de los hermanos el tiempo suficiente. Donde Grant y Lockley estaban desenterrando con sus manos grandes espejos de plata cerca de una grieta estrecha y serpenteante, a saber el motivo. Entonces pudo dedicar toda su atención a su nueva adquisición, o más bien a su nueva antigua adquisición.

—¿Qué pasa con esto? El ushebti —pregunta Marc balanceando la pequeña estatuilla, calculando su peso.

Khonshu estaba reclinado cómodamente sobre un gran pilar de la devastada ciudad, su cetro descansando en el suelo. No había aparecido hasta que arribaron los grupos de exploradores. Todo parecía roto y daba la impresión de que acababa de agitarse un enorme y violento animal. Sabe que el Dios solo estuvo esperando su llegada en la ciudad. A gracia de que, no lo sabe. Todavía no.

—El ushebti —reitera Marc—. ¿Para qué lo necesitamos?

Es una contingencia —empezó a decir el Dios en una voz lúgubre y quejumbrosa—. Si las cosas salen mal, necesitaremos más avatares.

—¿Bromeas? —sintió una especie de histeria al pensar en esas cosas.

Me temo que no.

—Está encerrado en roca, Khonshu —Marc exasperado le espetó, se masajeó el rostro con fastidio.

Yo fui expulsado por no abandonar a la humanidad cuando los demás Dioses lo hicieron —Khonshu dirigió a Marc una mirada que no era de interés ni de enojo, sino solo de indiferencia. Empezó a andar de un lado a otro con movimientos mecánicos. Luego empezó a golpear su cetro en la arena, pero se dominaba apretando los puños—. Me aprisionaron en roca al igual que a él, desterrado, olvidado por milenios. Él es digno de mi confianza si todo se torna en nuestra contra.

—De acuerdo, bien, aunque no suena mal que te hayan encerrado —y ahora su cuerpo había adquirido cierta rigidez. Estaba implícito en el aire que menguaba que no debía romper esa cosa—. Tengo un Dios con cabeza de perro encerrado en roca, que alguien metió en un muro. Pero eso no explica muchas cosas.

Escrito en Papiro Dorado【MarcSteven】Where stories live. Discover now